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Autor Tema: Relatos de combates durante la GCE.  (Leído 23597 veces)
Tokarev
Mariscal
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« Respuesta #30 : 24 Junio 2012, 15:36:50 »

Fuente: Yo fui piloto de caza rojo. Francisco Tarazona Torán.

Primer vuelo solo como jefe de escuadrilla.

23 de octubre. Me ordenan salir a proteger a una escuadrilla de «Katiuskas». Iremos solos. Nunca antes lo había hecho. Reúno a los pilotos en la chabola y, frente a un gran mapa de la región del Ebro, planeamos la acción. Mi patrulla irá con Montilla y Calvo encima de los bombarderos. Paredes, a mi derecha y arriba, distanciado, para que se pueda mover de un lado a otro cuando haga falta; lo acompañarán Pallares y Pastor. Beltrán irá solo, moviéndose mucho para avisar a Paredes inmediatamente que vea al enemigo. Salimos al campo siete cazas. Me siento contento. Lo de antes ha sido, hasta cierto punto, labor de conjunto. Ahora me probaré realmente como Jefe de Escuadrilla. Iré solo.

Formación de Katiuskas
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 Subimos a los cazas. Los «Katiuskas» no tardarán. Las miradas de los seis pilotos de la 3.ª están fijas en la hélice dé mi Mosca. Los chóferes de las puestas en marcha fijan su vista en dirección de la Escuadra. De pronto, alguien se mueve en la puerta de la caseta. ¡Cohete! Antes de que la estela blanca haya alcanzado su cima, la hélice del 193 está girando. Sigo con la vista la bengala que cae en tranquila parábola a tierra. Caliento el motor, pruebo los magnetos, las ametralladoras, y levantando la cola del caza, suelto los frenos para salir como dis¬parado por una catapulta hacia adelante.
En el aire, viro a la izquierda. Montilla y Calvo forman en su sitio. La patrulla de Paredes, a mí derecha, y Beltrán, dándose gusto solo. Desencadenado, hace de vigía. Los bombarderos son seis. Su objetivo. Gandesa. Pasamos la barrera de los antiaéreos sin deshacer la formación. Los «Katiuskas» sueltan su carga de muerte. Viran majestuosamente y, picando hacia el mar, toman rumbo Norte.

Katiuska en vuelo bajo junto al mar.
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 Voy a tirarme a ametrallar Gandesa, cuando Paredes se me adelanta; luego, Beltrán. Los dos me señalan hacia atrás. Los morros inconfundibles de los Me 109 están en nuestra cola. Las trazadoras, como telarañas, tratan de enredarnos. Siento golpes en el «muñeco» protector de mi caza. Estoy solo; no hay en el aire del Ebro más Caza republicana que mi Escuadrilla. Paredes vira para interceptarlos. Beltrán se queda detrás de mí; los «Katiuskas» están lejos, sin peligro. Viro profundamente y la fuerza centrífuga me entierra en el asiento. Dos monoplanos alemanes me pasan por encima. Veo las. aspas dibujadas en la parte baja de sus planos. Al terminar el viraje, sigo a Paredes. Ahora, los bandidos están al frente. Aprieto el gatillo. Un monoplano aguanta hasta que los dos, él y yo, viramos a la derecha. Pasamos a escasos metros uno del otro. Siento el torbellino de su hélice. Beltrán, nerviosamente, me indica un lugar donde los perros de presa alemanes acosan a Paredes. El saguntino vira y vira cada vez con radio más pequeño. Los alemanes no se meten al círculo mortal. Formados en ala, les caemos de sorpresa. Damos una pasada, y, mien¬tras tratan de enterarse de lo que ha sucedido, los tenemos otra vez de frente; Paredes está a salvo. No obstante, dos de ellos logran ponerse en la cola de mi patrulla. Nos disparan, pero sin puntería. Intento virar para darles el morro, pero Beltrán, bajando como exhalación frente a ellos, los rocía de balas, ahuyentándolos. Buscamos. Un caza alemán se retira tocado; una estela de humo blanco lo delata. Dos más lo acompañan buscando alcanzar sus líneas. Nos tiramos Paredes y yo tras de ellos. Al dispararles se me encasquillan las ametralladoras. Angustiosamente se lo hago saber al saguntino. Se adelanta, y, desafiando el fuego de los acompañantes, remata al germano.
 El piloto salta en paracaídas. Los otros dos le rodean. En una amplia pescadilla nos vamos retirando del frente. El resto de los cazas alemanes se eleva a sus alturas. Una vez pasado el Ebro, en vuelo rasante, nos confundimos con el verde de los árboles.
Me falta Pastor, que tuvo que aterrízar en Salou. Los de los bombarderos nos mandan felicitar. Estoy que reviento de gusto. No dirán que hice una salida desairada.
Pastor llega al atardecer. Le han perforado el depósito de aceite y tuvo que rezar con fe para escapar ileso y llegar planeando a Salou. Aterrizar en aquel pequeño campo era ya una proeza. Y con el motor parado...

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Tu nombre es desconocido,tu hazana, inmortal .
No podéis hacer una revolución con guantes de seda.Iósif Stalin.
zarauza
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« Respuesta #31 : 15 Abril 2013, 23:07:28 »

Continuando con los relatos de Tokarev, si no te importa, imitaré el formato para que no desentone mucho.

FUENTE: LE LLAMABAN DIABLO ROJO. FRANCISCO MEROÑO PELLICER.

SERVICIO VESPERTINO.

Las llamas del atardecer inflaman, allá lejos en el horizonte, las últimas cúspides montañosas, y los rayos del sol se alzan hacia el siniestro del cielo, por donde los "Moscas" dirigen sus cursos hacia la carretera que enlaza a Huesca con jaca, hacia esa inmensa hoguera del horizonte por donde la escuadrilla, con Aguirre a la cabeza, va marcando la ruta.

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Nadie sabe si vamos de reconocimiento o vamos simplemente para hacer alarde de presencia. Solamente el jefe conoce el objeto del vuelo. Abajo, el aire es claro y puro. Suponemos que alguien vigila nuestro vuelo, pero todo está en calma, no observamos ninguna actividad.

Nos aproximamos a la carretera por Ayerbe y descendemos hasta mil metros de altura para divisar mejor el movimiento de vehículos y tropas. De vez en cuando se ven automóviles ligeros, que avanzan des- cuidados en direcciones opuestas. La presencia de nuestra aviación en este sector del frente es tan ignorada que, como vemos, no optan ni en parar los coches. Sólo por esa falta de respeto dan ganas de enviarles unas cuantas balas más, el jefe de la escuadrilla continúa el vuelo buscando otros objetivos; nosotros, ala con ala, le seguimos.

El camino forma un gran ángulo y, allá, a lo lejos, en el recodo del camino vecinal, algo brilló dentro de una nube de polvo encendido. Comenzamos a distinguir fallas en la blancura límpida de la arteria y, dentro un bullicio extraño parecido al de una colmena en zozobra.

El regimiento de caballería enemiga, percatado del peligro que se le avecina, intenta detener la marcha y disimular la presencia debajo de la cornisa natural del terreno, pero ya es demasiado tarde. Hasta nosotros parece llegar el rumor de maldiciones y blasfemias que rasgan el aire, pero esa masa hirviente de hombres y caballos con sus equipos y armamentos han detenido su marcha y aguardan tristes, con la mirada en las barrigas verdes de nuestros aparatos, el momento cuando nos perdamos de vista en horizonte, para continuar la marcha.

Ellos ignoran la maniobra de nuestros cazas; descendemos hasta el vuelo rasante en un profundo viraje de espiral para meternos escondidos de su vista y así entrarles en ataque inesperado, de frente y por el costado, por la parte abierta de la visera del terreno; de este modo la salida del ataque la tenemos garantizada contra los disparos que puedan hacer.

En unos minutos, en unos cuantos minutos, todo termina. Al asomar la frente chata de nuestros aviones, casi sin ruido, porque esta se lo traga la tierra en los desniveles del terreno, nos encontramos cara a cara con el enemigo y casi a la misma altura. Un trueno de dieciocho ametralladoras, escupiendo mil ochocientos disparos por minuto cada una.

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A los primeros disparos, todo en desbandada, se hace un gran ovillo. Los caballos enloquecidos con las balas en las entrañas, huyen de espanto de un lado para otro, se precipitan unos sobre otros, machacándose con sus herraduras mutuamente y triturando a los jinetes. Al enconrrar interceptado el paso hacia atrás, se despeñan por los barrancos dejando jirones de carne enredada en los matorrales y pedregales. Las balas de nuestras máquinas, después de atravesar los cuerpos calientes, rebotan en las piedras vivas produciendo regueros de chispas brillantes. Se suceden las pasadas de los aviones en "pescadilla" por un lado y por otro, regando con plomo toda la masa de hombres y caballos.
Parece que todo quedó tranquilo, que todo terminó. De nuevo nos formamos en cuña plano con plano y, en vuelo rasante, muy bajos, a cinco metros de altura, damos la última pasada para cerciorarnos mejor de nuestro trabajo. Ponemos curso hacia Barbastro como orientación general para más tarde virar hacia Monzón.

En la garganta seca y sienes húmedas debajo del pasamontañas, siento los latidos del corazón; quiero apretar los puños y despertar de la pesadilla, pero no puedo, es realidad. Ya no queda tiempo para pensar en el reciente ataque. Zarauza, contento, palmotea una canción sobre el trozo del fuselaje que queda debajo del parabrisas. Jugueteando con el avión lo dirige contra todos los obstáculos salientes de la tierra: torres,  casas, postes, arboles... Así, a tan reducida altura, con una velocidad superior a los trescientos kilómetros, no queda ocasión para reflexionar
en lo sucedido, pero si noto hincadas en la espalda las miradas de ojos saturados de lágrimas de sangre, sucios, polvorientos y dolorosos de ese torrente humano de muertos y moribundos que nos dejamos atrás.

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Cruzamos las líneas del frente, donde se ven algunas trincheras, y los soldados levantan sus fusiles al aire, no sé si para saludarnos o maldecimos: ignoro si son nuestros o enemigos. Por las líneas ya pasaron caballos trastornados, a galope, arrastrando jirones de andrajos y bridas embarbascadas con restos humanos.

Cuando aterrizamos en el verde blando del aeródromo ya brillan las primeras estrellas del confuso oscurecer vespertino.

Después de la cena escuchamos la radio franquista para comprobar el eco de nuestra incursión por los frentes aragoneses. Queipo de Llano dedica un considerable espacio al ametrallamiento de esta tarde, abonado de ardiente saña contra los "rojos", que violaron la tranquilidad de este pacífico" sector. Los insultos y amenazas, acompañarlas de palabras deshonestas y repugnantes, son desmerecedoras de tan "alta" graduación militar, pero por ellas podemos hacer la conclusión de que nos preparan un "regalo" para un cercano día.

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Molotov
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« Respuesta #32 : 16 Abril 2013, 00:35:36 »

Muy buen relato, zarauza! Te ha quedado igual de bien que a Toka, enhorabuena!

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"Stalin tenía una sorprendente capacidad para el trabajo. Lo sé a ciencia cierta. Poseía un conocimiento completo de todo lo necesario para resolver cualquier cuestión. Y consideraba cualquier problema desde todos sus ángulos. Esto era muy importante. Aunque estas cuestiones versaran sobre artillería o carros de combate".

V. M. Molotov
zarauza
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« Respuesta #33 : 18 Abril 2013, 20:44:36 »

FUENTE: LE LLAMABAN DIABLO ROJO. FRANCISCO MEROÑO PELLICER.

FOTOS:

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EN EL FRENTE DE TERUEL.

Todos los pilotos estamos sentados en las cabinas esperando la señal de despegue. Con las manos enguantadas nos frotamos la nariz y la cara para hacer circular la sangre y evitar la congelación. Las gafas se empañan con el vaho que expele la respiración formando una sutil capa de
hielo sobre la superficie cóncava de los cristales.

Los picos más altos de la montaña ya los lamen lenguas rojas de sol, cuyos reflejos llegan hasta nosotros.

Sobre los techos bajos y semiderruidos de las casas del pueblo de Sarrión aparecen, en la lejanía, las siluetas de tres escuadrillas de “Natasha" que, con su pesada carga de bombas, avanzan lentamente en nuestra dirección, difundiendo un ruido estentóreo con sus motores. Mucho más arriba brillan las dos escuadrillas de "Moscas" con pilotos soviéticos. Ahora despegamos nosotros para colocarnos, antes de llegar al frente, entre unos y otros.

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Polikarpov R-Z “NATASHA” . Foto posterior al final de la guerra. Las marcas no se corresponden.

A medida que tomamos altura va bajando la presión atmosférica y la temperatura. El termómetro marca treinta grados bajo cero, la respiración se dificulta, el aire frío quema los pulmones y la cara, penetra por debajo de la careta de lana. Los movimientos se hacen instintivos, parece que el avión cumple las maniobras mandado solamente con el pensamiento. Las hélices en su giro suenan como sierras que cortan madera seca. Sobre los planos se forman granitos de hielo.

Todos los aviones, en formación compacta, en tres escalones, sobrevolamos los picos de las nevadas montañas. Los "Natasha" quedan abajo, a tres mil metros de altura, por lo que tenemos que hacer zigzaguees para no dejarlos muy rezagados. Nos vamos aproximando a Teruel cuando, del Oeste, a la altura de cinco mil metros, aparece la aviación enemiga, compuesta de veinte aparatos "Junkers-86" acompañados por un grupo de "Messerschmitt-109".

Nuestros "Moscas", casi a la misma altura, toman rumbo hacia ellos, pero el enemigo rehuye el encuentro y se interna en nuestro territorio por Alombras.

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JUNKERS 86. La foto no pertenece a la guerra civil.

En el aire aparecen, primero, desperdigadas nubecitas ambarinas acompañadas de insensibles tronidos diminutos, que van aumentando. La artillería antiaérea enemiga abrió fuego.

La cortina de explosiones es tan espesa, que parece increíble el avance de los aviones por ese laberinto de metralla. La formación se ha hecho un poco más abierta para salvar que la explosión de un proyectil pueda derribar a dos aviones al mismo tiempo; así, sin titubeos, expuestos a su propia suerte, cada uno de los aviones de bombardeo ataca el objetivo independientemente. Los "Natasha", con su poca velocidad y su vuelo rectilíneo, hacen que el enemigo concentre en ellos la puntería. Las descargas se suceden ininterrumpidamente, los fogonazos aparecen por la derecha, por la izquierda, un poco más abajo o más arriba, pero ningún proyectil hace blanco. Los cazas continúan arriba, atentos al aire, resguardando las espaldas de los bombarderos, que a medida que van dejando caer su mortífera carga sobre las avanzadas enemigas, se ciñen en profundos virajes y van saliendo del radio de acción de la artillería. La hazaña es de verdadero valor y singular atrevimiento.

Después que las tres escuadrillas de "Natasha", sin sufrir ni una sola baja, llegan a la vertical de Sarrión, consideramos cumplida la misión y las dejamos al amparo de las dos escuadrillas que se basan en Barracas,
cerca de Liria. Nosotros enfilamos de nuevo hacia las líneas del frente tomando más altura.

Volamos sin caretas de oxígeno, lo que se suma a las trabas que pone el frío. Ya sobrepasamos los cinco mil metros. Los movimientos se tornan lentos y ante la vista aparecen sombras que se confunden en el horizonte.

El grupo de aviones que antes rehuyeron el combate ahora se nos presentan con rumbo opuesto, hacia Albarracín. Después que cumplieron su macabra tarea de bombardear pueblos de la retaguardia, sus velocidades ya de vacío, son superiores, por eso ya es más difícil darles alcance, pero nosotros tenemos la superioridad de altura. Nos tiramos
en picado para darles alcance antes de que tengan tiempo de pasar la vertical del frente. Los "Messerschmitt" de protección, confiados en la ausencia de nuestros cazas, abandonaron a sus bombarderos y revolotean allá lejos, entre los cirroestratos dejando franjas de sublimación.

La posición de descenso dificulta la visibilidad de los ametralladores de cola de los "Junkers", y tanto más cuanto el ángulo de picado de nuestros aviones es superior, lo que nos permite aproximarnos más desde abajo, por la "barriga", lugar más vulnerable para el calibre de nuestras ametralladoras.

Claudín y Zarauza —jefes de nuestras escuadrillas— inician el ataque y, a la primera descarga, el punto derecho de la patrulla izquierda sirve de convergencia a las balas trazadoras. Los ataques se suceden, la formación ha sido descompuesta y ahora cada cual elige su víctima.

La nube negra que produce un avión incendiado despierta la inacción de los "Messerschmitt"; ahora el combate toma otro estilo. Nuestros pilotos, los menos expertos que aún no advirtieron la presencia de los cazas enemigos, continúan descargando las toberas sobre los cuerpos rígidos de los "Junkers"; los demás, ceñidos en virajes horizontales, escapamos de las primeras ráfagas rivales, y a su vez defendemos las colas de aquellos que se olvidaron de sí mismos. En unos segundos el cielo brama en rugidos de fieras. Los pilotos maniobran al máximo de sus posibilidades sacando del fondo de su ser todo el arrojo y serenidad y de los motores y aviones las potencias y cualidades aerodinámicas.

Con los nervios crispados y los dedos gélidos puestos en los disparadores, se oprimen las palancas de mando para reducir más y más los radios de los virajes. Los planos tiemblan amenazadores en los ángulos críticos; un poquito más, un mal cálculo, y el aparato entra en barrena, a la salida tendrás pegado un 'Messerschmitt y ninguna maniobra te salvará de los impactos.

Varios paracaídas descienden lentamente, confundiéndose con la blancura de las nieves del fondo y con las nubes densas de cúmulos. En las faldas de la montaña brotaron hogueras motivadas por los incendios de los aviones derribados. Con sus grandes cruces pintadas de negro en la cola, alas y fuselaje y, haciendo zigzaguees, los aviones enemigos van hincando el morro agudo por los claros de las nubes que todavía quedan abiertos. Como un demonio loco, uno de los Messerschmitt se va perdiendo dentro de la oscuridad que forma la espesa niebla, lugar de su última esperanza. Una ráfaga de ametralladora la envió el Chato de Manuel Orozco, ilumina la cruz de cola, a su lado aparece Yaroshenko, ambos lo persiguen con sólo unos metros de distancia, repitiendo las evoluciones dentro del laberinto. Le mandan varias ráfagas consecutivas y las balas trazadoras forman un rosario de flechas encendidas que se apagan dentro del avión adversario. Este se retuerce como una fiera herida. Los dos "Chatos" lo siguen de cerca, uno al lado de otro, hasta que la cola del "Messerschmitt" se convierte en fragmentos de fuego al chocar con la montaña.

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Polikarpov I-15 “Chato”.

La visibilidad es mínima cuando Orozco y Yaroshenko salen fuera de la nube y en este momento el "Mosca' de Stepánov les pasa raspando. Se saludan en el aire con un suave alabeo y los tres aviones regresan al campo de Barracas momentos antes de que la lluvia cubra los contornos.

Yo estoy más arriba y veo que en el cielo ya no hay ningún aparato enemigo. De pronto un ruido enjuto, específico de los disparos me saca del mundo romántico. Dos cazas han entrecruzado sus balas trazadoras a unos metros de mi aparato. Siento un odio abrasador que me enturbia la vista. Aprieto la palanca de mando hasta sentir dolor en los dedos y giro vertiginosamente el aparato en dirección hacia donde vinieran aquellas imprevistas balas trazadoras; hago una maniobra sin coordinación de mandos y aparezco frente a frente con el enemigo. Uno de ellos se detiene a mi lado y nos fundimos en estrechos lazos horizontales. El otro no resiste el reto frontal y eleva su aparato hacia el
sol para caer de ala sobre mi avión. En el viraje voy cogiendo ventaja; unos segundos más y ya podré hacer uso de las ametralladoras con precisión, hay que disparar con certeza y no malgastar los cartuchos. Él también ha comprendido su situación desventajosa y hace un "medio tonel", pero yo no lo sigo, el otro ya me trae metido en el colimador
con los dedos contraídos en los disparadores. Imito la persecución y al momento hago un cambio brusco dando una patada al pedal que arranca quejidos del avión. De nuevo nos encontramos las caras y como antes éste no quiere nada de frente, encabrita su avión, yo lo sigo y las dos "barrigas" pasan tan cerca la una de la otra que el rebufe de las hélices hace temblar a los dos aviones. Su sombra ha tapado mi cabina en una décima de segundo. Vamos hacia el sol, él en vuelo normal, yo invertido. A la cúspide de nuestro ascenso llegamos casi juntos; yo, casi por instinto, aprieto la manecilla del disparador, él se tambalea de un lado para otro, entra en profunda espiral y unos metros más abajo se desprende la bola del paracaídas.

Unos instantes quedo suspendido de los tirantes, invertido; el avión perdió la velocidad y el motor produce fallos, como si le faltara la respiración. Ahora sin mandos, quedo expenso del enemigo que puede venir a vengar al compañero derribado. Busco impaciente por mi cola la silueta del "Messerschmitt", giro la cabeza en todas las
direcciones, pero sin resultado; mis movimientos se hacen nerviosos y vacilantes, hay que accionar de manera más certera, la ráfaga enemiga puede sonar en cualquier momento. Domino el temor y repongo la serenidad, hasta que por fin, a lo lejos, en las honduras del barranco sombrío, donde no penetra la luz solar, veo los perfiles del aparato enemigo, que huye hacia su territorio. Meto gases a fondo y coloco el avión en picado, casi vertical, para dar alcance al enemigo, pero el motor no responde. Tiendo la vista hacia el tablero de a bordo y al momento compruebo que el aforador del combustible marca cero y las saetas del reloj indican que llevo en el aire el tiempo máximo de vuelo.

En tal situación hay que conservar la confianza en sí, la serenidad y la claridad de actuación. El altímetro marca tres mil metros de altitud sobre el campo de aterrizaje, que se distingue en la plomiza lejanía, manchado por el efecto del bombardeo. Mido el ángulo de planeo, oriento el avión por entre el laberinto de pozos.

El inmenso frío ha congelado el aceite del motor y la hélice va agarrotada en posición vertical. Se hace un profundo silencio que hiere el oído; sólo las alas, al cortar el aire frío, producen un cantar constante de papel rasgado.

Por la suave trayectoria se desliza el avión sin que nada trastorne su equilibrio, hasta el momento de pasar la capa fina de neblina, que parece se resiste a dejar pasar al aparato o que éste domine los choques violentos y variables del viento.

Se avecina la tierra con el máximo de embarazos para el aterrizaje. Enderezo la línea de planeo y el avión toca tierra, corre orgulloso por entre los pozos y se detiene al final de la pista con su aspa levantada.

Desde distintos puntos del campo corren hacia el avión los amigos con los ojos empañados de lágrimas de alegría, que momentos antes podrían ser de amargura. Nadie espera la llegada de aquellos que sobrepasan la hora del retorno. Esta vez han sido vencidas todas las dificultades, se conservaron las expresiones de una voluntad unánime de todo el personal, la de vencer.

Se hace el balance de las pérdidas sufridas y las victorias obtenidas: no perdimos más que un aparato. Poco más tarde llamaron por teléfono para comunicar que el piloto Fernández Morales había saltado en paracaídas sin novedad.
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zarauza
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« Respuesta #34 : 24 Abril 2013, 22:29:01 »

Fuente: Le llamaban Diablo rojo. Francisco Meroño Pellicer.

DESPEGUE DE EMERGENCIA.

En el umbral que se forma allá lejos, donde el día se va juntando con la noche, casi a ras de tierra, se divisan puntos de aviones, que se aproximan ocultándose en los desniveles del terreno. Delante, a considerable altura, vuelan dos escuadrillas de "Junkers-52", que vienen marcando el rumbo hacia nuestro campo. Por si algo faltase para indicar el lugar exacto de donde nos encontramos, desde la boca de un refugio disparan una "raquetaza" de luz roja que, después de describir su trayectoria parabólica, cae en el centro del campo de despegue aún humeante y aventando chispas.

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En un remolino de arrebato, ponemos en marcha los motores y, con los pasamontañas sin abrochar, con las correas golpeando en la cara, sin aguardar orden, nos hacemos al aire a medida que los mecánicos tiran de las cuerdas que sujetan los calzos debajo de las ruedas. Las líneas de rodaje, antes de levantar el vuelo, se cortan con sólo segundos
de diferencia.

Dos "Moscas" quedan todavía en tierra con los calzos puestos cuando un reguero de bombas explosivas e incendiarias ponen una barrera de humo y metralla que obstaculiza la salida de los demás. El que ha podido, se ha metido en el refugio de hormigón y tierra, los demás se han esparcido en todas direcciones, escondiéndose entre las
grietas de las rocas, en los pozos naturales y por la falda de la montaña hasta el río Ebro. Los "Chatos" no han podido despegar tampoco por falta de combustible.

En el aire perseguimos a los "Junkers" que se dirigen hacia Caspe siguiendo la cuenca del río, después que nos dejaron algunas bombas en el campo de Escatrón. Trepamos a la potencia máxima de los motores con el fin de cortarles el paso antes de que lleguen al objetivo señalado. La distancia es demasiado larga para disparar, pero
el deseo de ayudar en algo a los pilotos de Caspe nos impulsa a apretar los disparadores para que el eco les lleve, por los badenes, la señal de alarma.

Nos hemos colocado debajo de los fuselajes de la escuadrilla delantera enemiga; los nueve aparatos de la otra quedaron atrás. Así colocados, cinco "Moscas" abrimos fuego cuando las bombas comienzan a desprenderse, desordenadamente. Varios segundos las seguimos con la vista para apreciar la trayectoria, esquivando al mismo tiempo el posible encuentro fatal con ellas. Cuando quedamos convencidos de que las han soltado sin cubrir objetivo alguno, reanudamos el ataque contra aquellos que todavía no han descargado.

Cinco cazas nuestros, casi a la misma altura que el enemigo, porfían la víctima. Las balas trazadoras adversarias vienen en largas ráfagas, pasan lamiendo los parabrisas de los "Moscas". Al primer ataque sucede una brutal explosión dentro de uno de los "Junkers" y la onda explosiva nos despide por el profundo vacío, envueltos entre los fragmentos del aparato desintegrado. Otro "Junkers", con el ala arrancada por el efecto del estampido, se enrosca en barrena, disparatada y horripilante, dejando, en atropellada caída, trozos, que no sabemos si son suyos o del
avión deshecho. El ala, sola, describe idas y venidas de péndulo, como descomunal hoja de otoño separada por el tiempo. El lugar del trueno ha quedado sellado por una nube negra con jirones plomizos.

Todos los aviones han soltado sus bombas en campo abierto antes de llegar a Caspe, en uno de los recodos del río, y ahora "esconden el bulto" en picado demasiado profundo para aviones de ese tipo. Los seguimos enérgicamente, pero de arriba se "descuelgan" trazos rutilantes de "Messerschmitt", en "pescadilla", que hasta el momento no habíamos advertido debido a la gran altura que traían. Vienen a gran velocidad, en picado casi vertical. Rehuimos las primeras ráfagas metiendo los aviones debajo de la trayectoria de las balas y éstas pasan amenazadoras por encima, dejando hilazos delgados en el espacio.

De los atacantes se separa uno, levanta el morro fino para caernos de ala y repetir el ataque, pero la lluvia de balas que envía el aparato de Zarauza lo siega en el vértice del ascenso. Se deja caer detrás del enemigo y, cuando nos pasa de cerca, vemos la sonrisa de la victoria dibujada en sus labios. Todos seguimos su ejemplo sacando a los "Moscas" una velocidad cercana a la desintegración. El enemigo se percata de nuestra persecución, salen del picado y aceptan el reto. Tiramos de las palancas con toda la fuerza hasta que las alas comienzan a temblar en una agitación trémula, amenazante. Al recobrar de nuevo la vista, que perdimos en el brusco cambio de dirección, nos encontramos metidos en una basta aglomeración de aviones que intercambian fuego por las bocas de sus ametralladoras.

Busco a Zarauza, Arias, Pardo, Díaz, pero ya se han confundido entre los demás "Moscas" que combaten. Por encima, un "Messer" me envía una bala gorda, que entra dentro de la cabina abriendo un boquete en el costado del fuselaje. La bala ha pasado a unos milímetros de mi frente, tan cerca, que parece la he visto pasar.

El duelo se va poniendo sañudo en este huracán de nudos corredizos, ciñéndonos más y más en difíciles virajes horizontales y verticales, en rizos desgreñados y violentas maniobras, imprescindibles para eludir los impactos directos del fuego contrario. No se nota supremacía del enemigo, aunque combate en retirada aprovechando la ventaja que tienen en velocidad. Después de la paliza que les dimos en Teruel emplean otra táctica, bajan del cielo en picado prolongado, desde gran altura y a gran velocidad, buscan la víctima por sorpresa, dan la pasada traicionera, felona, y huyen, huyen a toda velocidad. No buscan la lucha continua, atacan cobardemente y desaparecen como relámpagos sin que podamos darles alcance. Arriba nos dejamos al sargento Juan Bosch
en un "mano a mano" con el "Messerschmitt", que seguramente no asimiló todavía el nuevo sistema. Para prestarle apoyo nos faltaría combustible: el combate ha sido demasiado prolongado. Por eso ponemos curso hacia Escatrón y nos alejamos confiados en su victoria.

Al otro lado del cielo, en la tierra, de donde despegaron nuestros aviones en precipitada alarma, vemos columnas de humo denso, negro, que suben al encuentro de las nubes blancas. Alrededor de las gigantes humaradas revolotean pajarracos alemanes: un grupo de "Junkers" está ametrallando y bombardeando el
aeródromo.

La aproximación de los "Moscas" pone en fuga al enemigo.
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zarauza
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« Respuesta #35 : 27 Abril 2013, 20:08:44 »

Fuente: Le llamaban Diablo Rojo. Francisco Meroño Pellicer.

PROTECCIÓN DE BOMBARDEROS.

El capitán Aguirre, que ahora está en el E.M. del grupo, nos comunica el punto de concentración de toda la aviación de caza y bombardeo: altura tres mil metros, viraje a la izquierda. Todo como siempre, sólo que hoy ya no es sobre Caspe sino sobre Borjas. Las escuadrillas de "Moscas" tienen la misión de cubrir a los "Chatos" cuando ametrallen
las trincheras, a los "Natasha" en sus lacerados y flemáticos vuelos y, esta vez, también los fabulosos "Katiusha".

Nuestra cuarta escuadrilla debe resguardar la entrada por debajo, allí donde se rompen los antiaéreos. Las dos escuadrillas de soviéticos —la tercera y segunda—, en los puestos de mayor responsabilidad, a la derecha e izquierda y a mayor altura. La de Claudín cerrará la marcha casi a la misma altura.

Llevamos encerrados a los bombarderos en una tremenda cuña de treinta y seis aparatos, cuando Mendiola pone curso suroeste y encabrita las máquinas para tomar mayor altura. El sol lo tenemos de cola y, desde la posición que ocupamos, los vemos a todos trepando hacia las estrellas, librando trémulos destellos de sus fuselajes metálicos.

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Pronto alcanzamos en el altímetro la cifra señalada: cinco mil metros. Pasamos al vuelo horizontal y, con los ojos duros y fijos en la lejanía, comenzamos a escudriñar el aire teñido de rojo y azul.

A través de ese velo, allí por el camino bélico cercano al recodo del río, se trasluce una casa de varios pisos en llamas, cual antorcha que nos marca el mojón del frente. Mendiola corrige unos grados el curso para coger la vertical del objetivo y acelera la velocidad. Para no dejarlos solos, también activamos los motores. La formación es perfecta cuando los primeros antiaéreos enemigos revientan mucho más arriba y muy adelantados.

Mil metros más abajo, se desgarran por decenas los obuses de otra artillería antiaérea, que poco a poco se van disolviendo por el firmamento dejando tenues manchas.

Los "Katiusha" atrevidos, atraviesan esa cortina de fuego y comienzan a soltar las bombas. Media tonelada de gotas gordas salen de cada fuselaje y pasan cerca de los "Moscas” que volamos por debajo. Las vemos como se esconden fugaces en vuelo parabólico, escurren majestuosas en su descenso, algunas dan vueltas de locos fantoches.

Los antiaéreos van corrigiendo la puntería y, cuando ya creemos que han definido con certeza nuestra altura, cesan todos de disparar. Esto nos hace avivar la atención al aire. Al momento una y otra escuadrilla marca con un ligero alabeo la presencia de la caza enemiga. Zarauza, astuto como una serpiente, ya tiene los ojos clavados en los
dos "Messer" que aparecieron a gran altura. Su aparato también se balancea de un plano a otro. La formación se hace más compacta alrededor de los bombarderos, que ya pusieron rumbo noroeste y aligeraron la velocidad en un suave descenso. Los dos aviones enemigos se encuentran a dos mil metros sobre nuestras cabezas. De pronto, esotéricos, dan un profundo viraje, se colocan a nuestras espaldas y, como flechas arrancadas del arco que forma la tierra en la lejanía, se lanzan en exagerado picado en dirección hacia los "Katiusha". La segunda y tercera escuadrillas, rápidas como el rayo, forman una pared de aviones delante de los "Messer"; Claudín sitúa a los suyos entre los bombarderos y la escuadrilla soviética; nosotros, la cuarta, ocupamos el lugar que deja la primera.

La barrera es infranqueable, pero para los dos alemanes ya es demasiado tarde cambiar de dirección; ellos cuentan con la supremacía de la velocidad, encuentran una brecha entre los "Moscas" y por ella entra el primero. A su paso se abren las bocas de treinta y seis ametralladoras, que le vomitan el camino con miles de balas por minuto. Unos segundos parece ser que el cielo se desgarra por sus costuras y el brillo salvaje del cuerpo metálico del "Messerschmitt" se apaga envuelto por el humo de su cuerpo incendiado. El otro, huyendo los peligros del primero, aumenta el ángulo del picado, no para atacar, sino para esquivar la cortina ardorosa de las balas. El fascista ya ni siquiera osa en apretar el botón disparador de sus ametralladoras y, como un cuchillo fino, largo y bien afilado, corta raudo los filetes blandos del aire por detrás de la escuadrilla soviética; los pasa a tremenda velocidad, pero más abajo se encuentra con la escuadrilla de Claudín, que lo espera con ojos fuertes y radiantes puestos en los colimadores.

Luces temblorosas de balas trazadoras se confunden con los destellos vivos en el costado del filibustero fascista y, cuando pasa delante de nuestra escuadrilla ya no es necesario rematarlo. Nos conformamos con sólo seguirlo con la mirada hasta tierra.

Dos pilares de humo, cual signos de admiración, avistamos a lo lejos en la delicada atmósfera de hoy cada vez que volvemos la cabeza para cerciorarnos si viene algún enemigo más.

Aterrizamos en nuestro aeródromo y, sin dejar tiempo para nada, comenzamos los preparativos para el siguiente vuelo. El teniente Viñas pasa por las tripulaciones prestando ayuda como jefe de mecánicos y dando las órdenes adecuadas para que todo quede listo en breves minutos. Los motoristas limpian el aceite mezclado con el hollín de los motores. Los armeros llenan las tolvas de cartuchos. Únicamente nosotros, los pilotos, descansamos sentados en los paracaídas debajo de las alas, comentando el vuelo anterior. El jefe del E.M. del Grupo, capitán Molina, cambia impresiones con los jefes de las escuadrillas.
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