FUENTE: LE LLAMABAN DIABLO ROJO. FRANCISCO MEROÑO PELLICER.FOTOS:Para ver el contenido hay que estar registrado.
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EntrarEN EL FRENTE DE TERUEL.Todos los pilotos estamos sentados en las cabinas esperando la señal de despegue. Con las manos enguantadas nos frotamos la nariz y la cara para hacer circular la sangre y evitar la congelación. Las gafas se empañan con el vaho que expele la respiración formando una sutil capa de
hielo sobre la superficie cóncava de los cristales.
Los picos más altos de la montaña ya los lamen lenguas rojas de sol, cuyos reflejos llegan hasta nosotros.
Sobre los techos bajos y semiderruidos de las casas del pueblo de Sarrión aparecen, en la lejanía, las siluetas de tres escuadrillas de “Natasha" que, con su pesada carga de bombas, avanzan lentamente en nuestra dirección, difundiendo un ruido estentóreo con sus motores. Mucho más arriba brillan las dos escuadrillas de "Moscas" con pilotos soviéticos. Ahora despegamos nosotros para colocarnos, antes de llegar al frente, entre unos y otros.
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EntrarPolikarpov R-Z “NATASHA” . Foto posterior al final de la guerra. Las marcas no se corresponden.
A medida que tomamos altura va bajando la presión atmosférica y la temperatura. El termómetro marca treinta grados bajo cero, la respiración se dificulta, el aire frío quema los pulmones y la cara, penetra por debajo de la careta de lana. Los movimientos se hacen instintivos, parece que el avión cumple las maniobras mandado solamente con el pensamiento. Las hélices en su giro suenan como sierras que cortan madera seca. Sobre los planos se forman granitos de hielo.
Todos los aviones, en formación compacta, en tres escalones, sobrevolamos los picos de las nevadas montañas. Los "Natasha" quedan abajo, a tres mil metros de altura, por lo que tenemos que hacer zigzaguees para no dejarlos muy rezagados. Nos vamos aproximando a Teruel cuando, del Oeste, a la altura de cinco mil metros, aparece la aviación enemiga, compuesta de veinte aparatos "Junkers-86" acompañados por un grupo de "Messerschmitt-109".
Nuestros "Moscas", casi a la misma altura, toman rumbo hacia ellos, pero el enemigo rehuye el encuentro y se interna en nuestro territorio por Alombras.
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EntrarJUNKERS 86. La foto no pertenece a la guerra civil.
En el aire aparecen, primero, desperdigadas nubecitas ambarinas acompañadas de insensibles tronidos diminutos, que van aumentando. La artillería antiaérea enemiga abrió fuego.
La cortina de explosiones es tan espesa, que parece increíble el avance de los aviones por ese laberinto de metralla. La formación se ha hecho un poco más abierta para salvar que la explosión de un proyectil pueda derribar a dos aviones al mismo tiempo; así, sin titubeos, expuestos a su propia suerte, cada uno de los aviones de bombardeo ataca el objetivo independientemente. Los "Natasha", con su poca velocidad y su vuelo rectilíneo, hacen que el enemigo concentre en ellos la puntería. Las descargas se suceden ininterrumpidamente, los fogonazos aparecen por la derecha, por la izquierda, un poco más abajo o más arriba, pero ningún proyectil hace blanco. Los cazas continúan arriba, atentos al aire, resguardando las espaldas de los bombarderos, que a medida que van dejando caer su mortífera carga sobre las avanzadas enemigas, se ciñen en profundos virajes y van saliendo del radio de acción de la artillería. La hazaña es de verdadero valor y singular atrevimiento.
Después que las tres escuadrillas de "Natasha", sin sufrir ni una sola baja, llegan a la vertical de Sarrión, consideramos cumplida la misión y las dejamos al amparo de las dos escuadrillas que se basan en Barracas,
cerca de Liria. Nosotros enfilamos de nuevo hacia las líneas del frente tomando más altura.
Volamos sin caretas de oxígeno, lo que se suma a las trabas que pone el frío. Ya sobrepasamos los cinco mil metros. Los movimientos se tornan lentos y ante la vista aparecen sombras que se confunden en el horizonte.
El grupo de aviones que antes rehuyeron el combate ahora se nos presentan con rumbo opuesto, hacia Albarracín. Después que cumplieron su macabra tarea de bombardear pueblos de la retaguardia, sus velocidades ya de vacío, son superiores, por eso ya es más difícil darles alcance, pero nosotros tenemos la superioridad de altura. Nos tiramos
en picado para darles alcance antes de que tengan tiempo de pasar la vertical del frente. Los "Messerschmitt" de protección, confiados en la ausencia de nuestros cazas, abandonaron a sus bombarderos y revolotean allá lejos, entre los cirroestratos dejando franjas de sublimación.
La posición de descenso dificulta la visibilidad de los ametralladores de cola de los "Junkers", y tanto más cuanto el ángulo de picado de nuestros aviones es superior, lo que nos permite aproximarnos más desde abajo, por la "barriga", lugar más vulnerable para el calibre de nuestras ametralladoras.
Claudín y Zarauza —jefes de nuestras escuadrillas— inician el ataque y, a la primera descarga, el punto derecho de la patrulla izquierda sirve de convergencia a las balas trazadoras. Los ataques se suceden, la formación ha sido descompuesta y ahora cada cual elige su víctima.
La nube negra que produce un avión incendiado despierta la inacción de los "Messerschmitt"; ahora el combate toma otro estilo. Nuestros pilotos, los menos expertos que aún no advirtieron la presencia de los cazas enemigos, continúan descargando las toberas sobre los cuerpos rígidos de los "Junkers"; los demás, ceñidos en virajes horizontales, escapamos de las primeras ráfagas rivales, y a su vez defendemos las colas de aquellos que se olvidaron de sí mismos. En unos segundos el cielo brama en rugidos de fieras. Los pilotos maniobran al máximo de sus posibilidades sacando del fondo de su ser todo el arrojo y serenidad y de los motores y aviones las potencias y cualidades aerodinámicas.
Con los nervios crispados y los dedos gélidos puestos en los disparadores, se oprimen las palancas de mando para reducir más y más los radios de los virajes. Los planos tiemblan amenazadores en los ángulos críticos; un poquito más, un mal cálculo, y el aparato entra en barrena, a la salida tendrás pegado un 'Messerschmitt y ninguna maniobra te salvará de los impactos.
Varios paracaídas descienden lentamente, confundiéndose con la blancura de las nieves del fondo y con las nubes densas de cúmulos. En las faldas de la montaña brotaron hogueras motivadas por los incendios de los aviones derribados. Con sus grandes cruces pintadas de negro en la cola, alas y fuselaje y, haciendo zigzaguees, los aviones enemigos van hincando el morro agudo por los claros de las nubes que todavía quedan abiertos. Como un demonio loco, uno de los Messerschmitt se va perdiendo dentro de la oscuridad que forma la espesa niebla, lugar de su última esperanza. Una ráfaga de ametralladora la envió el Chato de Manuel Orozco, ilumina la cruz de cola, a su lado aparece Yaroshenko, ambos lo persiguen con sólo unos metros de distancia, repitiendo las evoluciones dentro del laberinto. Le mandan varias ráfagas consecutivas y las balas trazadoras forman un rosario de flechas encendidas que se apagan dentro del avión adversario. Este se retuerce como una fiera herida. Los dos "Chatos" lo siguen de cerca, uno al lado de otro, hasta que la cola del "Messerschmitt" se convierte en fragmentos de fuego al chocar con la montaña.
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EntrarPolikarpov I-15 “Chato”.
La visibilidad es mínima cuando Orozco y Yaroshenko salen fuera de la nube y en este momento el "Mosca' de Stepánov les pasa raspando. Se saludan en el aire con un suave alabeo y los tres aviones regresan al campo de Barracas momentos antes de que la lluvia cubra los contornos.
Yo estoy más arriba y veo que en el cielo ya no hay ningún aparato enemigo. De pronto un ruido enjuto, específico de los disparos me saca del mundo romántico. Dos cazas han entrecruzado sus balas trazadoras a unos metros de mi aparato. Siento un odio abrasador que me enturbia la vista. Aprieto la palanca de mando hasta sentir dolor en los dedos y giro vertiginosamente el aparato en dirección hacia donde vinieran aquellas imprevistas balas trazadoras; hago una maniobra sin coordinación de mandos y aparezco frente a frente con el enemigo. Uno de ellos se detiene a mi lado y nos fundimos en estrechos lazos horizontales. El otro no resiste el reto frontal y eleva su aparato hacia el
sol para caer de ala sobre mi avión. En el viraje voy cogiendo ventaja; unos segundos más y ya podré hacer uso de las ametralladoras con precisión, hay que disparar con certeza y no malgastar los cartuchos. Él también ha comprendido su situación desventajosa y hace un "medio tonel", pero yo no lo sigo, el otro ya me trae metido en el colimador
con los dedos contraídos en los disparadores. Imito la persecución y al momento hago un cambio brusco dando una patada al pedal que arranca quejidos del avión. De nuevo nos encontramos las caras y como antes éste no quiere nada de frente, encabrita su avión, yo lo sigo y las dos "barrigas" pasan tan cerca la una de la otra que el rebufe de las hélices hace temblar a los dos aviones. Su sombra ha tapado mi cabina en una décima de segundo. Vamos hacia el sol, él en vuelo normal, yo invertido. A la cúspide de nuestro ascenso llegamos casi juntos; yo, casi por instinto, aprieto la manecilla del disparador, él se tambalea de un lado para otro, entra en profunda espiral y unos metros más abajo se desprende la bola del paracaídas.
Unos instantes quedo suspendido de los tirantes, invertido; el avión perdió la velocidad y el motor produce fallos, como si le faltara la respiración. Ahora sin mandos, quedo expenso del enemigo que puede venir a vengar al compañero derribado. Busco impaciente por mi cola la silueta del "Messerschmitt", giro la cabeza en todas las
direcciones, pero sin resultado; mis movimientos se hacen nerviosos y vacilantes, hay que accionar de manera más certera, la ráfaga enemiga puede sonar en cualquier momento. Domino el temor y repongo la serenidad, hasta que por fin, a lo lejos, en las honduras del barranco sombrío, donde no penetra la luz solar, veo los perfiles del aparato enemigo, que huye hacia su territorio. Meto gases a fondo y coloco el avión en picado, casi vertical, para dar alcance al enemigo, pero el motor no responde. Tiendo la vista hacia el tablero de a bordo y al momento compruebo que el aforador del combustible marca cero y las saetas del reloj indican que llevo en el aire el tiempo máximo de vuelo.
En tal situación hay que conservar la confianza en sí, la serenidad y la claridad de actuación. El altímetro marca tres mil metros de altitud sobre el campo de aterrizaje, que se distingue en la plomiza lejanía, manchado por el efecto del bombardeo. Mido el ángulo de planeo, oriento el avión por entre el laberinto de pozos.
El inmenso frío ha congelado el aceite del motor y la hélice va agarrotada en posición vertical. Se hace un profundo silencio que hiere el oído; sólo las alas, al cortar el aire frío, producen un cantar constante de papel rasgado.
Por la suave trayectoria se desliza el avión sin que nada trastorne su equilibrio, hasta el momento de pasar la capa fina de neblina, que parece se resiste a dejar pasar al aparato o que éste domine los choques violentos y variables del viento.
Se avecina la tierra con el máximo de embarazos para el aterrizaje. Enderezo la línea de planeo y el avión toca tierra, corre orgulloso por entre los pozos y se detiene al final de la pista con su aspa levantada.
Desde distintos puntos del campo corren hacia el avión los amigos con los ojos empañados de lágrimas de alegría, que momentos antes podrían ser de amargura. Nadie espera la llegada de aquellos que sobrepasan la hora del retorno. Esta vez han sido vencidas todas las dificultades, se conservaron las expresiones de una voluntad unánime de todo el personal, la de vencer.
Se hace el balance de las pérdidas sufridas y las victorias obtenidas: no perdimos más que un aparato. Poco más tarde llamaron por teléfono para comunicar que el piloto Fernández Morales había saltado en paracaídas sin novedad.