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Autor Tema: Relatos de combates durante la GCE.  (Leído 23426 veces)
Tokarev
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« : 09 Julio 2010, 16:42:57 »

Se abre este post para recopilar relatos en primera persona de cualquiera de los combatientes de las diferentes armas de la guerra civil española. La finalidad es poner al alcance de todos relatos que son difíciles de localizar, ya que no son fáciles de encontrar en la red y los libros de los que se extraen son difíciles o imposibles de localizar en el mercado. La utilidad es nuestro disfrute y el estudio de las tácticas y las condiciones en las que combatían. Se debe de hacer todo lo posible para indicar la fuente de la que se ha extraído el relato.
« Última modificación: 12 Noviembre 2011, 22:54:39 por Tokarev » En línea

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« Respuesta #1 : 09 Julio 2010, 16:53:22 »

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Juan Sayos Estivil (Joan de Milany)

Joan de Milany (seudónimo de Juan Sayos Estivil) se hallaba sentado en la cabina de su Chato (I-15). A su lado estaba el madrileño Diego, como el, sentado en la cabina de su aparato y a las espera de la orden de despegue. El día anterior les notificaron que al día siguiente volarían al frente, por lo que no pegaron ojo en toda la noche. Poco después, alguien corrió hacia Susukalov (Nikita Timofeevich Susukalov), el jefe de la patrulla, y este nos hizo señas a Diego y a mi para que pusiéramos en marcha los motores y saliésemos con el. Volando en estrecha formación, nos dirigimos hacia el oeste sin dejar de ganar altura  hasta alcanzar los 4.000 metros. El cielo estaba despejado y empezaba a brillar el sol, pero la emoción no me permitía observar otra cosa que no fuese el avión del ruso, del cual me mantenía a la derecha y a corta distancia.

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I-15 "Chato"

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Messerschmitt Bf-109

De repente, el chato del tovaritch se balanceó con rapidez, lo que indicaba, según el código previamente convenido, que había descubierto al enemigo y se lanzó en picado seguido por nosotros. Divisé, muy cerca, unos bombarderos plateados que me parecieron Heinkels alemanes y que debían ser la causa de la alarma. En los cazas monoplazas, las ametralladoras están montadas fijas en el cuerpo del avión y es preciso maniobrar con este para fijar la puntería. Por lo tanto, olvidando por un momento a Susukalov para concentrarme en la realización de mi primer intento de destrucción consciente, aceleré el motor a fondo y al propio tiempo, con el ojo en el visor y enfocando a los bombarderos, oprimí el accionador de las ametralladoras, que tabletearon simultáneamente. Fue una pasada inofensiva, puesto que los bombarderos siguieron tranquilamente su camino, sin acusarla en absoluto.
 Un instante después busqué a mis compañeros. No aparecían por ninguna parte. ¿Dónde diablos podían estar? Al poco rato creí distinguirlos, ya lejos y mucho mas bajos. ¿Por qué habían huido de un modo tan repentino? No entendía lo que estaba ocurriendo.
 De pronto, una especie de reglas blancas y muy largas – humaredas de balas trazadoras-pasaron silbando junto a mí. Asustado, describí un brusco viraje, y la esbelta e inconfundible silueta de un caza alemán Messerschmitt-109 se cruzó ante mí como una exhalación. Y otros, que protegían a la escuadrilla de los Heinkels, venían hacia mí sin dejar de disparar. Mis compañeros, que no se habían distraído, probablemente se habían librado de ellos porque los Messers que, con su velocidad tan superior a la de los Chatos, hubieran podido atraparlos con facilidad, sólo tenían fijada su atención en el conejillo de indias que era yo.
 Me consideré perdido. No tenía escapatoria y se apoderó de mí una rabia inmensa. Rabia por tener que morir de aquel modo estúpido, aplastado sin esfuerzo alguno, como si fuese un gusano. Rabia a causa de mi impotencia, y rabia contra los que se divertirían matándome como quien tira al blanco. Fuera de mí, empecé a luchar como una fiera acorralada, tratando de que, puesto que debía morir, me acompañase alguno de mis verdugos. Les disparaba cara a cara y buscaba el choque cuando se me acercaban, pero eran mucho más rápidos y no tenían ninguna necesidad de correr riesgos. Mientras yo desarrollaba desesperadas cabriolas, intentando en vano cubrir todos los sectores, uno tras otro los Messers me regaban con sus proyectiles. Súbitamente, destrozadas por una ráfaga certera, saltaron las alas de un costado de mi aparato y éste entró en una barrena fulminante. De una sacudida desprendí el cierre del cinturón de seguridad y la misma fuerza de rotación me proyectó con violencia fuera de mi cabina. Una vez libre, asir la anilla que abría el paracaídas fue cuestión de un instante y me disponía ya a tirar de ella cuando de pronto, me asaltó el temor de ser ametrallado mientras bajaba, como, según me habían contado, a veces sucedía. Un ruso de la escuadrilla había muerto de este modo. Tenía que dominarme y aguantar. Sin que mi mano soltase la anilla salvadora, descendí de cabeza hacia la tierra de la que me separaban unos millares de metros. Cuándo me pareció que la distancia se había reducido lo suficiente, tiré de la anilla y la violentísima sacudida, consecuencia del frenazo producido al desplegarse la tela, fue como una caricia que me retornase a la vida. Había estado a punto de exagerar la nota, ya que abrirse el paracaídas y tocar la tierra con los pies fueron dos cosas casi simultaneas. Rápidamente, una vez deshechos los mosquetones del correaje, me arrojé de bruces dentro de la cuneta de una carretera que había junto al lugar de mi aterrizaje porque uno de los Messerschmitt, al que seguramente le había llamado la atención aquella tardía apertura del paracaídas, ya bajaba en picado para averiguar donde me hallaba y tal vez para dedicarme sus atenciones. No me vio y yo hice cuanto pude para impedirlo, puesto que en determinadas ocasiones me molestan las visitas.
 Cuando los aviones se marcharon, llegaron unos cuantos soldados que, como yo, se habían ocultado en aquellos lugares. Un pobre muchacho me dió unas alpargatas, único calzado del que podía disponer, porque con la brusca salida del aparato, ó en mi descenso, yo había perdido un zapato. Me ayudaron a recoger el paracaídas y me acompañaron hasta el pueblo más cercano, La puebla de Hijar donde se había establecido su comandancia. Allí me proporcionaron los medios para regresar a Caspe, no sin antes felicitarme por el gran valor –dijeron- que yo había demostrado al atacar a un enemigo tan superior. No me atreví a quitarles la ilusión, mas para mis adentros no dejaba de pensar que si hubiese advertido un poco antes la presencia de mis adversarios, muy distinta hubiera sido mi reacción...

Fuente:
Un aviador de la Republica
Joan de Milany (seudónimo de Juan Sayos Estivil)
Editorial Nova Terra
Noviembre 1971

« Última modificación: 08 Noviembre 2011, 10:53:58 por Tokarev » En línea

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« Respuesta #2 : 09 Julio 2010, 23:09:53 »

 Sentado en la cabina del caza, dispuesto para elevarme inmediatamente en caso de emergencia, transcurría mi turno de guardia en aquel aeródromo improvisado cercano a Balaguer, base de los únicos Chatos que quedaban en el frente de Aragón en las postrimerías de la retirada: diecisiete aparatos entre todas las escuadrillas nominales.
 La tarde se hacía interminable. Era a finales de Marzo, casi en primavera, cuando la naturaleza se empieza a despertar y los días se alargan. Los que no estaban de guardia yacían debajo de los aparatos dispersados en el campo y procuraban descansar de los servicios de la jornada, pero con la atención fija involuntariamente en la caseta de la comandancia., desde la cual se daban las órdenes de salida avisando previamente si ésta era ordinaria, o disparando unos cohetes de señales que nosotros llamábamos “raquetas” –del inglés rocket- si se trataba de una salida de emergencia.
 Mientras duraba esta situación de espera angustiosa, distinguí sobre la silueta de la Seo de Lérida, que se perfilaba en el horizonte, las negras explosiones de unos proyectiles antiaéreos, anuncio de que los aviones enemigos se acercaban a la ciudad. Seguro de que, a los pocos momentos, se nos daría la orden de ir a interceptarlos, puse en marcha el motor de mi aparato.

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 Unos instantes al ralentí para calentarlo, seguidos de una fuerte aceleración. El número de revoluciones era el correcto y el mecánico, diligente, quitó las cuñas de las ruedas. Con los nervios tensos como la cuerda de una ballesta, yo esperaba la señal de comenzar la acción.
 Pasaba el tiempo y la señal no aparecía por ninguna parte. Mi escuadrilla, de rusos y españoles, era la que disponía de más aparatos y, por este motivo, el tovarich que la mandaba tomaba las decisiones de carácter general en aquel aeródromo. ¿Era posible que pudiese estar tan distraído? Si tardaba mas en dar la señal de salida, no tendríamos ninguna posibilidad de dar alcance al enemigo.
 De pronto, en Lérida se alzaron unas enormes humaredas de color blanco amarillento y, al cabo de unos instantes, me estremeció el trueno de las bombas que asolaban la ciudad. No sabría explicar que ocurrió en mi interior al escuchar aquel rumor siniestro, pero un escalofrío atravesó todo mi cuerpo y oprimí a fondo, con rabia, la manecilla de los gases, para elevarme y poner proa hacia la ciudad martirizada, obedeciendo a u impulso incontenible.
 Mientras ganaba altitud, una ojeada al terreno que acababa de abandonar me permitió advertir que disparaban una raqueta de salida general. Tardía decisión, puesto que cuando llegasen a Lérida sería ya demasiado tarde. Aparté de mi pensamiento a los compañeros rezagados para concentrarme en el objetivo, en el que me hallaría al cabo de pocos minutos. . La aguja del altímetro subía con rapidez: 1.000, 2.000, 3.000 metros… Era extraño, pero no sentía temor alguno. Se había apoderado de mí una extraña sensación de vacío interior, de fría cólera.
 Me hallaba ya en la vertical de Lérida y no veía en lugar alguno a los bombarderos enemigos. Sin duda, libres de su carga mortífera, regresaban ya a sus bases, y empezaba a invadirme un claro sentimiento de frustración cuando, entre el humo de los proyectiles antiaéreos que ya empezaba a disiparse, distinguí los reflejos de un bimotor solitario, cuyo retraso se debía probablemente a la misión de fotografiar las consecuencias del ataque. Se hallaba a unos centenares de metros encima de mí y a una distancia que posibilitaba la interceptación. Era evidente que todavía no me había descubierto e inicié el ataque acercándome a el por el lugar más apropiado para que no lo advirtiese. Después de centrarlo cuidadosamente en mi visor, a unos doscientos metros de distancia oprimí el pulsador de las ametralladoras y las reglas de las balas trazadoras atravesaron durante unos segundos el punto de unión de su fuselaje con las alas. Me hallaba casi debajo de él y puesto que, como ya he dicho antes, las ametralladoras estaban fijas en el cuerpo del aparato, la posición de tiro me obligaba a mantener el avión muy enderezado, lo que me hacía perder rápidamente la velocidad necesaria para dominarlo. Pronto me ví obligado a interrumpir la maniobra y, picando rápidamente mientras viraba, me preparé para efectuar una segunda pasada.
 El bimotor había acusado el golpe. Una estela blanca demostraba que perdía combustible, pero sin que se declarase ningún incendio. Resultaba difícil derribar aquellos bimotores y el escaso calibre de nuestras armas impedía que los disparos que daban en el blanco fuesen más definitivos. Después de mí ataque, viró y buscó refugio en sus propias líneas.

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Fiat CR-32

 Lo asediaba de nuevo cuando una ojeada providencial me hizo advertir que a un millar de metros sobre mí, descendían unos cuantos Fiat de caza que, sin duda, velaban por la seguridad de los bombarderos. Nuestros pequeños Chatos, pintados de un color verde oscuro, resultaban difíciles de distinguir cuando volaban más bajos, sobre todo en una hora en la que las sombras del atardecer empezaban a extenderse sobre los campos. Las primeras noticias que habían tenido los Fiat acerca de mi presencia, habían consistido en los resplandores de las balas trazadoras y en la estela que dejaba el avión que se hallaba bajo su protección... Bajaban dispuestos a hacerme pagar cara mi osadía y no tuve más remedio que renunciar a mis propósitos agresivos y, mediante un violento medio tonel y medio looping, picar con el motor a toda marcha hacia mi terreno para intentar una problemática huida. Como hacía tan poco tiempo que me había encontrado aislado entre una escuadrilla de Messerschmitt, que me derribó como si fuese una perdiz bisoña, no me forjé grandes ilusiones sobre cuál seria mi suerte al cabo de unos instantes.
   Sin embargo, aquel día la lógica parecía haber decidido tomarse unas vacaciones, puesto que toda la escuadrilla completa de Chatos que había emprendido el vuelo más tarde que yo, y de la que ni siquiera me acordaba, hizo acto de presencia cuando los Fiat estaban a punto de darme alcance. Yo me precipité en medio de aquel grupo relativamente nutrido de aparatos, exactamente como el cazador del cuento, que llega al campamento perseguido por unos leones, gritando que ya son suyos y que solo falta que los demás los rematen. La sorpresa de los Fiat debió de ser considerable. Entusiasmados con la persecución de un enemigo solitario, se hallaron inesperadamente mezclados con un grupo que los doblaba en número y que tenía la ventaja de hallarse en territorio propio. Pugnaron por escapar, pero no todos lo consiguieron, Cuando, casi al anochecer, los Chatos aterrizamos en el campo, en el comunicado de servicio constaba una victoria.
 Personalmente, me sentí eufórico. Había sido el primero en presentarme sobre Lérida, una ciudad de Cataluña, la tierra que me había visto nacer. Había podido atacar a uno de los bombarderos que la herían, aunque el resultado fuese incomprobable, y, de un modo involuntario,  había servido de cebo para que se iniciase en buenas condiciones un combate favorable para nosotros. Cuando en la reunión informativa, el comandante ruso me ordenó que saliese de filas, lo hice convencido de que deseaba felicitarme.
 Pero la reprimenda que me administró fue terrible. Nunca lo había visto tan enfurecido.
 -Tú, loco!- gritaba congestionado- Tú no disciplina! Yo mandar tú a cárcel! Tú salir sin orden!  ¿Dónde tú viste raqueta?!.
 Quede anonadado. Creía haberme comportado como era debido, y el hecho de que el ruso me interpretase de aquel modo me deprimió y al mismo tiempo me indignó. ¿Cómo explicar a un intercionalista teórico, a cinco mil kilómetros de su país, que cabe olvidar los razonamientos cuando lo que está en juego es el afecto ancestral que sentimos por nuestros hogares?.
-He visto el bombardeo y pensé que debía salir.
-Pensar, mierda! No orden salir!
-Pero –me defendí- he podido atacar un bimotor…
-Y si nosotros no llegar ¿Dónde tú ahora? Tú no disciplina. Yo, informar estado mayor. Mejor fusilar en tierra y no perder aparato.
(Indicar que por aquel entonces,la frontera ya estaba cerrada y no se podian reponer los aviones que se perdian)

Fuente:
Un aviador de la Republica
Joan de Milany (seudónimo de Juan Sayos Estivil)
Editorial Nova Terra
Noviembre 1971

« Última modificación: 10 Julio 2010, 12:02:55 por HR_Tokarev » En línea

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« Respuesta #3 : 10 Julio 2010, 17:46:35 »

La introducción la escribe el célebre piloto republicano José María Bravo.

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José Maria Bravo.

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Antonio Arias

Ametrallamiento de Garrapinillos – Sanjurjo

 Nuestra escuadrilla participó el 15 de Octubre de 1937 en el célebre ametrallamiento de Garrapinillos (aeródromo cercano a Zaragoza. También se llamó Sanjurjo y Valenzuela) junto a otras unidades de Moscas y Chatos. Antonio Arias, compañero de la primera promoción de Kirovabad y muy amigo durante muchos años, describe el ataque magníficamente en su libro “Arde el cielo”. Dice así:
 
 Al aeródromo llegamos completamente de noche. El cielo está lleno de estrellas. Los mecánicos ya han preparado los aviones…

 En el aeródromo, el jefe de escuadrilla nos aclara algo el servicio que tenemos que realizar. Se trata de liquidar una concentración de aviones enemigos en el aeródromo de Garrapinillos. Nuestra misión principal consistirá en proteger a los Chatos.

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I-16 Mosca

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I-15 Chato

 Corremos a toda prisa hacia los aviones. La atmósfera está limpia. Sentados en las cabinas esperamos la señal de despegue. Los minutos parecen horas, da la sensación de que el amanecer se retrasa. Despegamos completamente de noche. Nuestra escuadrilla la formamos tres patrullas, nueve aviones. La cuarta patrulla se queda de reserva para proteger nuestro regreso. Por los tubos de escape se ven salir las llamas de la mezcla quemada. En ascenso formamos la escuadrilla en el aire. No hay que perder tiempo. El asalto a Garrapinillos está previsto como una acción instantánea y tiene que ser inesperado para el enemigo.

 Entre Hija y Azaila, (pueblos de Aragón) las escuadrillas de Chatos que dirige Anatolio Serov van protegidas por cuatro Moscas bajo el mando de Borís Smírnov (seudónimo?), Gúsiev y la nuestra, la primera, con Pedro (Devótchenko) a la cabeza. Delante, el invulnerable trío de Yeriómenko, Üjov y Pléschenko. Los Chatos van en vuelo rasante. La primera escuadrilla vamos a 4.000 metros. Toda la atención la pongo intentando ver si aparece el enemigo, aunque pensamos que estarán durmiendo.

 El río Ebro está cubierto por la niebla del amanecer. El enemigo no hace acto de presencia. Sus aviones pronto empezaran a arder.

 Comienza el carrusel. Serov con sus Chatos ha iniciado ya el ametrallamiento. Se ven los primeros incendios. Los antiaéreos no disparan. Nuestra escuadrilla continúa la protección y en el resplandor del amanecer se ven muy bien las explosiones en el aeródromo y sus alrededores.

 Los aviones enemigos estaban colocados por todo el campo, cerca uno de otro. Su formación la están rompiendo nuestros Chatos. Las explosiones de unos aviones incendian a los que están al lado.

 Desde Zaragoza empiezan a disparar los antiaéreos cuando la operación ya a finalizado. El aeródromo de Garrapinillos da la sensación de un mar incendiado. Las explosiones continúan. Las bombas que tenían preparadas para bombardearnos están haciéndole efecto a ellos mismos…
Borís quiso destacarse al ver que disparaban los antiaéreos de Zaragoza y les dio una pasada para hacerlos callar. Primero él con sus puntos y después le imitaron las otras dos patrullas de su escuadrilla. Yeriómenko y Üjov dan la señal de retirada. Pedro nos la da a nosotros. Nos dirigimos hacia Caspe. Los Chatos van delante en vuelo rasante.

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Anatolio Serov



Fuente:
 El seis doble escrito por José Maria Bravo
« Última modificación: 08 Noviembre 2011, 10:55:02 por Tokarev » En línea

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« Respuesta #4 : 10 Julio 2010, 21:38:45 »

El siguiente relato lo narra Juan Lario Sánchez, piloto republicano.

 
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Juan Lario Sánchez

Primera salida al frente y primer combate.

 A las once y media de la mañana, la escuadra de caza salió a realizar un servicio de protección de Natachas. Regresaron todos sin novedad.

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“NATACHA” (Polikarpov RZ)

 Después de la comida Morquillas me indicó que en el primer servicio a efectuar yo también saldría.
 A las cuatro de la tarde todos los pilotos recibimos indicaciones concretas de las características del vuelo. Objetivo: zona norte de Teruel. La misión consistía en el ametrallamiento de las líneas enemigas. Me aclararon que el servicio era similar al que habían desarrollado el día anterior.
 Despegamos y nos reunimos por escuadrillas formando un conjunto maravilloso. Lo que tantas veces había repetido en las clases teóricas de táctica ahora lo estaba realizando en la práctica de la guerra.
 Tres escuadrillas de Chatos (Grupo 26) volábamos a 3.500 metros y otras tres de Moscas (Grupo 21) se elevaron hasta los 4.500 metros, protegiéndonos del posible descuelgue de los Messerschmitt-109. Al sobrevolar Carrión se unieron a nuestro conjunto las dos escuadrillas allí destacadas.
 Nos acercamos al frente. Allí estaba Teruel.
 Un jefe de patrulla de nuestra escuadrilla (Castillo) se adelantó a nosotros indicando con frecuente alabeo que había divisado en la lejanía al enemigo. Empleando la misma señal de alarma enseguida se transmitió a todas las escuadrillas.
 Tomamos posiciones ventajosas, según las reglas que se observan en estos casos (tomar más altura y elección del momento de romper filas). El enemigo hacía otro tanto.
 En la lejanía y sobre el fondo azul del cielo se distinguían muchos puntos negros agrupados en escuadrilla escalonadas (el sistema táctico era igual en uno y otro bando).
 Con rápida mirada intenté contar las agrupaciones, resultando ser mucho más numerosas que las nuestras. Creo que superaban la cifra de 100 aviones. Según versión de los pilotos veteranos este fenómeno ocurría siempre.
 Pero nuestros aviones de caza comparados con los numerosos “Fiatos” poseían características superiores, por eso nadie se preocupaba mucho de la cantidad. Lo que verdaderamente constituía una preocupación era el descuelgue de los ME-109 que pudiendo volar mas alto que todos nosotros atacaban desde la altura por parejas sueltas para inmediatamente volver a su reinado después de haber soltado algunas ráfagas.
 Siguiendo la tradición de La Gloriosa, el combate fue aceptado.
 La distancia que mediaba entre las dos agrupaciones adversarias disminuyó hasta cero Ya estábamos todos juntos. Los Moscas en primer lugar atacan a los ME-109 y los Chatos se las entienden con los “Fiatos”. Una escuadrilla tras otra rompe filas y todos mezclados formamos un diabólico enjambre intentando clavar nuestros aguijones de fuego sobre el escurridizo enemigo que a su vez se revuelve contra nosotros. En algunos momentos las persecuciones son tan originales que no pueden ser comprendidas si no se tuviera en cuenta que la lucha que llevamos es a muerte y… caiga quien caiga.
 Infinidad de ráfagas acompañadas de balas trazadoras surcan el espacio azul buscando un cuerpo adversario donde depositar el virus mortal que encierran las máquinas automáticas. Las evoluciones que ejecutamos son extraordinariamente diversas: unos aviones ascienden veloces para después  lanzarse en desbocado descenso. Otros descienden en rápida picada para después subir retorciéndose a derecha o izquierda. Muchos se enzarzan en virajes profundos sobre una de las alas intentando “morderse” la propia cola. De vez en cuando se ve realizar alguna extraña pirueta donde la voluntad del piloto no interviene porque la crítica situación creada le ha inducido a evolucionar de cualquier manera. El arte de pilotar un avión de caza plenamente se pone aquí de manifiesto.
 Hubo un momento en que por encima de mí vi a un ME-109 que se disponía a atacarme volcándose sobre el ala izquierda.
 ¿Qué maniobra ejecuté? No lo recuerdo ni jamás lo supe, pero lo esquivé.
 A la salida de la maniobra vi a un Fiat que pasaba por delante. Abrí fuego con las cuatro ametralladoras de mi caza sin llegar a saber si lo alcancé.
 Hubo un momento en que vi a varios aviones enemigos juntos y yo andaba rondando por aquellos espacios. Involuntariamente me había internado en un avispero. Salí de aquella zona como bien pude disparando a diestra y siniestra.
 Se veían descender varios aviones incendiados y algunos pilotos suspendidos de los paracaídas.
 Cerca de mí divisé un Chato. Formé con él y ya no me separé. Sentí cierto alivio volando en improvisada pareja; pero mi tensión aumentó al ver que nos dirigíamos hacia una patrulla de “Fiatos” que habían pasado por debajo de nosotros. Abrimos fuego y rápidamente ascendimos tanto como consideramos oportuno. Miré hacia abajo y luego a la carlinga de mi guía. Una sonrisa y un movimiento afirmativo de cabeza ratificaba el desenlace victorioso de aquel fugaz ataque. Una estela de negro humo acompañaba a un manojo de alargadas llamas que a los pocos segundos se perdieron de nuestra vista porque el combate continuaba. Yo no creo que las ráfagas que solté fueron las que derribaron el aparato adversario; pero por lo menos lo intenté. No deje de pensar que mi compañero tenía mas experiencia y sabía muy bien lo que hacía.
 Los breves minutos de la lucha entablada se extinguieron y ambas partes consideraron que el encuentro había llegado a su fin.
 Instintivamente fuimos concentrándonos en pequeños grupos evolucionando suavemente y describiendo amplios círculos sobre nuestro territorio. El combate había terminado.
 Los jefes de escuadrilla comenzaron a balancear profundamente sus aparatos. Es la señal convenida para formar de nuevo en los correspondientes puestos y regresar a nuestras bases correctamente formados por escuadrillas.
 Los aviones de los jefes tenían dibujado en los dos lados de la quilla una figura geométrica que caracterizaba y determinaba la unidad a que pertenecía  (triángulo, cuadrado, rombo, etc.) La mía se designaba con un triángulo blanco.
 Me situé en mi puesto y Morquillas me sonreia.
 Ya tranquilo noté que tenía la boca reseca. Tenía sed. Mucha sed. Es lo que suele suceder en estos casos a todo novato.
 El regreso se efectuó sin ninguna novedad.

Fuente:
 Habla un aviador de la Republica
 Juan Lario Sánchez  

« Última modificación: 08 Noviembre 2011, 10:55:49 por Tokarev » En línea

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« Respuesta #5 : 14 Julio 2010, 18:16:50 »

Bombardeo de Gernika.
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« Respuesta #6 : 29 Septiembre 2010, 23:12:34 »

Relato de un tripulante de Katiuska derribado y capturado tras un ataque a una base de la Legión Condor.Encontrado en el foro de la 3ª escuadrilla.

                                                                             Para ver el contenido hay que estar registrado. Registrar o Entrar

Son muchos los servicios y horas de vuelo que realizó Ballester: el relato completo de ellos requeriría un volumen aparte. Nos limitaremos a exponer el último servicio que realizó y las consecuencias del mismo. He aquí su verídica historia.
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« Respuesta #7 : 26 Marzo 2011, 18:01:50 »

VUELO DE TRASLADO AL FRENTE NORTE (POR FRANCISCO TARAZONA)
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Los pilotos de la 3ra. Escuadrilla en Sabadell, 1938: Bravo, Margalef, Calvo,
Pitarch, Sirvent, Ucar, Toquero, Paredes,Quereda, Beltrán, Tarazona y Montilla

Día... Amanecer. Doce monoplanos 1-16 despegan del campo de El Carmolí. Una vez formados en cuña, el jefe de la escuadrilla pone proa al Norte y le seguimos. Vamos a Manises (Valencia) y de ahí...
Muchos amigos se quedaron en la Torre del Negro. Entre ellos Claudín y Herrera. Hemos llegado a entendernos a fondo. Son grandes tipos. A Eduardo Claudín, cuyo destino fue el frente de Madrid, lo volvería a ver. Emilio Herrera fue enviado a las cercanías de Zaragoza, donde —de esto me enteré estando en el Norte—, fue derribado y perdió la vida durante un combate aéreo contra Fíats.
Bordeando la costa, llegamos a Valencia por La Albufera. Cuando desde lejos distingo la silueta del Miguelete emergiendo del mar de bruma, siento alegría. Toda una época feliz desfila rápidamente por mi mente. En Valencia pasé muchos de los años más felices de mi vida.
Después del aterrizaje para cargar gasolina, salimos hacia Madrid. ¡No hubo permiso para nadie! ¡Tan cerca de los míos y no poderles ver! Esto es tener mala sombra. Apenas pude hablar por teléfono unas palabras con mi hermana Luisa. «¡Cuídate!», me ha dicho.
Al cabo de una hora de vuelo empezamos a distinguir la meseta castellana, y, a poco, llegamos a Alcalá de Henares después de haber dejado atrás el río Tajo. En este bello paraje castellano, donde recibiera el bautismo el creador del Quijote, aterrizamos. Como la mayoría de los pilotos que forman parte de la Escuadrilla son madrileños, hay gran jolgorio entre ellos al enterarse de que disfrutamos de tres días de permiso hasta que lleguen a Alcalá otras dos escuadrillas de 1-16. Es una oportunidad que no dudo aprovecharán.
No obstante estar tan cerca de Madrid, Eloy no quiere separarse de mí.
—Vamos a tu casa —le digo, al notarlo triste. —¿Para qué? Mi madre está en Valencia —contesta—. Además, de aquí tengo malos recuerdos. No quiero ir para nada.
—Está bien, nos quedaremos aquí —le digo.

Día... Al tercero de haber llegado al campo de Alcalá nos reúnen a los pilotos de I-16. Somos treinta contando a los de las dos escuadrillas que llegaron ayer. Un revuelo de voces nos indica que alguien a quien esperábamos se dirige a nosotros. Varios oficiales se acercan al grupo; un coronel se adelanta a los demás, y, después de saludar, con voz serena, dice:
—La situación en el frente Norte de España es delicada debido a la falta de material de guerra. Vosotros sabéis que la Escuadra fascista bloquea el Cantábrico impidiendo la llegada de barcos a Gijón y Santander. Aun suponiendo que algún barco llegue allá, la cantidad de material que transporte será insuficiente. Referente a los aviones, hay dos maneras de enviarlos. Una es tocando Francia, y la otra es volando sobre territorio dominado por el enemigo. La primera solución ha sido desechada, ya que las autoridades francesas se incautan de los aviones e internan a los pilotos. La segunda resulta peligrosa, pues los aviones que consiguen evadir a los cazas y antiaéreos enemigos durante la travesía, llegan al campo de destino con poca gasolina, exponiéndose a ametrallamientos y bombardeos durante el aterrizaje. Por lo tanto, amigos, os diré que en el Norte hacen falta pilotos, pero únicamente irán aquellos de vosotros que lo deseen, como voluntarios. Eso es lo que tenía que deciros. Ahora bien; a quienes sean, les deseo suerte.
La sorpresa dura unos instantes, al cabo de los cuales Toquero, Eloy, Frutos, Saladrigas, Prada y yo nos ponemos en la línea de voluntarios.
—Tú, ¿por qué te adelantaste para ir al Norte? —le digo sorprendido a Toquero.
—Eso ya lo sabrás cuando lo conozcas más —ataja Luis de Frutos.
—Por lo pronto me ha causado una agradable sorpresa —dice Eloy con la alegría reflejada en su aniñado rostro—. Creí que nos dejarías en la primera oportunidad y... francamente, estoy encantado de haberme equivocado.
—Toquero es gritón y se refunfuña demasiado, pero ya lo conoceréis y veréis qué clase de elemento es. Oro puro —remata Frutos.
Cogidos de los hombros nos hemos alejado del grueso del grupo; una vez solos, comenzamos a desfogar la gran alegría que nos embarga. Nos sentimos como si hubiéramos realizado una gran proeza. ¡Voluntarios! ¡Qué sabemos nosotros lo que es eso! Como si se tratara de ir a jugar un partido de fútbol o algo por el estilo. Sea lo que fuere, yo me siento un héroe. Sí, un héroe sin haber ni siquiera empuñado aún una escopeta para matar lagartijas, pero me siento con el tamaño de un gran personaje. Soy un voluntario para pelear en el frente del Norte, iEl temible Norte!

AGOSTO
DÍA... NOS han despertado cuando aún es de noche. Adormilados en un rincón del coche que nos conduce a Alcalá, Eloy y Toquero hablan de unas «curritas» que conocieron anoche en las cercanías de Vallecas, un pueblito situado cerca de Madrid. Al detenerse el auto y bajar de él, quedo extasiado ante el paisaje. Las cumbres de la sierra del Guadarrama, al amanecer, empiezan a teñirse de rosa pálido. La atmósfera, tan limpia, da la impresión de vacío. Una ligera capa de hielo cubre algunos charcos cercanos a los aviones. Estamos en el campo de Alcalá de Henares, cerca de Madrid.
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Sí... sí... Ya lo sabía, pero, y ¿ese «Katiuska»?
¡Ah! es un bimotor que nos va a guiar a Santander.
Pronto, todos los pilotos nos sentamos en nuestros aviones, en nuestros 1-16, en nuestros «Moscas». Sólo aguardamos la señal de despegue. De repente viene a mi mente una avalancha de recuerdos... Valencia...
Cómo un bofetón llega a mi cerebro la voz de «¡Contacto!»
El mecánico me hace señas de que él «Katiuska» empieza ya á rodar.
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Tupolev SB-2 -Katiuska- (B-5)

i El temido Norte! Por su carencia de material y aislamiento parecía una presa fácil para el pujante enemigo. Pero algún «milagro» tenia que suceder en nuestra zona. ¡De eso estábamos seguros! Un gran milagro que permitiera que los cazas, casi inexistentes, llegaran a aquella remota parte de la España leal. Sea como fuere, allí estábamos, disponiéndonos a dar el salto por encima del territorio ocupado por el enemigo, para posarnos en La Albericia (Santander), aeródromo de destino. El precio podría ser elevado. Nos batirían durante el trayecto, y lo peor sería a la llegada, sin gasolina para poder defendernos. Mas nada de eso parecía importarnos lo más mínimo. Si nos hubiera importado a aquel grupo de jóvenes de dieciocho a veintiún años, los pilotos de Caza no existirían. Una aventura nada más! Aquel pequeño salto  y luego.., i lo bueno! Entonces vendría lo verdaderamente emocionante. Entonces se vería la cacareada valentía de algunos o saldría a relucir el oculto miedo de otros.
Los potentes motores empiezan a ronronear lentamente, calentados para el despegue. Poco a poco, el furor de nueve mil caballos de fuerza se desata por todos los ámbitos de la campiña castellana, aumentado por la puesta en marcha del bello bimotor que nos guiará. Despegamos. Después, nos vamos acercando sedosamente al bimotor, que enfila hacia Madrid. Antes de dirigirnos hacia el Norte, rumbo a Santander, describimos un gran círculo que nos permite hacer altura antes de meternos en terreno enemigo. La formación de vuelo queda cerrada. Bella mañana. Una vez que traspasamos los 4.000 metros, la vista es verdaderamente hermosa. El azul infinito no delata la guerra que hay abajo, donde los hombres se destruyen sin piedad.
Después de un rápido ascenso, nos nivelamos a 7.000 metros. A esa altitud, un frío de 30° bajo cero empieza a congelar el pensamiento y la sangre. El frío e inmovilidad, unidos a la inquietud del que se enfrenta por vez primera a lo desconocido, me hacen temblar.

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Transcurridos treinta minutos del despegue. la tranquilidad del vuelo de la pequeña formación cesa. Unas explosiones ocurridas delante nos ponen a la expectativa. El suave deslizamiento por la atmósfera se transforma en una carrera a toda velocidad sobre una superficie empedrada. Los AA 1 enemigos han removido, al hacer explosión, la quietud de aquella altura. Con la expansión de las ondas, los zarándeos son terribles. Pero no pasa nada.
Mis nervios están tranquilos, dentro de lo que cabe.
Sobre Burgos, empezamos a descender. La costa Norte de España comienza a delinearse ante nosotros cuando el desagradable temor de un encuentro con la Caza enemiga aumenta dentro de nuestra mente, a medida que nos acercamos a la meta. Estamos sobre el mar Cantábrico. Hace apenas una hora y diez minutos que hemos despegado de Alcalá. Por debajo de los 3.000 metros se empieza a disfrutar de un calorcillo agradable. Los rojos tejados de Santander, rodeados por la verde campiña, resaltan, rematado todo por el azul inquieto del mar norteño y por la bruma incolora al fondo. Las calles del puerto aparecen a ramalazos ante nuestra atareada vista. No debemos perder el contacto con Pligunov2,  Jefe de la Escuadrilla.
De improviso, desfila bajo nuestra mirada una superficie llena de agujeros. Unos hombres, corriendo, despejan de herramientas el campo de La Albericia. Restos humeantes de camiones-tanque de gasolina y esqueletos de aviones en posiciones grotescas son la señal de que ha sido bombardeado. Los embudos hechos por las bombas, con sus radios negros por la ardiente metralla, confirman nuestros temores. Pligunov, con el tren de aterrizaje abajo, enfila su caza hacia una línea más o menos recta que delimita en su mente entre los cráteres de las bombas. Con gran habilidad posa el caza en tierra no sin antes haber tenido que sortear un gran agujero al final del recorrido.'¡Bueno!, eso estaba bien para Pligunov pero... ¿y nosotros, simples bisoños hechos únicamente al aterrizaje en la retaguardia y en campos grandes? Los 1-16 que tripulamos aterrizan a 160 Km por hora, y hacerlo en aquel callejón lo juzgo francamente imposible.
Con una bandera en la diestra, Pligunov ordena el aterrizaje, y. no obstante la tensión nerviosa de los pilotos, todo sale bien. Puede decirse que ha sido una operación segura, dados los elementos contrarios que en ella intervinieron. Así nos lo hace saber, una vez en tierra, el Jefe de Escuadrilla.
El enemigo ha bombardeado Santander varias veces este día, y en una de tantas incursiones, ha llegado hasta el campo, bombardeándolo. Seguramente les había llegado ya el soplo de nuestro arribo. Mi vista recorre en toda su extensión aquel campo y las sierras de los alrededores. Algunos aviones arden, mientras los soldados tratan infructuosamente de sofocar el fuego.

1  Artillería antiaérea o antiaéreos.
2 Uno de los pilotos voluntarios que llegaron de la URSS. Su verdadero nombre, y de esto me enteré a los veintisiete años de aquel 18 de agosto de 1937, es el de Borís Smirnov, actualmente general de Brigada y Héroe de la Unión Soviética.
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« Última modificación: 26 Marzo 2011, 18:15:09 por Tokarev » En línea

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« Respuesta #8 : 27 Marzo 2011, 15:59:02 »

BAUTISMO DE FUEGO DE FRANCISCO TARAZONA TORAN

Día...   Los acontecimientos se suceden con mayor velocidad de lo que se podría suponer. No hay tiempo para aclimatarse. Se nos reúne inmediatamente para hablarnos de la situación en el frente. Castro Urdiales, por el Este, y el río Trubia. Por el Oeste, al Norte el Cantábrico y al Sur una línea sinuosa cuyo extremo más meridional llega a Aguilar de Campo y Valderredible, son los límites de la zona de batalla. La anchura de esa franja de terreno fluctúa entre los 30 y los 50 kilómetros.. Tendremos que defender 280 Km de línea «pasiva» más 180 de costa, aparte los 50 de frente activo.
La artillería y fuerzas motorizadas del enemigo aplastan poco a poco la tenaz resistencia de 70.000 hombres que defienden aquella franja de territorio republicano. Las tropas enemigas avanzan hacia Santander apoyadas por una fuerza aérea abrumadora. Su Aviación cuenta, para el frente del Norte, con más de 250 aviones, entre cazas y bombarderos. En conjunto, los fascistas reunían en el aire más de 100 aviones de caza, 100 de bombardeo y 30 de asalto, desplegados entre las Agrupaciones  Nacional   (españoles), Legionaria (italianos) y Cóndor (alemanes) 1.
¿ Y qué tenemos nosotros?
—¡Poco! —dice Martín Luna, Jefe de la Sexta Región Aérea—. Cincuenta aviones. De los cuales quince o veinte son unas reliquias. Él «Circo Krone»
—¿Y eso, qué es?
—Una variedad de aeroplanos antiguos, de diversas marcas. Los utilizamos como bombarderos. Hay de todo, Bristol ingleses. Kolhovcn checoslovacos y Letov, Bréguet, Potez y Nieuport franceses. Velocidad máxima, ciento sesenta por hora. En números redondos, somos uno contra seis.
Juan Antonio Ansaldo, piloto monárquico —en aquel entonces al servicio de Franco—, en su libro ¿Para qué?, pp. 178 y 179, refiriéndose al frente del Norte, dice:
<Una aplastante superioridad aérea sobre el enemigo logró fácilmente romper el frente Este por Bilbao. Las escuadras alemanas de bombardeo ensayaron prácticamente su nuevo material y sistemas de acción a lo largo de esta campaña y, por primera vez, nuestra guerra civil tomó caracteres de «gran guerra» Las poderosas agrupaciones aéreas, sincronizadas al segundo con el avance terrestre, precedido y acompañado a su vez por el fuego de importantes concentraciones artilleras, jugaron un papel decisivo en el éxito táctico»

No tenemos tiempo para pensar en la magnitud de lo que nos acaban de decir. Se ordena un servicio al frente. Dos pilotos veteranos se incorporan a la Escuadrilla, tomando el mando de dos patrullas. Nos parece lógico; lógico y necesario. Nos tendrán que llevar de la mano en nuestra primera misión de guerra, por lo menos hasta el mismo frente. Una vez allí, la cosa cambiará: cada cual verá de qué modo pone en práctica lo que ha aprendido.
La formación queda integrada de la siguiente forma:
Pligunov, con Eloy y Prada, primera patrulla. Mijailov, con Tarazona y Huerta, segunda patrulla. Querenco y Saladrigas» tercera patrulla. Ocho «Moscas» en total. Hoy, no más. !Contra 250 aviones! Esperamos la orden de salida de un momento a otro. Por fin, abordamos los cazas.
Despega Pligunov y le siguen Eloy y Prada. El avión de Mijailov ruge potente. Avanza, se eleva. Ahora sigo yo. Una mirada al tablero de los instrumentos y todo está correcto. Adelanto la cabeza, y ante mí reluce la húmeda superficie de la pista, que distingo a través del girar de la hélice. Meto gases a fondo. Aumenta el ruido v la vibración en la cabina. Mi «Mosca» adelanta pesadamente al principio, pero no tarda en incrementar su velocidad. El verde pasto huye veloz. El rugido del motor se hace más intenso. El caza levanta la cola. Muevo la palanca hacia atrás. Despego. Estoy en el aire. No he perdido de vista a Mijailov. Detrás de mí ascienden los otros. Pienso en Elena, mi novia. Me pareció verla fugazmente en el momento del despegue. En un instante todo se borra de mi memoria. Mijailov me hace señas indicando que me acerque más. Huerta ya está detrás de mí, formándose rápidamente. Pronto la Escuadrilla queda cerrada. Mientras ascendemos, las densas humaredas y explosiones me indican que volamos ya sobre el frente, en el que se libran violentas batallas. Como un relámpago acuden a mi mente los consejos de Orlov —mi instructor de combate—; «iNo dejes de mirar para atrás ni un momento! ¡El enemigo se oculta en el sol! ¡Te atacará por la cola! cuida la cola! Cuida el sol, ahí se esconden!» Mi cabeza es un torbellino. Trato de mirar y no veo nada. De pronto, vuelvo la cabeza y veo que Mijailov está disparando sus ametralladoras. ¿Contra quién? Sí; ¡ahí están! Distingo a unos aviones que pasan por delante de mí a unos doscientos metros escasos, pintados de verde oscuro. Son raros, como camuflados, con un distintivo en el timón, una cruz, o aspa negra sobre fondo blanco. ¡Aspa negra sobre fondo blanco!. ¡Aviones enemigos! ¿Italianos? ¿Alemanes? : ¡enemigos! Mis nervios se ponen tensos, aprieto los gatillos, esperando sentir el trepidar de mis ametralladoras, el olor a pólvora, ver las trazadoras; pero no, no veo nada, no oigo nada. ¿Qué pasa? ¡Cristo! El seguro de las ametralladoras está puesto. Procuro no mantener el vuelo horizontal un solo momento. Pico. subo, viro profundamente, hago medios toneles. Recuerdo los consejos de Orlov: «No estés quieto un solo instante» Aquella serie de maniobras me hace perder de vista a Mijailov.
Busco a mí alrededor, arriba, abajo. Nada, ¡Ni un alma! Estoy solo. Mejor dicho, estamos solos mi caza y yo. Ha transcurrido una hora desde que salimos de La Albericia. Teniendo en cuenta el consumo de gasolina decido regresar. Pongo él «Mosca» rumbo al Norte, tratando de divisar la costa como referencia para localizar el campo. Inconfundible, aparece Santander ante mi vista. Aterrizo.
Una vez en tierra salto de la cabina y el mecánico me ayuda a deshacerme del paracaídas, al mismo tiempo que me interroga:
—¿Cómo estuvo el combate?
—¿Ya aterrizaron todos? —pregunto a mi vez.
—Seis. Falta el jefe y otro.
—¡Pligunov! —exclamo asombrado.—. ¡No es posible!
En este momento nos llama la atención un aparato que se acerca al campo. Varios pilotos corren hacia él. Es un «Mosca» que se aproxima con el motor parado. Ya está cerca, casi en el lindero pero no llegará. Parece que trata de aterrizar de barriga mas de pronto, el piloto tira de la palanca hacia atrás, para salvar un montón de tierra. Él «Mosca» sé encabrita, hinca la nariz y capota, cayendo invertido dentro del campo, arrastrándose en esa posición unos cien metros. Finalmente, queda inmóvil. Corremos para tratar de librar al piloto de esa trampa. Es Pligunov. Aunque no viene herido de bala, su estado es delicado a causa del magullamiento general, amén del susto. En la caseta de mando nos espera la noticia de que Prada ha sido derribado por la AA; que pudo saltar del avión, pero que el paracaídas no se le abrió. Es nuestra primera baja en combate.
Mijailov me pregunta: —¿Qué tal te ha parecido el combate? Confuso, interrogo a mi vez: —¿Cuál combate? El insiste:
—¿No viste los aviones que te atacaron?
—No, no vi nada... Sólo unos biplanos que pasaron por delante de nosotros cuando aún estábamos ascendiendo. Les vi las marcas que usan los «fachas» Pensé que serían Fiáis, pero, ¿combate? ¡Ni hablar! Les disparé por. nerviosismo, pero creo que estaban lejos, bastante lejos.
Me dirige una mirada incrédula, y, tomándome del brazo, me dice:
—Ven, vamos a tu avión para que veas.
Al llegar vi que el mecánico contaba los agujeros de mí «Mosca» en las alas y el fuselaje. El estabilizador estaba acribillado.
—Así pasa al principio —me dijo Mijailov sonriente—; no ve uno nada. Poco a poco irás dominando el aire, pero, eso sí... No te estés quieto un solo momento, como dices que hiciste hoy. Y procura no perder la formación. Eso es muy importante.
Después de todo, estoy contento. Siento ya confianza. Las dudas empiezan a desaparecer! Vaya manera de recibir el bautismo aéreo! Mi avión hecho una criba, y yo sin enterarme.
—¿Qué te ha parecido? —me pregunta Eloy en el chalet. —¿El qué?
—El jaleo.
—No he visto nada —contesto—, pero creo que serviré. Lo demás vendrá poco a poco. Si tengo suerte y paso la novatada, creo que serviré para Caza.
—A mí me ha sucedido algo similar —contesta Eloy, con la mirada llena de alegría—, pero no he sentido miedo. ¡Nada! Al contrario. Me he entusiasmado,! Es formidable! .Lástima lo de Prada y lo de Pligunov!
—Es como si besaras a una novia por primera vez —dice Frutos,
—Sí, pero esta novia tenía cara de hereje —contesta Toquero...
—No nos podemos quejar —asiente Eloy—. Sí exceptuamos, claro, la pérdida de Prada. ¡Sí el paracaídas no le hubiera fallado... !
—Seamos optimistas —continúa Eloy—; hemos hecho un buen papel, para ser la primera vez que vamaos al frente. ¿Qué más podía esperarse?
Esta noche, entre dormido y despierto, veo la cara interrogante de Mijailov, al mecánico riéndose, y, en medio de los dos, un gran envoltorio blanco, como un sudario. ¿Qué será eso? Poco a poco se va desenvolviendo y de él emerge una cabeza espantosa con gafas de vuelo. A pesar de su monstruosa deformación lo reconozco: ¡es Pardal

1 Según José Gomá. Coronel piloto de la Aviación de Franco, en su libro la Guerra en el aire, p. 242.
« Última modificación: 27 Marzo 2011, 16:01:05 por Tokarev » En línea

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« Respuesta #9 : 13 Noviembre 2011, 00:57:28 »

Fuente: Yo fui piloto de caza rojo.Francisco Tarazona Torán.

Día... Todavía está oscuro —las cuatro o cinco de la mañana serían— cuando una voz agria y destemplada llama.
—¡A desayunar!
Nos preparamos rápidamente, y luego nos sentamos como autómatas frente a una mesa, mientras unas chicas sirven el desayuno.
  Nos dirigimos a los autos que nos conducirán al campo. Una vez en él, llegan las órdenes: hay que ametrallar la carretera que une Torrelavega con Santoña. El «Circo Krone» se encargará del bombardeo mientras nosotros ametrallamos, vigilados por la «segunda» de «Moscas». Las dos escuadrillas deben regresar juntas del frente, encima del «Circo Krone».
Dichos bombardeo y ametrallamiento se van a realizar sobre las tropas italianas que avanzan para cortar las líneas entre Torrelavega y Santander. Despegamos seis «Moscas». En una patrulla vamos Pligunov, Huerta y yo. En la otra, Mijailov, Eloy y Saladrigas.
Las seis de la mañana. Vamos volando nivelados a 3.000 metros. Una espesa capa de niebla se extiende sobre vados y ríos. Los Picos de Europa se alzan sobre aquel mar impalpable.
Pligunov, que ya está recuperado de los golpes que sufrió ayer, se dirige en punta de flecha hacia el Sudeste, en busca de los «Chatos» que vamos a proteger. A nuestra derecha, vigilantes, vuelan ya los pilotos de la segunda patrulla de «Moscas», moviéndose de un lado para otro en forma ondulante, guardando nuestros flancos. Van mil metros más alto que nosotros. Un rápido batir de alas de Mijailov interrumpe nuestro sereno vuelo, y, al acercarnos a su avión, nos señala con el brazo un punto situado delante y debajo de nosotros.
Alcanzo a distinguir, en el fondo de una vaguada, hasta catorce puntitos que se mueven; luego, dieciocho, veinte, hasta un total de veintidós. Son «Chatos» que se elevan por encima de aquel mar de algodón, buscando la caza amiga. A un lado, el «Circo Krone», con la gallardía de los valientes, forma una cuña de acero. Con más fe que armas nos dirigimos al frente. Volamos sobre el rumbo fijado y, bruscamente, al rodear una montaña, vemos el objetivo: la carretera.
El enemigo marcha en perfecta formación. Al percatarse de nuestra presencia, los camiones se detienen, y sus ocupantes saltan de ellos refugiándose en ambas cunetas. Los «Chatos» empiezan a ametrallar. Varios camiones arden. Muchos cuerpos de soldados yacen muertos o heridos. El enemigo logra reponerse pronto de la sorpresa que le ha causado el ataque, y emplazando varias ametralladoras, contesta a nuestro golpe con fuego nutrido. Más alto que nosotros, la segunda patrulla
está trabada en furiosa pelea con cazas italianos. Arriba de éstos hay unos pequeños puntos blancas. Le hago señas a Mijailov, pero éste ya está enterado de la presencia de los cazas alemanes, y parece esperar que los «Chatos» y el «Circo Krone» terminen su misión para entablar combate con el enemigo, si es que éste lo permite. Mas no es posible esperar tanto. Los Fiats se han descolgado, amenazándonos por la cola. Entonces, Mijailov pica para avisar a los «Chatos» y toma altitud de combate. En un santiamén se entabla una gran batalla aérea. Lo que más nos preocupa es la posibilidad de que los contrarios hagan contacto con nuestro «Circo Krone», pues habría escasas esperanzas de salvar a ninguno de ellos. Por fortuna, los compañeros se han esfumado de la zona peligrosa.
En estos momentos me encuentro solo. Trato de fijarme bien en todo, procuro situarme y meterme dentro del área de combate, y, al mismo tiempo, conservar ciertas ventajas que, únicamente yo, debo conseguir y mantener. Esto es: velocidad, altitud y espacio para maniobrar favorablemente durante los combates. Lo primero que hago es mirar hacia atrás, a mi cola. No hay nadie. Todos los cazas parecen estar más abajo. Busco un objetivo. ¡Ya está! Hay uno delante y abajo. Mi presunta víctima. Conservo esforzadamente toda mi sangre fría y me dejo caer, colocándome muy cerca y detrás de él, casi de puntillas. ¡Qué inmenso lo veo! Casi le corto la cola con mi hélice. Siento una extraña emoción. ¡Todo un Fiat al alcance de mis máquinas, de mis disparos! Con los nervios tensos, oprimo los gatillos, y una nueva sensación de poder y confianza me embarga, al ver las trazadoras clavarse en el cuerpo, del  Fiat :  1.600 proyectiles por minuto. Trazadoras, antitanques, explosivas. ¡Todo para el intruso! El Fiat, herido, trata de escapar de la muerte con un medio tonel. Pero el motor está tocado. Gran cantidad de humo negro se escapa de él. Lo sigo. Estamos bajísimos y pronto debo enderezar el vuelo. Al hacerlo, observo un bulto que se desprende de la cabina y acto seguido, el caza italiano pierde el control culebreando en el aire.
El bulto que veo saltar supongo que es el piloto, pero la poca altitud que lleva no le permitirá abrir su paracaídas. El final no puede ser otro: se estrella contra la tierra.
Todo ha sucedido en el espacio de breves segundos. Siento gran satisfacción porque se trata de mi primera victoria. ¡El primer avión enemigo que he derribado! Sin embargo, al reconsiderar el lance, me doy cuenta de que cometí varias torpezas sólo achacables a mi falta de experiencia y nerviosismo. Había llegado demasiado cerca del Fiat. No miré hacia atrás para guardar mi espalda. Después, seguí con la vista toda la trayectoria de su caída. Estas estupideces podrían haberme costado la vida. Me prometo solemnemente no volver, durante el resto de la guerra, a incurrir en tales faltas. Pasados los primeros instantes de embriaguez, busco a mis compañeros con el fin de unirme a ellos. Algunos están trabados en un gran combate contra los Fiat, mientras que el resto continúa ametrallando la carretera.
Decido unirme a los últimos y doy una pasada rasante abriendo fuego sobre tanques y camiones con todo lo que tengo a mi disposición. Mis ametralladoras se encasquillan. No puedo arreglarlas. Las dejo. Trato de orientarme. Al hacerlo, llevo mi avión lo más bajo posible para eludir cualquier contacto con cazas enemigos. Así, llego hasta el mar en un lugar que me resulta desconocido. Tengo que hacer altitud para encontrar «mi» estrella santanderina. A los 2.000 metros, la diviso a estribor y hacia ella enfilo mi caza. Una mirada al reloj me indica que he estado volando cerca de 1 hora y 40 minutos. Me queda poca gasolina, pero aterrizo sin contratiempos.
Al llegar me cuentan que Pligunov ha sido derribado. Me quedo perplejo, ¡¿Es posible?!
 Cuando lo traen a la casa de la Escuadrilla, vamos a verlo. Tiene rotos el brazo y la pierna derecha. Los ojos sufren un derrame sanguíneo tremendo. Ha tenido que usar el paracaídas a gran velocidad, y, al abrirse, el tirón ha sido brutal. Las axilas y entrepiernas las tiene en carne viva. Lo han «agarrado» entre varios monoplanos alemanes y le han acribillado el avión. Afortunadamente, ni una bala le ha herido. Su experiencia lo salvó, pues los cazas enemigos abandonaron la presa creyéndola destruida. Pero Pligunov, en vuelo rasante y jugándose el todo por el todo, puso en práctica el lanzamiento a baja altitud y... salvó la vida. ¡Cuánto me queda por aprender!
« Última modificación: 13 Noviembre 2011, 01:01:47 por Tokarev » En línea

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« Respuesta #10 : 08 Enero 2012, 16:16:31 »

Fuente: Yo fui piloto de caza rojo.Francisco Tarazona Torán.
Fotos de: Aviones de la guerra civil española
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Salida de protección de columna de tropas

Estamos a fines del mes de agosto de 1937. Nos mantenemos con una moral alta. Nadie piensa que el Norte se pierda. Sin embargo, retrocedemos todos los días... Por cada avión nuestro hay seis de los otros. El enemigo está cada vez más cerca de Gijón. Sabe que tiene que acabar con nosotros. Le consta que salimos a su encuentro donde quiera que esté, o que defendemos lo que se nos encomienda sin reparar en el número, la calidad de los hombres y los aparatos. ¡Cuántas veces nos han acorralado! ¡Qué fácil es para ellos arrinconamos, reducirnos el terreno hasta que casi no podemos movernos! Sin embargo, no hemos dejado de combatir. Los servicios en el frente van siendo más frecuentes, a pesar de que nuestra fuerza ofensiva es cada vez más raquítica... Dieciséis..., catorce, a veces sólo diez aviones. Todo tenemos que hacerlo siempre los mismos: ametrallamientos, protección de líneas, defensa de campos... Estamos al borde del desplome físico. Hoy, por ejemplo, en menos de seis horas hemos hecho ya dos servicios de ametrallamiento, aparte de una salida por alarma, temprano, y tenemos que volar al frente por tercera vez para proteger la retirada de las tropas que evacúan Llanes. Voy al mando de la Escuadrilla, formada por sólo cinco Moscas (uno se queda en reparación). Eloy y Toquero forman a mi derecha, y Frutos y Huerta a mi izquierda. El frente es visible a los mil metros de altitud, pues está apenas a unos veinte kilómetros de nosotros.

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Frutos, Huerta y yo, casi al mismo tiempo, nos percatamos de una formación de aviones enemigos que vuela más alto, a nuestra derecha, y que se dirige hacia nuestras líneas. Debido a su ubicación les es difícil localizarnos. Son trimotores junkers, y, el resto, un grupo de 25 ó 28 Heinkel 70 y Messerschmitt 109. Por la altitud que llevan —2.500 a 3.000 metros—, juzgo que van sobre Gijón.
Los dejamos pasar, ya que tenemos que concentrarnos en lo nuestro, que es la protección de las tropas en retirada: tal vez mañana tengamos que salir al encuentro de una formación tan superior a la nuestra como la que acaba de pasar.

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Heinkel 70
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Bf-109


Al llegar a la zona de Llanes nos dividimos en dos patrullas para la protección inicial; volamos a 3.000 metros; Frutos, Toquero y yo en una, y Eloy y Huerta en la otra. Damos una vuelta hacia el mar. Brilla esplendorosamente el sol en el cénit; abajo, el panorama es espantoso. La artillería no está tranquila un instante; todo parece hervir de cañonazos. Pronto se fijan en nosotros. Los disparos de AA, bajos al principio, nos obligan ahora a cambiar de altitud y rumbo repetidas veces; el fuego es nutrido. Mi Mosca se bambolea frecuentemente por el estallido de las granadas, como si lo sacudiera una mano gigantesca. La metralla salta hacia nosotros como el rocío de una cascada. De repente, se me adelanta Frutos y me hace señas de que Toquero, alcanzado por metralla de alguna granada, ha tenido que regresar. Nos quedamos cuatro solamente.
Ahora es Eloy quien pasa a toda velocidad alabeando el Mosca y picando en dirección de unos Fiat que ametrallan la carretera llena de tropas y pertrechos de guerra. Son unos quince o dieciséis aviones italianos. Están atareadísimos. Unos suben después de haber ametrallado, y otros se disponen a hacerlo cuando les caemos nosotros literalmente del cielo.

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Mosca picando
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Fiat CR-32 picando.

Huerta y Eloy van abriéndome camino como una exhalación. La primera pasada es escalofriante. Surgen enfrente de mí, verticalmente hacia el cielo. Entramos Frutos y yo... Escojo «mi» Fiat y me lanzo contra él con gas a fondo. Mi vista no se aparta ni una fracción de segundo de mi objetivo; cuando estoy a buena distancia aprieto los gatillos, y una rociada de balas se incrusta en el cruce de las alas con el fuselaje del avión enemigo. No puedo ver el resultado, y enderezo y asciendo hasta situarme de nuevo para el ataque; inclino el morro de mi «.Mosca» y me dejo caer por la caza.
  Esa era la manera de cazar a los Fiat, a base de pasadas y teniendo la ventaja de la altitud. El «Mosca», aunque mucho más rápido que el caza italiano, resultaba una presa fácil para éste cuando cometía la imprudencia de combatir contra él (en el plano horizontal, N. A .). Entonces, el menor radio de viraje y la mayor maniobrabilidad de los CR-32 se convertían en veneno para nuestros monoplanos.
Al salir de una pasada, nivelo mi Mosca para considerar la situación. En este instante se me unen Eloy y Huerta. Vemos sólo a seis Fiat rezagados, dos de los cuales se dirigen a sus líneas. No podemos ver lo que les ha sucedido a los restantes. Unidos los cuatro, damos otra pasada en vuelo rasante sobre los biplanos que se retiran. Al virar, veo que uno de ellos se estrella en la carretera. Volvemos a tomar altitud; el frente está despejado de aviones enemigos. La AA nos sigue disparando; nos están friendo. Miro el reloj de a bordo; llevamos una hora y veinte minutos en el aire. Enfilamos hacia nuestro campo. Al pasar sobre Colunga veo que éste ha sido bombardeado. Tenemos que volar bastante bajo para buscar una franja lo suficientemente larga y recta que nos permita aterrizar. Bajo el tren de aterrizaje y dirijo el avión a una parte minúscula que creo que me permitirá tomar tierra; trato de maniobrar en el menor terreno posible. Nervioso, meto los frenos antes de tiempo. El Mosca sigue corriendo. Pongo todo el peso de mi cuerpo sobre los pedales y, cuando comienzo a detenerme, veo que no lo haré antes de dar con un gran agujero de bomba abierto en mí camino. El caza se precipita en él y choca con un lado del cráter. El golpe me abre una herida sobre el ojo derecho. Me escurre la sangre caliente.

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Salto de la cabina y me quito el paracaídas para poder moverme con facilidad. La sangre sigue fluyendo. Varios mecánicos y armeros se me acercan corriendo. En la caseta de mando, y mientras me cura, el médico dice que los cristales de las gafas son los que han abierto la herida, ¡ Ojalá me dijera cómo calmar el dolor, que cada vez molesta más! No me deja dormir. Alrededor del ojo herido tengo un derrame interno de consideración.
Los demás aviones se van hacia Carreño. Según el mecánico, mi Mosca estará listo dentro de tres o cuatro días. Habrá que cambiarle el plano derecho, la hélice y la rueda derecha del tren de aterrizaje. El fuerte dolor en el ojo casi me ha hecho olvidar el accidente. Esta noche, los obreros trabajarán intensamente para dejar el campo listo, a fin de que los otros «Moscas» puedan aterrizar mañana.
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« Respuesta #11 : 08 Enero 2012, 18:42:37 »

Fuente: Yo fui piloto de caza rojo.Francisco Tarazona Torán.
Fotos de: Aviones de la guerra civil española
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PRIMER COMBATE TRAS LA SALIDA DEL HOSPITAL

Me incorporo de nuevo a mi Escuadrilla. Tenemos la base en Carreño, porque, mientras estuve en el hospital, Colunga tuvo que ser evacuado. Otro piloto ha estado usando «mi» avión; no me hace mucha gracia, aunque sé que eso de que es «mío» es un decir. No estoy desmoralizado, pero las cosas van de mal en peor. He hecho un vuelo de prácticas para «calar» mi herida, que aún no ha cicatrizado del todo. No me molestó. ¡Qué ganas tengo de entrar de nuevo en combate!
 Cada vez tenemos menos aviones y, dentro de poco, nos quedará sólo el mar para aterrizar. Aunque hemos hecho de todo, todavía no sabemos cómo amarar con ruedas. Da risa pensar en el número de aviones que tenemos. ¿Será porque nos vamos encogiendo por lo que el enemigo nos parece más grande y numeroso? Será; pero también es que a ellos les mandan refuerzos.

Localizacion del aeródromo de Carreño
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 El horizonte se va obscureciendo. Pienso en la infantería; los soldados se aferran a sus  posiciones y sólo los bombardeos en masa, los cañoneos constantes de la artillería y el fuego de morteros son capaces de desalojarlos. Pero tienen que retroceder, como nosotros tenemos que cambiar constantemente de base. Ya sólo nos quedan Carreño y Siero. Todos los días cae alguno de los nuestros; del «Circo Krone» sólo quedarán unos tres aviones. Los cazas que nos quedan serán unos 16 ó 18 entre Moscas y Chatos. Tal vez exagero.

Trincheras republicanas
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Bueno; si se pierde esto, combatiremos en los demás frentes. La situación es muy diferente en ellos. Parece que aquí somos víctimas de la alta estrategia. Vuelvo a pensar en las fuerzas terrestres. ¿Dónde se meterán? i Pobres asturianos! Primero en 1934 y ahora de nuevo; siempre les toca la peor parte. ¡Si al menos se pusieran de acuerdo los jefes encargados de la defensa! Al menos, en Aviación tenemos un mando único, por ahora.
 Seguimos en Carreño. Salimos al frente una escuadrilla formada por Eloy, Frutos, Huerta y yo. En otra van Panadero, Ortiz, Riverola y Sardina. Dos escuadrillas que, teóricamente, deben de estar compuestas por 18 aviones, van esta vez con 8 Moscas en total. Eloy vuela de jefe de Grupo. Panadero y yo de jefes de las dos escuadrillas.

Moscas en formación.
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El frente está un poco más adelante de Villaviciosa; Colunga está batido por la artillería de largo alcance. La misión es hacer de todo un poco. Primero, proteger «Chatos» que se nos unirán en Siero. Cuando éstos terminen su labor de ametrallamiento volverán a sus líneas, y nosotros seguiremos en el aire para proteger una acción de contraataque y rescatar una unidad cercada. Luego, ya nos dirán los acontecimientos lo que hay que hacer.
Pasamos por Siero. Los «Chatos» están formándose. Acaban de despegar. La graciosa figura de este avión de combate lo hace parecerse a un juguete inofensivo más que a una máquina de guerra. Son siete en total.

Chatos en formación
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Debajo de mis alas, veo cómo se desprenden lentamente penachos de blanco algodón de las frías crestas de los montes.
El paisaje es dulce y melancólico. A nuestra derecha, la gran cordillera; a nuestra izquierda, el mar violento de Vizcaya.
Volamos a 500 metros sobre los «Chatos». Nuestras dos escuadrillas se cruzan sobre ellos para cubrirles los flancos, a la vez que cubrimos los nuestros.
Comienzo a experimentar el nerviosismo que precede a la acción, y que, una vez en ella, desaparece. El objetivo está debajo de nosotros. Los «Chatos» se lanzan a su tarea mientras nosotros empezamos a dar virajes en forma de grandes ochos, tratando de abarcar un área más grande.
 Noto que, a esta hora, el sol se encuentra del lado contrario; si nos atacan, los fascistas usarán esa ventaja. El fuego de la AA es nutridísimo; los «Chatos» no lo pasan muy bien que digamos; les tiran con todo lo que tienen. Las sabias recomendaciones de Orlov —mi instructor de combate— vienen a mi mente: «No sólo mirar; es necesario ver, ¡hay que ver!» Me pongo a ver. Mi cuello, lentamente, gira para un lado y el otro. En una de las ocasiones en que fijo la vista en el espacio, alcanzo a distinguir unos puntos en la lejanía, a unos 2.000 metros por encima de nosotros. Doy aviso a! resto de los «Moscas». Aquellos puntos, a esa altitud, tienen que ser «Messers» o Heinkels y tratan de rodeamos.
Hacemos la «pescadilla». Esto es: viramos uno detrás del otro manteniéndonos a prudente distancia para poder guardarnos mutuamente la cola. Si quieren atacarnos tendrán que pasar por nuestra zona y entonces serán ellos los atacados.
Apenas iniciada esta maniobra, dos Me 109 pasan en picado a un lado de nuestro grupo, mientras el resto de ellos se queda arriba. Panadero Y Ortiz se tiran detrás de ellos. Otro de nuestros Moscas  los sigue.

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 No puedo darme cuenta de quién es. Su motor empieza a dejar una larga estela de humo blanco.En seguida, tres Heinkel de caza se lanzan en su persecución. AI parecer, el «Mosca» va averiado. Sardina y Riverola se tiran a protegerlo. Se entabla el combate. A Eloy y a mí nos atacan los Me 109. Detrás de Frutos se coloca otro. Al mirar delante veo dos estelas blancas que me sirven de guía; al mismo tiempo, siento unos golpes en mi aparato. Al volver la cabeza me encuentro con la nariz amarilla de un Me 109 a escasamente setenta metros de mi cola. Hago medio tonel y me tiro a fondo para eludirlo. Logro escapar. Busco a los míos y veo a un «Mosca» acosado por dos Heinkel. Centro en el colimador al más cercano y disparo. Al ver los primeras trazadoras abandona su presa. Trato de seguirlo, pero lo pierdo durante el picado.
Al notar que me queda poca gasolina debido a la potencia usada en el combate, opto por retirarme. Busco a quién unirme para el regreso. Tomo contacto con siete de los nuestros; entre ellos hay «Moscas» y «Chatos». Son Frutos, Huerta y Sardina: en los «Chatos» van Llórente, Cayo y Castillo. Los demás no se ven por ningún lado. Al pasar sobre Siero vemos el campo bombardeado. Seguimos hacia Carreño. Al acercarme a él veo que es imposible aterrizar. Está completamente acribillado. ¿A dónde ir? Siero también está bombardeado. Además, es demasiado pequeño para meter el «Mosca» en él. El indicador de la gasolina me hace ver que sólo tenemos combustible para escasamente un cuarto de hora de vuelo. Por fantástico que me parezca, no tengo más remedio que decidirme por Colunga. Bato alas con mi «Mosca» y los demás se me arriman. Huerta se me adelanta y señala hacia atrás; Sardina se está tirando para aterrizar en la carretera. Seguimos. Noto que Frutos tampoco nos acompaña ya. En Colunga aterrizamos solamente Huerta y yo. Hay también un «Chato», el de Llórente.
Apresuradamente, guardamos nuestras máquinas entre los árboles. El campo se encuentra totalmente abandonado; sólo quedan algunos soldados atrincherados en las cotas de los alrededores
 No hay gasolina, ni mecánicos, ni armeros, ni nadie; nos hemos metido en un verdadero callejón sin salida; para colmo, el aparato de Huerta está lleno de perforaciones en todo el plano derecho.
Llórente no pudo tomar tierra en Siero a causa de que un Kolhovcn capotó obstruyendo el único lugar disponible. Nos dice que dos «Chatos» tuvieron que quedarse en el frente; uno, derribado, y el otro obligado a un aterrizaje forzoso sobre unos sembradíos en nuestras líneas; de los otros «Chatos» que regresaron no saben nada. Vió también caer dos paracaídas, pero no supo si eran amigos o enemigos. De los «Moscas» que salimos, posiblemente Frutos se encuerare en Carreño; Sardina, si tuvo suerte, en la carretera. Del resto —Eloy, Ortiz. Panadero y Riverola— no sabemos absolutamente nada.
Entre los tres nos ponemos a tratar de resolver nuestra situación, que no es nada halagadora. Destacamos unos soldados para que vigilen los aparatos; les damos órdenes de disparar sobre quien se acerque sin dar el santo y seña: «Cazas».

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Tratamos de localizar un teléfono para comunicarnos con Carreño, con Siero, o con algún lugar de las Fuerzas Aéreas. Salimos Huerta. Llórente y yo con los paracaídas a cuestas. Nos vamos caminando al pueblo, que está a unos cuatro o cinco kilómetros, con las pistolas desenfundadas y listas para lo que pueda ocurrir, pues esto está lleno de enemigos emboscados.
No encontramos un solo auto del Ejército o de Aviación que nos recoja. Todo está solitario: no se ve un alma. Únicamente los estampidos y las detonaciones del frente cercano le dan vida al lugar.
Por fin se acerca un auto. Lo ocupan varios oficiales de Artillería; nos dicen que encontraremos un teléfono en un pequeño cuartel que está a la entrada del pueblo.
Corremos hacia allá y llegamos jadeantes. Nos identificamos y nos conducen ante el oficial de guardia. Después de interrogarnos, trata de establecer comunicación con Gijón. La línea está interrumpida desde hace horas: el puerto ha sido bombardeado duramente. No puede comunicar. Nos dice que el enemigo está a punto de desbordarse por el Este, que es cuestión de horas.
Decidimos quedarnos de guardia toda la noche. Pero alguien tiene que salir a buscar gasolina para sacar nuestros aviones de Colunga. Esperar a mañana sería demasiada demora. Echamos a suertes quién saldrá a buscarla. Huerta saca la varita más pequeña. Lo vemos desaparecer por la carretera de Gijón.
Entre tanto, los aviones fascistas pasan y repasan con frecuencia sobre Colunga. Lo hacen muy bajo, como si estuvieran en su propia casa. Está atardeciendo y no tenemos noticias de nadie. Por fin, ya de noche, vemos una camioneta de la Escuadrilla. De ella saltan Huerta, el jefe de Estado Mayor y un mecánico.
Un. camión tanque con gasolina viene en camino.
Un «Mosca» aterrizó cerca de El Hórreo. El piloto está herido. No sabemos quién es ni a qué hospital lo han enviado. Eloy está en Carreño con Frutos. Nada se sabe de Riverola ni de Ortiz. Se han perdido dos «Chatos».
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« Respuesta #12 : 10 Enero 2012, 22:44:42 »

Fuente: Yo fui piloto de caza rojo.Francisco Tarazona Torán.
N.A. :Este relato, aunque corto, nos vale para ver en que condiciones peleaban los heroicos pilotos republicanos (españoles, soviéticos y en menor medida de otras nacionalidades )
A pesar de las condiciones, mas que desfavorables, le plantaban cara a la muerte con una increíble heroicidad.
 En este texto vemos el primer derribo y salto en paracaídas de Tarazona y su evacuación desde el frente norte a Barcelona.



24 de octubre. Estoy en Burdeos (Francia). ¡Cuántas cosas han ocurrido en tan pocos días! Todo Asturias está en poder del enemigo. El 21 de octubre entraron en Gijón. El 14 estuve a punto de perder la vida. Ese día. como muchas otras veces, sólo había en el aire cuatro aviones nuestros: dos Moscas y dos Chatos. A simple vista podíamos observar con claridad la línea del frente, que sólo distaba 25 kilómetros; veíamos el polvo de las explosiones, y los fogonazos, que semejaban un collar de fuego puesto a un condenado a muerte. No tardamos en descubrir al enemigo. Eran muchos; estaban en todas partes: cazas, bombarderos, aviones de reconocimiento. Constituían un verdadero desfile de la aviación fascista sobre la tierra asturiana. Hicimos contacto con ellos; su superioridad era abrumadora. Había cerca de cien aparatos.Y no era asuntos de calidades, ni de moral de combate. Pura y simplemente, de aplastante desproporción numérica. Además, no teníamos más que un campo para regresar, y nuestra espalda la «protegía» el mar.
Al atacar una formación de bombarderos, Frutos y yo nos vimos envueltos por monoplanos enemigos: Heinkel 70 y Messerschmitt 109. Las trazadoras iban estrechando el cerco mortal y pronto empecé a sentir los impactos. Nos tenían «arrinconados». Quise salirme de aquello, salvarme. Piqué desesperadamente y metí gas a fondo. Me siguieron. Cerca de tierra tiré de la palanca hasta que perdí el sentido de la vista. Fue cuestión de segundos. El Mosca subió seguido por sus «verdugos». Las balas golpeaban en el fuselaje, en los planos. La cabina estaba deshecha. Nos defendimos hasta lo imposible; pero estábamos sentenciados; no nos quedaba esperar otra cosa que la muerte. Frutos y yo parecíamos un par de jabalíes acosados por una gran jauría. Y como a un jabalí, todo el miedo se me convirtió en rabia impotente. Traté de embestirlos. De pronto, al tratar de maniobrar mi I-16. no respondió. Los controles estaban cortados. El «Mosca» estaba sin gobierno. Miré las alas; estaban hechas una criba. Sólo a mi cuerpo no le habían tocado.
Me arrojé en paracaídas desde 4.000 metros. Me sentí paralizado por el vacío. Veía aviones por todas partes. El aire silbaba a medida que mi cuerpo lo iba cortando. No quería abrir el paracaídas, porque sería la muerte segura. Me ametrallarían. Esperé; di vueltas y más vueltas; el aire se me metía por las narices y me impedía respirar. La tierra crecía y se me acercaba rápidamente. No lo pensé; tiré de la anilla y sentí un brutal golpe que casi me partió en dos. Sentí que se me desgarraban las axilas. El dolor era insoportable. Lo único que me consolaba era la tranquilidad con que iba descendiendo. Nada se oía, a pesar de que el viento soplaba con fuerza y hacía derivar mi paracaídas.
Caí encima de un gran árbol... La corola del paracaídas se quedó enganchada en las ramas altas, y mi cuerpo, como un gran badajo, golpeó sobre el inmenso tronco.
Volví a la vida en la cubierta de un barco. Los brazos v las piernas me dolían terriblemente. El vendaje que me cubría la cabeza me hizo recordar, en parte, lo que había pasado. Me rodeaba gente desconocida, salvo Amparo, una de las empleadas de la Escuadrilla. Sentí enorme alivio al tenerla cerca. Poco a poco recobré el sentido plenamente. Y lo primero que ví fueron las densas columnas de humo que se elevaban de la ciudad de Gijón en llamas. Habíamos sido evacuados (según me contaron), después de una lucha con centenares de personas que querían huir. Íbamos a bordo de un vapor inglés. La mayoría éramos oficíales de Aviación y de Artillería.
A mis preguntas apenas respondieron mis compañeros: como yo, estaban bajo el efecto del momento. El golfo de Vizcaya era un mar «faccioso», y nuestra ruta a Burdeos no podía estar libre de barcos ni de aviones con la bandera enemiga.
La noche cayó sobre nosotros. El resplandor lejano de los fuegos encendidos en la costa de Asturias punteaba la ruta seguida por aquel barco de Su Graciosa Majestad. Con ojos que no parpadeaban veíamos desfilar la sombra fantasmal de aquella tierra amada.
El cansancio nos venció al fin; nuestros cuerpos ya no podían soportar aquel tormento de músculos, de ojos, de nervios: ni nuestra mente, la tortura espiritual de la derrota, sangrienta, brutal, injusta.
Al amanecer, una nueva angustia se apoderó de nosotros. Por la cubierta corría la voz de que los barcos facciosos estaban al llegar, y que seríamos tomados prisioneros. Oteábamos ansiosamente el horizonte, esperando ver aparecer a los que pondrían fin a nuestra aventura.
Unas dos horas después de amanecido, las máquinas de nuestro barco se detuvieron. Estábamos tirados sobre la cubierta y no podíamos ver lo que ocurría fuera. Al que se asomaba, lo hacían retirarse a tirones. El capitán del buque no quería que los fascistas se enterasen de que a bordo de su barco viajaban soldados de la República evacuados de Gijón. Yo no sabía qué leyes nos podían proteger; y, como yo, los demás. Entre las rendijas y a través de los agujeros vimos acercarse las masas grisáceas de los barcos facciosos. La silueta imponente del crucero Almirante Cervcra pasó cerca de nosotros, seguida de los bous armados driza y Alcázar de Toledo. Al capitán del barco en que viajábamos se le ordenó detenerse. Y ambos comandantes, inglés y español, parlamentaron largamente.
Supimos que seríamos llevados como prisioneros a Ribadeo. Escribimos algunas notas para la familia. Las mujeres podían continuar. La guerra, por el momento, parecía que iba a terminar para mí. Mas la alta política lo tergiversó todo para el enemigo. La Home Fleet hizo su aparición, y el crucero inglés Exeter nos liberó de nuestros hambrientos captores. Unos hurras silenciosos pusieron punto final a nuestro corto cautiverio... Algo tenía ya que agradecerles a los ingleses.
Después de dos días de incertidumbre y de husmeos aéreos, llegamos a Burdeos.
De los «Moscas» llegados al frente del Norte, únicamente uno, tripulado por Frutos, pudo salir de Carreño. Los demás quedaron eh tierra asturiana como frío testimonio de la desigual lucha. De los «Chatos» apenas tres se salvaron de la hecatombe. El «Circo Krone» quedó enterrado en el mar y en las montañas en compañía de sus bravos pilotos.
En el barco Venían Huerta, Toquero, Saladrigas, Otaño, jefe de Estado Mayor, algunos mecánicos y también armeros. Allá quedaron Prada, Panadero, Ranz, Eloy... Para éstos terminó la guerra. ¡Que descansen en paz! Ya no hay lágrimas.
 Ahora, temamos que continuar la lucha que juntos habíamos empezado.
¿Morir? ¡Qué absurdo! ¡Cómo me acordaba de la frase de Toquero...! Al desembarcar en Burdeos me quitaron unas grapas que unían la herida causada cuando me tiré en paracaídas. Me sentía bien. Únicamente me ahogaba la rabia al tener que pasar por terreno francés. Me ofendía la indiferencia con que nos miraban algunos estúpidos gardes-mobíles . ¡Después de lo que se quedaba atrás! ¿No se daban cuenta ellos, franceses, de lo que representábamos? Vivían aún de las glorias del pasado. La gente, en los andenes de las estaciones, no sentía lo más mínimo nuestra derrota. Al contrario. En el fondo tenían razón. 0 sea, miedo de empezar otra vez. Creían que los alemanes tomarían en cuenta su benévola inclinación, ¡ Pobres diablos! El paso por Francia fue frío. De ahí, a Barcelona, a continuar la lucha contra los fascistas.
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« Respuesta #13 : 11 Enero 2012, 00:33:36 »

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Otro derribo para la cuenta.
12 de mayo. Salimos a proteger un ametrallamiento con la Escuadrilla de Claudín sobre la carretera de la costa, cerca de Castellón. Pasan por nosotros a Sagunto, y, formados a su derecha, nos dirigimos al objetivo.
 Nos adentramos en el mar por Burriana. Llegamos a la inconfundible Peñíscola. Desde allí vira Claudín, y como saeta, se enfila a la carretera, llegando en vuelo rasante. El fuego de las máquinas enemigas es nutridísimo. Los antiaéreos merodean. Después de varias pasadas, Claudín nos invita a hacer lo mismo. Nos lanzamos a terminar con lo que queda en pie. y, motu propio, ametrallamos Alcalá de Chisvert, que está repleto de pertrechos.

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Chato picando.

Tomamos rumbo Sur, y, a la altura de los árboles, llegamos a Sagunto. Claudín sigue a Liria.
Más tarde salgo con mi patrulla por alarma en Nules. La Legión Cóndor tiene, al parecer, encomendado este sector de la costa; los italianos no aparecen por aquí. Hacemos altitud sobre el mar. Distinguimos al enemigo. Varios Messerschmitt 109, que dan vuelta sobre Nules y Burriana. Nos ven y, sigilosamente, tratan de rodearnos para adquirir ventaja. Las circunstancias les favorecen, sobre todo la altitud. El sol está a su espalda; tienen todas las de ganar.
Yuste y Fierro se pegan instintivamente a mí; no apartan la vista de los alemanes; saben que cualquier descuido puede ser fatal. Los Me 109 van cerrando el círculo, y, de pronto, cuatro de ellos se descuelgan por la izquierda, atacándonos. Ciñendo el viraje, tratamos de ponernos detrás de sus colas; sabemos que la pelea en esas condiciones no la aceptarán, por el menor radio de viraje de nuestro I-16.
Al notarnos atrás, se dejan caer. Como lapas nos pegamos a sus timones de profundidad. El picado es formidable, la velocidad aumenta, y la tierra se agiganta. El pequeño Mosca  vibra y parece desintegrarse. Pego los dedos a los gatillos, me siento poseído; nada a mi rededor existe salvo el avión que tengo en el colimador. El Me 109, cerca de tierra, trata de recuperar el tremendo picado y ganar altitud, pero, al tratar de hacerlo, se le desprende el ala derecha, y, como ave sin el don del vuelo, dando unos respingos y giros fantásticos, se precipita violentamente en la serranía de Espadan.
 Tomo tierra en Sagunto. Mi mecánico, al notarme ensimismado me pregunta qué sucede. Vuelvo en mí y le contesto que estoy atónito. Le cuento lo sucedido.
Fierro y Yuste están saltando a tierra. Bravo me espera en la caseta, y por sus gestos adivino que está ávido por saber algo. Me asalta a preguntas. Le narro todo. Se emociona. Ha juzgado la intensidad del combate por los «tirones» que oyó. Me dice que Yuste llegó con la hélice en bandera, sin aceite y con treinta o cuarenta agujeros en el motor. Lo atacaron de frente dos monoplanos. Le faltó poco para estrellarse contra uno; traía en la punta del ala derecha señales del roce con el avión enemigo. Fierro llega en ese momento. Vocifera que él lo ha visto todo.
Cuando nos tiramos por los Me 109, a su Mosca se le levantó la tolva de la ametralladora derecha; le produjo tanto frenaje que entró en barrena, y cuando lo sacó, vio estrellarse al monoplano, que había perdido un ala. En ese momento, yo había pasado cerca de él.
AI salir de la caseta de mando me acerco a ver el avión de Yuste. Este se halla al lado del aparato, al cual le están cambiando el motor. Se siente feliz: cree que ha derribado al caza alemán.
Al alejarse, pienso que se ha salvado por un milagro. Es un valiente este Yuste.
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« Respuesta #14 : 12 Enero 2012, 00:00:52 »

Fuente: Yo fui piloto de caza rojo.Francisco Tarazona Torán.
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Un pasamontañas vale una vida
¡Los cazas alemanes están sobre Sagunto! Bravo y sus «puntos», que están de guardia, despegan. Asumo, en tierra, el mando de la Escuadrilla. El Conde y el Marqués. sentados en sus «Moscas» suplen a los guardianes. Yo me voy a la caseta, cerca del teléfono. La ansiedad de saber qué sucede allá arriba me hace escudriñar el cielo desde medio campo. Alarcón, al lado de su aparato, se muestra inquieto.
El ruido del combate que sostiene Bravo llega a nosotros aumentado mil veces por los ecos que el viento trae. Las ráfagas de ametralladora suenan cerca; las vainas caen sobre el campo.

Los fascistas llamaban al Mosca "Rata".
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Cuando me acerco a comentar con Alarcón el estruendo que hay allá arriba, Molina, jefe de Estado Mayor, sale nervioso de la chabola llamándome. Viene un gran número de aviones enemigos hacia acá. Toda la Escuadrilla tiene que salir inmediatamente.
El viejo Molina no quiere la guerra. Sus ojillos cansados imploran con la mirada beatífica la terminación de la contienda.
 Cada despegue es para él un sacrificio.
—Tened cuidado; si veis muchos, regresad. Los alemanes son peligrosos.
Nosotros le consideramos, y soportamos sus pesares.
—Ni hablar, Molina, ni hablar. No sufra, que ya sabemos nadar y guardar la ropa.
Siempre nos despide con un rígido saludo militar. Cuando aterrizamos de regreso de un combate, está deshecho. La lucha nerviosa que soporta lo deja agotado. Entonces, bebe vino. Esto le sostiene.
Mientras habla, me pongo el pasamontañas. Y al apretar la correílla que lo sujeta a la cabeza, se rompe la hebilla. Quito las gafas y me las pongo en la cabeza sin él.
—¡Así no salgas! ¡Te hará falta el pasamontañas!

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Su voz se pierde cuando meto gases para despegar. Vuelvo la cara: me hace señas.
En el aire, los seis «Moscas» empezamos la búsqueda del enemigo... y de Bravo. Hacemos altitud paralelamente a la costa, rumbo a Almenara. Vemos algunos puntos lejanos pero no la masa de aviones que nos han dicho. No sigo adelante; prefiero interceptar su paso sobre Nules y vigilar de cerca a Valencia.
Ya empiezo a notar las consecuencias de la falta del pasamontañas. El viento helado me golpea la cabeza, hiriéndome en los oídos. El cabello revuelto fustiga mi mente.
Atropelladamente se adelanta Alarcón señalando hacia mi lado izquierdo. Apenas puedo distinguirlos. Tengo que llevar la cabeza casi metida debajo de la visera que tapa los instrumentos.
¡Ahora sí que es un enjambre de aviones!
Los Moscas de Bravo están enzarzados en tremendo combate con media docena de Me 109. Los bombarderos Heinkel 111 se dirigen al Sur protegidos por una bandada de monoplanos alemanes. Me lanzo hacia los bimotores, que, al vernos atacar, cierran la formación.

Vista desde el puesto de artillero superior,de una formación de He-111 de la Legión Cóndor.
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Paso disparando por en medio de las patrullas, que se abren dejando espacios «muertos». La defensa de ellos se deshace. Yuste y yo nos pegamos a un heinkel y disparamos hasta que pierde el control de vuelo. Intentamos seguirlo, pero ya los Messerschmitt 109 nos rodean ametrallándonos desde todos los ángulos. El maremágnum es colosal. Las trazadoras cosen el cielo; a cada instante siento la sensación de los impactos sobre mi Mosca. Casi pierdo las gafas al sacar la cabeza para evitar a un Me 109 que me atacó por atrás.
El dolor de los oídos es brutal. Mi frente parece sangrar. ¡Ya no aguanto más! No sé qué hacer, no hay lucidez en mi cerebro. Mis reacciones son lentas.
¡Tengo que regresar al campo! Seguir aquí arriba sería fatal, y salirme de esto parece imposible.
He eludido dos ataques; me han acribillado todo el plano derecho. La tela de los alerones empieza a desgarrarse...
No lo pienso más. Pico a 90°, meto gases y me lanzo al vacío. Paso entre aviones amigos y enemigos a una velocidad endemoniada. Haciendo un esfuerzo, miro hacia atrás. No me persiguen.
Extenuado, dejo que mi fiel I-16 me lleve al campo.
Instintivamente, relajo el cuerpo. Estoy sobre Sagunto. Los párpados no los puedo cerrar; siento que los ojos me han crecido.
Aterrizo, detengo el motor y me quedo dentro de la cabina sin moverme, esperando que algo de la vida que se me ha ido vuelva a mí. Estoy aturdido. Con los nudillos de los dedos me froto los párpados. Allá dentro, no siento los ojos. Me froto las orejas. Al hacerlo, parece que se desprenden. Me miro las manos.
Mi mente está arriba. El viento me golpea las sienes descubiertas, estirándome con terquedad el cabello, casi desprendiéndolo del cráneo. ¡He estado casi ciego a merced del voraz enemigo!
Unos toques quedos en la espalda me hacen volver en mí. Mi mecánico indaga, palpándome, si vengo herido. Sus ojos desorbitados me miran.
—¿Qué pasa, sargento? ¿Viene usted herido?
 Apenas puedo contestarle. Salgo del «Mosca» y me dirijo, sacudiendo la cabeza, hacia el auto. Los cabellos están secos, ásperos. Mis dedos no caben entre ellos. Parecen toscas fibras de alambre.
En la chabola, Bravo, enfadado, reparte broncas.
—Durante el combate, Utrilla, adelantándose a la maniobra, nos ha descubierto —dice.—; los cazas alemanes se tiraron por nosotros, y, como fieras, nos acribillaron. Nos hemos salvado de milagro —ruge su voz.
El mañico, en un rincón, sufre su castigo. Le falta el clásico capirucho de los estudiantes traviesos.
Le cuento a Bravo mi odisea. Me voy a curar.
Cuando entro en la casa, Molina me espera. Me riñe, mientras el médico me atiende.
—Has debido ponerte otro pasamontañas.
Sorbe los mocos. Tiene encarnados los ojillos.
Le pregunto por los otros aviones de la Escuadrilla. No hemos perdido ninguno, pero nos han dañado seriamente a tres; el de Bravo, el de Yuste y el mío.
Esta vez, el enemigo se fue intacto.
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Tu nombre es desconocido,tu hazana, inmortal .
No podéis hacer una revolución con guantes de seda.Iósif Stalin.
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