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Fuerzas armadas e historia de España => Guerra Civil Española => Mensaje iniciado por: Tokarev en 09 Julio 2010, 16:42:57



Título: Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: Tokarev en 09 Julio 2010, 16:42:57
Se abre este post para recopilar relatos en primera persona de cualquiera de los combatientes de las diferentes armas de la guerra civil española. La finalidad es poner al alcance de todos relatos que son difíciles de localizar, ya que no son fáciles de encontrar en la red y los libros de los que se extraen son difíciles o imposibles de localizar en el mercado. La utilidad es nuestro disfrute y el estudio de las tácticas y las condiciones en las que combatían. Se debe de hacer todo lo posible para indicar la fuente de la que se ha extraído el relato.


Título: Re: Relatos de combates aéreos
Publicado por: Tokarev en 09 Julio 2010, 16:53:22
(http://farm5.static.flickr.com/4114/4865274249_6db11d9d11_z.jpg)

Juan Sayos Estivil (Joan de Milany)

Joan de Milany (seudónimo de Juan Sayos Estivil) se hallaba sentado en la cabina de su Chato (I-15). A su lado estaba el madrileño Diego, como el, sentado en la cabina de su aparato y a las espera de la orden de despegue. El día anterior les notificaron que al día siguiente volarían al frente, por lo que no pegaron ojo en toda la noche. Poco después, alguien corrió hacia Susukalov (Nikita Timofeevich Susukalov), el jefe de la patrulla, y este nos hizo señas a Diego y a mi para que pusiéramos en marcha los motores y saliésemos con el. Volando en estrecha formación, nos dirigimos hacia el oeste sin dejar de ganar altura  hasta alcanzar los 4.000 metros. El cielo estaba despejado y empezaba a brillar el sol, pero la emoción no me permitía observar otra cosa que no fuese el avión del ruso, del cual me mantenía a la derecha y a corta distancia.

(http://img325.imageshack.us/img325/6321/polikarpovi15chato8jh.jpg)

I-15 "Chato"

(http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/4/42/Bf109C_LegionCondor2.jpg/800px-Bf109C_LegionCondor2.jpg)

Messerschmitt Bf-109

De repente, el chato del tovaritch se balanceó con rapidez, lo que indicaba, según el código previamente convenido, que había descubierto al enemigo y se lanzó en picado seguido por nosotros. Divisé, muy cerca, unos bombarderos plateados que me parecieron Heinkels alemanes y que debían ser la causa de la alarma. En los cazas monoplazas, las ametralladoras están montadas fijas en el cuerpo del avión y es preciso maniobrar con este para fijar la puntería. Por lo tanto, olvidando por un momento a Susukalov para concentrarme en la realización de mi primer intento de destrucción consciente, aceleré el motor a fondo y al propio tiempo, con el ojo en el visor y enfocando a los bombarderos, oprimí el accionador de las ametralladoras, que tabletearon simultáneamente. Fue una pasada inofensiva, puesto que los bombarderos siguieron tranquilamente su camino, sin acusarla en absoluto.
 Un instante después busqué a mis compañeros. No aparecían por ninguna parte. ¿Dónde diablos podían estar? Al poco rato creí distinguirlos, ya lejos y mucho mas bajos. ¿Por qué habían huido de un modo tan repentino? No entendía lo que estaba ocurriendo.
 De pronto, una especie de reglas blancas y muy largas – humaredas de balas trazadoras-pasaron silbando junto a mí. Asustado, describí un brusco viraje, y la esbelta e inconfundible silueta de un caza alemán Messerschmitt-109 se cruzó ante mí como una exhalación. Y otros, que protegían a la escuadrilla de los Heinkels, venían hacia mí sin dejar de disparar. Mis compañeros, que no se habían distraído, probablemente se habían librado de ellos porque los Messers que, con su velocidad tan superior a la de los Chatos, hubieran podido atraparlos con facilidad, sólo tenían fijada su atención en el conejillo de indias que era yo.
 Me consideré perdido. No tenía escapatoria y se apoderó de mí una rabia inmensa. Rabia por tener que morir de aquel modo estúpido, aplastado sin esfuerzo alguno, como si fuese un gusano. Rabia a causa de mi impotencia, y rabia contra los que se divertirían matándome como quien tira al blanco. Fuera de mí, empecé a luchar como una fiera acorralada, tratando de que, puesto que debía morir, me acompañase alguno de mis verdugos. Les disparaba cara a cara y buscaba el choque cuando se me acercaban, pero eran mucho más rápidos y no tenían ninguna necesidad de correr riesgos. Mientras yo desarrollaba desesperadas cabriolas, intentando en vano cubrir todos los sectores, uno tras otro los Messers me regaban con sus proyectiles. Súbitamente, destrozadas por una ráfaga certera, saltaron las alas de un costado de mi aparato y éste entró en una barrena fulminante. De una sacudida desprendí el cierre del cinturón de seguridad y la misma fuerza de rotación me proyectó con violencia fuera de mi cabina. Una vez libre, asir la anilla que abría el paracaídas fue cuestión de un instante y me disponía ya a tirar de ella cuando de pronto, me asaltó el temor de ser ametrallado mientras bajaba, como, según me habían contado, a veces sucedía. Un ruso de la escuadrilla había muerto de este modo. Tenía que dominarme y aguantar. Sin que mi mano soltase la anilla salvadora, descendí de cabeza hacia la tierra de la que me separaban unos millares de metros. Cuándo me pareció que la distancia se había reducido lo suficiente, tiré de la anilla y la violentísima sacudida, consecuencia del frenazo producido al desplegarse la tela, fue como una caricia que me retornase a la vida. Había estado a punto de exagerar la nota, ya que abrirse el paracaídas y tocar la tierra con los pies fueron dos cosas casi simultaneas. Rápidamente, una vez deshechos los mosquetones del correaje, me arrojé de bruces dentro de la cuneta de una carretera que había junto al lugar de mi aterrizaje porque uno de los Messerschmitt, al que seguramente le había llamado la atención aquella tardía apertura del paracaídas, ya bajaba en picado para averiguar donde me hallaba y tal vez para dedicarme sus atenciones. No me vio y yo hice cuanto pude para impedirlo, puesto que en determinadas ocasiones me molestan las visitas.
 Cuando los aviones se marcharon, llegaron unos cuantos soldados que, como yo, se habían ocultado en aquellos lugares. Un pobre muchacho me dió unas alpargatas, único calzado del que podía disponer, porque con la brusca salida del aparato, ó en mi descenso, yo había perdido un zapato. Me ayudaron a recoger el paracaídas y me acompañaron hasta el pueblo más cercano, La puebla de Hijar donde se había establecido su comandancia. Allí me proporcionaron los medios para regresar a Caspe, no sin antes felicitarme por el gran valor –dijeron- que yo había demostrado al atacar a un enemigo tan superior. No me atreví a quitarles la ilusión, mas para mis adentros no dejaba de pensar que si hubiese advertido un poco antes la presencia de mis adversarios, muy distinta hubiera sido mi reacción...

Fuente:
Un aviador de la Republica
Joan de Milany (seudónimo de Juan Sayos Estivil)
Editorial Nova Terra
Noviembre 1971



Título: Re: Relatos de combates aéreos
Publicado por: Tokarev en 09 Julio 2010, 23:09:53
 Sentado en la cabina del caza, dispuesto para elevarme inmediatamente en caso de emergencia, transcurría mi turno de guardia en aquel aeródromo improvisado cercano a Balaguer, base de los únicos Chatos que quedaban en el frente de Aragón en las postrimerías de la retirada: diecisiete aparatos entre todas las escuadrillas nominales.
 La tarde se hacía interminable. Era a finales de Marzo, casi en primavera, cuando la naturaleza se empieza a despertar y los días se alargan. Los que no estaban de guardia yacían debajo de los aparatos dispersados en el campo y procuraban descansar de los servicios de la jornada, pero con la atención fija involuntariamente en la caseta de la comandancia., desde la cual se daban las órdenes de salida avisando previamente si ésta era ordinaria, o disparando unos cohetes de señales que nosotros llamábamos “raquetas” –del inglés rocket- si se trataba de una salida de emergencia.
 Mientras duraba esta situación de espera angustiosa, distinguí sobre la silueta de la Seo de Lérida, que se perfilaba en el horizonte, las negras explosiones de unos proyectiles antiaéreos, anuncio de que los aviones enemigos se acercaban a la ciudad. Seguro de que, a los pocos momentos, se nos daría la orden de ir a interceptarlos, puse en marcha el motor de mi aparato.

(http://www.bi.vegap.es:8080/sites/default/files/imagenes/0006154.jpg?1277285284)

 Unos instantes al ralentí para calentarlo, seguidos de una fuerte aceleración. El número de revoluciones era el correcto y el mecánico, diligente, quitó las cuñas de las ruedas. Con los nervios tensos como la cuerda de una ballesta, yo esperaba la señal de comenzar la acción.
 Pasaba el tiempo y la señal no aparecía por ninguna parte. Mi escuadrilla, de rusos y españoles, era la que disponía de más aparatos y, por este motivo, el tovarich que la mandaba tomaba las decisiones de carácter general en aquel aeródromo. ¿Era posible que pudiese estar tan distraído? Si tardaba mas en dar la señal de salida, no tendríamos ninguna posibilidad de dar alcance al enemigo.
 De pronto, en Lérida se alzaron unas enormes humaredas de color blanco amarillento y, al cabo de unos instantes, me estremeció el trueno de las bombas que asolaban la ciudad. No sabría explicar que ocurrió en mi interior al escuchar aquel rumor siniestro, pero un escalofrío atravesó todo mi cuerpo y oprimí a fondo, con rabia, la manecilla de los gases, para elevarme y poner proa hacia la ciudad martirizada, obedeciendo a u impulso incontenible.
 Mientras ganaba altitud, una ojeada al terreno que acababa de abandonar me permitió advertir que disparaban una raqueta de salida general. Tardía decisión, puesto que cuando llegasen a Lérida sería ya demasiado tarde. Aparté de mi pensamiento a los compañeros rezagados para concentrarme en el objetivo, en el que me hallaría al cabo de pocos minutos. . La aguja del altímetro subía con rapidez: 1.000, 2.000, 3.000 metros… Era extraño, pero no sentía temor alguno. Se había apoderado de mí una extraña sensación de vacío interior, de fría cólera.
 Me hallaba ya en la vertical de Lérida y no veía en lugar alguno a los bombarderos enemigos. Sin duda, libres de su carga mortífera, regresaban ya a sus bases, y empezaba a invadirme un claro sentimiento de frustración cuando, entre el humo de los proyectiles antiaéreos que ya empezaba a disiparse, distinguí los reflejos de un bimotor solitario, cuyo retraso se debía probablemente a la misión de fotografiar las consecuencias del ataque. Se hallaba a unos centenares de metros encima de mí y a una distancia que posibilitaba la interceptación. Era evidente que todavía no me había descubierto e inicié el ataque acercándome a el por el lugar más apropiado para que no lo advirtiese. Después de centrarlo cuidadosamente en mi visor, a unos doscientos metros de distancia oprimí el pulsador de las ametralladoras y las reglas de las balas trazadoras atravesaron durante unos segundos el punto de unión de su fuselaje con las alas. Me hallaba casi debajo de él y puesto que, como ya he dicho antes, las ametralladoras estaban fijas en el cuerpo del aparato, la posición de tiro me obligaba a mantener el avión muy enderezado, lo que me hacía perder rápidamente la velocidad necesaria para dominarlo. Pronto me ví obligado a interrumpir la maniobra y, picando rápidamente mientras viraba, me preparé para efectuar una segunda pasada.
 El bimotor había acusado el golpe. Una estela blanca demostraba que perdía combustible, pero sin que se declarase ningún incendio. Resultaba difícil derribar aquellos bimotores y el escaso calibre de nuestras armas impedía que los disparos que daban en el blanco fuesen más definitivos. Después de mí ataque, viró y buscó refugio en sus propias líneas.

(http://www.panzertruppen.org/aviones/cazas/cr32.jpg)

Fiat CR-32

 Lo asediaba de nuevo cuando una ojeada providencial me hizo advertir que a un millar de metros sobre mí, descendían unos cuantos Fiat de caza que, sin duda, velaban por la seguridad de los bombarderos. Nuestros pequeños Chatos, pintados de un color verde oscuro, resultaban difíciles de distinguir cuando volaban más bajos, sobre todo en una hora en la que las sombras del atardecer empezaban a extenderse sobre los campos. Las primeras noticias que habían tenido los Fiat acerca de mi presencia, habían consistido en los resplandores de las balas trazadoras y en la estela que dejaba el avión que se hallaba bajo su protección... Bajaban dispuestos a hacerme pagar cara mi osadía y no tuve más remedio que renunciar a mis propósitos agresivos y, mediante un violento medio tonel y medio looping, picar con el motor a toda marcha hacia mi terreno para intentar una problemática huida. Como hacía tan poco tiempo que me había encontrado aislado entre una escuadrilla de Messerschmitt, que me derribó como si fuese una perdiz bisoña, no me forjé grandes ilusiones sobre cuál seria mi suerte al cabo de unos instantes.
   Sin embargo, aquel día la lógica parecía haber decidido tomarse unas vacaciones, puesto que toda la escuadrilla completa de Chatos que había emprendido el vuelo más tarde que yo, y de la que ni siquiera me acordaba, hizo acto de presencia cuando los Fiat estaban a punto de darme alcance. Yo me precipité en medio de aquel grupo relativamente nutrido de aparatos, exactamente como el cazador del cuento, que llega al campamento perseguido por unos leones, gritando que ya son suyos y que solo falta que los demás los rematen. La sorpresa de los Fiat debió de ser considerable. Entusiasmados con la persecución de un enemigo solitario, se hallaron inesperadamente mezclados con un grupo que los doblaba en número y que tenía la ventaja de hallarse en territorio propio. Pugnaron por escapar, pero no todos lo consiguieron, Cuando, casi al anochecer, los Chatos aterrizamos en el campo, en el comunicado de servicio constaba una victoria.
 Personalmente, me sentí eufórico. Había sido el primero en presentarme sobre Lérida, una ciudad de Cataluña, la tierra que me había visto nacer. Había podido atacar a uno de los bombarderos que la herían, aunque el resultado fuese incomprobable, y, de un modo involuntario,  había servido de cebo para que se iniciase en buenas condiciones un combate favorable para nosotros. Cuando en la reunión informativa, el comandante ruso me ordenó que saliese de filas, lo hice convencido de que deseaba felicitarme.
 Pero la reprimenda que me administró fue terrible. Nunca lo había visto tan enfurecido.
 -Tú, loco!- gritaba congestionado- Tú no disciplina! Yo mandar tú a cárcel! Tú salir sin orden!  ¿Dónde tú viste raqueta?!.
 Quede anonadado. Creía haberme comportado como era debido, y el hecho de que el ruso me interpretase de aquel modo me deprimió y al mismo tiempo me indignó. ¿Cómo explicar a un intercionalista teórico, a cinco mil kilómetros de su país, que cabe olvidar los razonamientos cuando lo que está en juego es el afecto ancestral que sentimos por nuestros hogares?.
-He visto el bombardeo y pensé que debía salir.
-Pensar, mierda! No orden salir!
-Pero –me defendí- he podido atacar un bimotor…
-Y si nosotros no llegar ¿Dónde tú ahora? Tú no disciplina. Yo, informar estado mayor. Mejor fusilar en tierra y no perder aparato.
(Indicar que por aquel entonces,la frontera ya estaba cerrada y no se podian reponer los aviones que se perdian)

Fuente:
Un aviador de la Republica
Joan de Milany (seudónimo de Juan Sayos Estivil)
Editorial Nova Terra
Noviembre 1971



Título: Re: Relatos de combates aéreos
Publicado por: Tokarev en 10 Julio 2010, 17:46:35
La introducción la escribe el célebre piloto republicano José María Bravo.

(http://usuarios.multimania.es/sanmarca/bravo2.jpg)

José Maria Bravo.

(http://usuarios.multimania.es/sanmarca/arias.jpg)

Antonio Arias

Ametrallamiento de Garrapinillos – Sanjurjo

 Nuestra escuadrilla participó el 15 de Octubre de 1937 en el célebre ametrallamiento de Garrapinillos (aeródromo cercano a Zaragoza. También se llamó Sanjurjo y Valenzuela) junto a otras unidades de Moscas y Chatos. Antonio Arias, compañero de la primera promoción de Kirovabad y muy amigo durante muchos años, describe el ataque magníficamente en su libro “Arde el cielo”. Dice así:
 
 Al aeródromo llegamos completamente de noche. El cielo está lleno de estrellas. Los mecánicos ya han preparado los aviones…

 En el aeródromo, el jefe de escuadrilla nos aclara algo el servicio que tenemos que realizar. Se trata de liquidar una concentración de aviones enemigos en el aeródromo de Garrapinillos. Nuestra misión principal consistirá en proteger a los Chatos.

(http://www.belt.es/noticiasmdb/imagenes/05050622.jpg)

I-16 Mosca

(http://aces.safarikovi.org/victories/obr1/aircraft_i-15_petrovic.jpg)

I-15 Chato

 Corremos a toda prisa hacia los aviones. La atmósfera está limpia. Sentados en las cabinas esperamos la señal de despegue. Los minutos parecen horas, da la sensación de que el amanecer se retrasa. Despegamos completamente de noche. Nuestra escuadrilla la formamos tres patrullas, nueve aviones. La cuarta patrulla se queda de reserva para proteger nuestro regreso. Por los tubos de escape se ven salir las llamas de la mezcla quemada. En ascenso formamos la escuadrilla en el aire. No hay que perder tiempo. El asalto a Garrapinillos está previsto como una acción instantánea y tiene que ser inesperado para el enemigo.

 Entre Hija y Azaila, (pueblos de Aragón) las escuadrillas de Chatos que dirige Anatolio Serov van protegidas por cuatro Moscas bajo el mando de Borís Smírnov (seudónimo?), Gúsiev y la nuestra, la primera, con Pedro (Devótchenko) a la cabeza. Delante, el invulnerable trío de Yeriómenko, Üjov y Pléschenko. Los Chatos van en vuelo rasante. La primera escuadrilla vamos a 4.000 metros. Toda la atención la pongo intentando ver si aparece el enemigo, aunque pensamos que estarán durmiendo.

 El río Ebro está cubierto por la niebla del amanecer. El enemigo no hace acto de presencia. Sus aviones pronto empezaran a arder.

 Comienza el carrusel. Serov con sus Chatos ha iniciado ya el ametrallamiento. Se ven los primeros incendios. Los antiaéreos no disparan. Nuestra escuadrilla continúa la protección y en el resplandor del amanecer se ven muy bien las explosiones en el aeródromo y sus alrededores.

 Los aviones enemigos estaban colocados por todo el campo, cerca uno de otro. Su formación la están rompiendo nuestros Chatos. Las explosiones de unos aviones incendian a los que están al lado.

 Desde Zaragoza empiezan a disparar los antiaéreos cuando la operación ya a finalizado. El aeródromo de Garrapinillos da la sensación de un mar incendiado. Las explosiones continúan. Las bombas que tenían preparadas para bombardearnos están haciéndole efecto a ellos mismos…
Borís quiso destacarse al ver que disparaban los antiaéreos de Zaragoza y les dio una pasada para hacerlos callar. Primero él con sus puntos y después le imitaron las otras dos patrullas de su escuadrilla. Yeriómenko y Üjov dan la señal de retirada. Pedro nos la da a nosotros. Nos dirigimos hacia Caspe. Los Chatos van delante en vuelo rasante.

(http://surfcity.kund.dalnet.se/images/serov_1.jpg)

Anatolio Serov



Fuente:
 El seis doble escrito por José Maria Bravo


Título: Re: Relatos de combates aéreos
Publicado por: Tokarev en 10 Julio 2010, 21:38:45
El siguiente relato lo narra Juan Lario Sánchez, piloto republicano.

 
(http://aces.safarikovi.org/victories/obr1/spain_people_lario_sanches.jpg)
Juan Lario Sánchez

Primera salida al frente y primer combate.

 A las once y media de la mañana, la escuadra de caza salió a realizar un servicio de protección de Natachas. Regresaron todos sin novedad.

(http://img281.imageshack.us/img281/2112/arm02224ne.jpg)
“NATACHA” (Polikarpov RZ)

 Después de la comida Morquillas me indicó que en el primer servicio a efectuar yo también saldría.
 A las cuatro de la tarde todos los pilotos recibimos indicaciones concretas de las características del vuelo. Objetivo: zona norte de Teruel. La misión consistía en el ametrallamiento de las líneas enemigas. Me aclararon que el servicio era similar al que habían desarrollado el día anterior.
 Despegamos y nos reunimos por escuadrillas formando un conjunto maravilloso. Lo que tantas veces había repetido en las clases teóricas de táctica ahora lo estaba realizando en la práctica de la guerra.
 Tres escuadrillas de Chatos (Grupo 26) volábamos a 3.500 metros y otras tres de Moscas (Grupo 21) se elevaron hasta los 4.500 metros, protegiéndonos del posible descuelgue de los Messerschmitt-109. Al sobrevolar Carrión se unieron a nuestro conjunto las dos escuadrillas allí destacadas.
 Nos acercamos al frente. Allí estaba Teruel.
 Un jefe de patrulla de nuestra escuadrilla (Castillo) se adelantó a nosotros indicando con frecuente alabeo que había divisado en la lejanía al enemigo. Empleando la misma señal de alarma enseguida se transmitió a todas las escuadrillas.
 Tomamos posiciones ventajosas, según las reglas que se observan en estos casos (tomar más altura y elección del momento de romper filas). El enemigo hacía otro tanto.
 En la lejanía y sobre el fondo azul del cielo se distinguían muchos puntos negros agrupados en escuadrilla escalonadas (el sistema táctico era igual en uno y otro bando).
 Con rápida mirada intenté contar las agrupaciones, resultando ser mucho más numerosas que las nuestras. Creo que superaban la cifra de 100 aviones. Según versión de los pilotos veteranos este fenómeno ocurría siempre.
 Pero nuestros aviones de caza comparados con los numerosos “Fiatos” poseían características superiores, por eso nadie se preocupaba mucho de la cantidad. Lo que verdaderamente constituía una preocupación era el descuelgue de los ME-109 que pudiendo volar mas alto que todos nosotros atacaban desde la altura por parejas sueltas para inmediatamente volver a su reinado después de haber soltado algunas ráfagas.
 Siguiendo la tradición de La Gloriosa, el combate fue aceptado.
 La distancia que mediaba entre las dos agrupaciones adversarias disminuyó hasta cero Ya estábamos todos juntos. Los Moscas en primer lugar atacan a los ME-109 y los Chatos se las entienden con los “Fiatos”. Una escuadrilla tras otra rompe filas y todos mezclados formamos un diabólico enjambre intentando clavar nuestros aguijones de fuego sobre el escurridizo enemigo que a su vez se revuelve contra nosotros. En algunos momentos las persecuciones son tan originales que no pueden ser comprendidas si no se tuviera en cuenta que la lucha que llevamos es a muerte y… caiga quien caiga.
 Infinidad de ráfagas acompañadas de balas trazadoras surcan el espacio azul buscando un cuerpo adversario donde depositar el virus mortal que encierran las máquinas automáticas. Las evoluciones que ejecutamos son extraordinariamente diversas: unos aviones ascienden veloces para después  lanzarse en desbocado descenso. Otros descienden en rápida picada para después subir retorciéndose a derecha o izquierda. Muchos se enzarzan en virajes profundos sobre una de las alas intentando “morderse” la propia cola. De vez en cuando se ve realizar alguna extraña pirueta donde la voluntad del piloto no interviene porque la crítica situación creada le ha inducido a evolucionar de cualquier manera. El arte de pilotar un avión de caza plenamente se pone aquí de manifiesto.
 Hubo un momento en que por encima de mí vi a un ME-109 que se disponía a atacarme volcándose sobre el ala izquierda.
 ¿Qué maniobra ejecuté? No lo recuerdo ni jamás lo supe, pero lo esquivé.
 A la salida de la maniobra vi a un Fiat que pasaba por delante. Abrí fuego con las cuatro ametralladoras de mi caza sin llegar a saber si lo alcancé.
 Hubo un momento en que vi a varios aviones enemigos juntos y yo andaba rondando por aquellos espacios. Involuntariamente me había internado en un avispero. Salí de aquella zona como bien pude disparando a diestra y siniestra.
 Se veían descender varios aviones incendiados y algunos pilotos suspendidos de los paracaídas.
 Cerca de mí divisé un Chato. Formé con él y ya no me separé. Sentí cierto alivio volando en improvisada pareja; pero mi tensión aumentó al ver que nos dirigíamos hacia una patrulla de “Fiatos” que habían pasado por debajo de nosotros. Abrimos fuego y rápidamente ascendimos tanto como consideramos oportuno. Miré hacia abajo y luego a la carlinga de mi guía. Una sonrisa y un movimiento afirmativo de cabeza ratificaba el desenlace victorioso de aquel fugaz ataque. Una estela de negro humo acompañaba a un manojo de alargadas llamas que a los pocos segundos se perdieron de nuestra vista porque el combate continuaba. Yo no creo que las ráfagas que solté fueron las que derribaron el aparato adversario; pero por lo menos lo intenté. No deje de pensar que mi compañero tenía mas experiencia y sabía muy bien lo que hacía.
 Los breves minutos de la lucha entablada se extinguieron y ambas partes consideraron que el encuentro había llegado a su fin.
 Instintivamente fuimos concentrándonos en pequeños grupos evolucionando suavemente y describiendo amplios círculos sobre nuestro territorio. El combate había terminado.
 Los jefes de escuadrilla comenzaron a balancear profundamente sus aparatos. Es la señal convenida para formar de nuevo en los correspondientes puestos y regresar a nuestras bases correctamente formados por escuadrillas.
 Los aviones de los jefes tenían dibujado en los dos lados de la quilla una figura geométrica que caracterizaba y determinaba la unidad a que pertenecía  (triángulo, cuadrado, rombo, etc.) La mía se designaba con un triángulo blanco.
 Me situé en mi puesto y Morquillas me sonreia.
 Ya tranquilo noté que tenía la boca reseca. Tenía sed. Mucha sed. Es lo que suele suceder en estos casos a todo novato.
 El regreso se efectuó sin ninguna novedad.

Fuente:
 Habla un aviador de la Republica
 Juan Lario Sánchez  



Título: Re: Relatos de combates aéreos
Publicado por: Tokarev en 14 Julio 2010, 18:16:50
Bombardeo de Gernika.
http://foro.rkka.es/index.php?topic=397.msg3734#msg3734


Título: Re:(A) Relatos de combates aéreos
Publicado por: Tokarev en 29 Septiembre 2010, 23:12:34
Relato de un tripulante de Katiuska derribado y capturado tras un ataque a una base de la Legión Condor.Encontrado en el foro de la 3ª escuadrilla.

                                                                             (http://www.ceibm.org/images/katys.jpg)

Son muchos los servicios y horas de vuelo que realizó Ballester: el relato completo de ellos requeriría un volumen aparte. Nos limitaremos a exponer el último servicio que realizó y las consecuencias del mismo. He aquí su verídica historia.
Leer mas: http://www.ceibm.org/rafael001.html


Título: Re:(A) Relatos de combates aéreos,testimonios y cartas
Publicado por: Tokarev en 26 Marzo 2011, 18:01:50
VUELO DE TRASLADO AL FRENTE NORTE (POR FRANCISCO TARAZONA)
(http://www.serafimov.com/imagenes/jhistoricos/tarazona/tarazona_1.jpg)
Los pilotos de la 3ra. Escuadrilla en Sabadell, 1938: Bravo, Margalef, Calvo,
Pitarch, Sirvent, Ucar, Toquero, Paredes,Quereda, Beltrán, Tarazona y Montilla

Día... Amanecer. Doce monoplanos 1-16 despegan del campo de El Carmolí. Una vez formados en cuña, el jefe de la escuadrilla pone proa al Norte y le seguimos. Vamos a Manises (Valencia) y de ahí...
Muchos amigos se quedaron en la Torre del Negro. Entre ellos Claudín y Herrera. Hemos llegado a entendernos a fondo. Son grandes tipos. A Eduardo Claudín, cuyo destino fue el frente de Madrid, lo volvería a ver. Emilio Herrera fue enviado a las cercanías de Zaragoza, donde —de esto me enteré estando en el Norte—, fue derribado y perdió la vida durante un combate aéreo contra Fíats.
Bordeando la costa, llegamos a Valencia por La Albufera. Cuando desde lejos distingo la silueta del Miguelete emergiendo del mar de bruma, siento alegría. Toda una época feliz desfila rápidamente por mi mente. En Valencia pasé muchos de los años más felices de mi vida.
Después del aterrizaje para cargar gasolina, salimos hacia Madrid. ¡No hubo permiso para nadie! ¡Tan cerca de los míos y no poderles ver! Esto es tener mala sombra. Apenas pude hablar por teléfono unas palabras con mi hermana Luisa. «¡Cuídate!», me ha dicho.
Al cabo de una hora de vuelo empezamos a distinguir la meseta castellana, y, a poco, llegamos a Alcalá de Henares después de haber dejado atrás el río Tajo. En este bello paraje castellano, donde recibiera el bautismo el creador del Quijote, aterrizamos. Como la mayoría de los pilotos que forman parte de la Escuadrilla son madrileños, hay gran jolgorio entre ellos al enterarse de que disfrutamos de tres días de permiso hasta que lleguen a Alcalá otras dos escuadrillas de 1-16. Es una oportunidad que no dudo aprovecharán.
No obstante estar tan cerca de Madrid, Eloy no quiere separarse de mí.
—Vamos a tu casa —le digo, al notarlo triste. —¿Para qué? Mi madre está en Valencia —contesta—. Además, de aquí tengo malos recuerdos. No quiero ir para nada.
—Está bien, nos quedaremos aquí —le digo.

Día... Al tercero de haber llegado al campo de Alcalá nos reúnen a los pilotos de I-16. Somos treinta contando a los de las dos escuadrillas que llegaron ayer. Un revuelo de voces nos indica que alguien a quien esperábamos se dirige a nosotros. Varios oficiales se acercan al grupo; un coronel se adelanta a los demás, y, después de saludar, con voz serena, dice:
—La situación en el frente Norte de España es delicada debido a la falta de material de guerra. Vosotros sabéis que la Escuadra fascista bloquea el Cantábrico impidiendo la llegada de barcos a Gijón y Santander. Aun suponiendo que algún barco llegue allá, la cantidad de material que transporte será insuficiente. Referente a los aviones, hay dos maneras de enviarlos. Una es tocando Francia, y la otra es volando sobre territorio dominado por el enemigo. La primera solución ha sido desechada, ya que las autoridades francesas se incautan de los aviones e internan a los pilotos. La segunda resulta peligrosa, pues los aviones que consiguen evadir a los cazas y antiaéreos enemigos durante la travesía, llegan al campo de destino con poca gasolina, exponiéndose a ametrallamientos y bombardeos durante el aterrizaje. Por lo tanto, amigos, os diré que en el Norte hacen falta pilotos, pero únicamente irán aquellos de vosotros que lo deseen, como voluntarios. Eso es lo que tenía que deciros. Ahora bien; a quienes sean, les deseo suerte.
La sorpresa dura unos instantes, al cabo de los cuales Toquero, Eloy, Frutos, Saladrigas, Prada y yo nos ponemos en la línea de voluntarios.
—Tú, ¿por qué te adelantaste para ir al Norte? —le digo sorprendido a Toquero.
—Eso ya lo sabrás cuando lo conozcas más —ataja Luis de Frutos.
—Por lo pronto me ha causado una agradable sorpresa —dice Eloy con la alegría reflejada en su aniñado rostro—. Creí que nos dejarías en la primera oportunidad y... francamente, estoy encantado de haberme equivocado.
—Toquero es gritón y se refunfuña demasiado, pero ya lo conoceréis y veréis qué clase de elemento es. Oro puro —remata Frutos.
Cogidos de los hombros nos hemos alejado del grueso del grupo; una vez solos, comenzamos a desfogar la gran alegría que nos embarga. Nos sentimos como si hubiéramos realizado una gran proeza. ¡Voluntarios! ¡Qué sabemos nosotros lo que es eso! Como si se tratara de ir a jugar un partido de fútbol o algo por el estilo. Sea lo que fuere, yo me siento un héroe. Sí, un héroe sin haber ni siquiera empuñado aún una escopeta para matar lagartijas, pero me siento con el tamaño de un gran personaje. Soy un voluntario para pelear en el frente del Norte, iEl temible Norte!

AGOSTO
DÍA... NOS han despertado cuando aún es de noche. Adormilados en un rincón del coche que nos conduce a Alcalá, Eloy y Toquero hablan de unas «curritas» que conocieron anoche en las cercanías de Vallecas, un pueblito situado cerca de Madrid. Al detenerse el auto y bajar de él, quedo extasiado ante el paisaje. Las cumbres de la sierra del Guadarrama, al amanecer, empiezan a teñirse de rosa pálido. La atmósfera, tan limpia, da la impresión de vacío. Una ligera capa de hielo cubre algunos charcos cercanos a los aviones. Estamos en el campo de Alcalá de Henares, cerca de Madrid.
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Sí... sí... Ya lo sabía, pero, y ¿ese «Katiuska»?
¡Ah! es un bimotor que nos va a guiar a Santander.
Pronto, todos los pilotos nos sentamos en nuestros aviones, en nuestros 1-16, en nuestros «Moscas». Sólo aguardamos la señal de despegue. De repente viene a mi mente una avalancha de recuerdos... Valencia...
Cómo un bofetón llega a mi cerebro la voz de «¡Contacto!»
El mecánico me hace señas de que él «Katiuska» empieza ya á rodar.
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Tupolev SB-2 -Katiuska- (B-5)

i El temido Norte! Por su carencia de material y aislamiento parecía una presa fácil para el pujante enemigo. Pero algún «milagro» tenia que suceder en nuestra zona. ¡De eso estábamos seguros! Un gran milagro que permitiera que los cazas, casi inexistentes, llegaran a aquella remota parte de la España leal. Sea como fuere, allí estábamos, disponiéndonos a dar el salto por encima del territorio ocupado por el enemigo, para posarnos en La Albericia (Santander), aeródromo de destino. El precio podría ser elevado. Nos batirían durante el trayecto, y lo peor sería a la llegada, sin gasolina para poder defendernos. Mas nada de eso parecía importarnos lo más mínimo. Si nos hubiera importado a aquel grupo de jóvenes de dieciocho a veintiún años, los pilotos de Caza no existirían. Una aventura nada más! Aquel pequeño salto  y luego.., i lo bueno! Entonces vendría lo verdaderamente emocionante. Entonces se vería la cacareada valentía de algunos o saldría a relucir el oculto miedo de otros.
Los potentes motores empiezan a ronronear lentamente, calentados para el despegue. Poco a poco, el furor de nueve mil caballos de fuerza se desata por todos los ámbitos de la campiña castellana, aumentado por la puesta en marcha del bello bimotor que nos guiará. Despegamos. Después, nos vamos acercando sedosamente al bimotor, que enfila hacia Madrid. Antes de dirigirnos hacia el Norte, rumbo a Santander, describimos un gran círculo que nos permite hacer altura antes de meternos en terreno enemigo. La formación de vuelo queda cerrada. Bella mañana. Una vez que traspasamos los 4.000 metros, la vista es verdaderamente hermosa. El azul infinito no delata la guerra que hay abajo, donde los hombres se destruyen sin piedad.
Después de un rápido ascenso, nos nivelamos a 7.000 metros. A esa altitud, un frío de 30° bajo cero empieza a congelar el pensamiento y la sangre. El frío e inmovilidad, unidos a la inquietud del que se enfrenta por vez primera a lo desconocido, me hacen temblar.

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Transcurridos treinta minutos del despegue. la tranquilidad del vuelo de la pequeña formación cesa. Unas explosiones ocurridas delante nos ponen a la expectativa. El suave deslizamiento por la atmósfera se transforma en una carrera a toda velocidad sobre una superficie empedrada. Los AA 1 enemigos han removido, al hacer explosión, la quietud de aquella altura. Con la expansión de las ondas, los zarándeos son terribles. Pero no pasa nada.
Mis nervios están tranquilos, dentro de lo que cabe.
Sobre Burgos, empezamos a descender. La costa Norte de España comienza a delinearse ante nosotros cuando el desagradable temor de un encuentro con la Caza enemiga aumenta dentro de nuestra mente, a medida que nos acercamos a la meta. Estamos sobre el mar Cantábrico. Hace apenas una hora y diez minutos que hemos despegado de Alcalá. Por debajo de los 3.000 metros se empieza a disfrutar de un calorcillo agradable. Los rojos tejados de Santander, rodeados por la verde campiña, resaltan, rematado todo por el azul inquieto del mar norteño y por la bruma incolora al fondo. Las calles del puerto aparecen a ramalazos ante nuestra atareada vista. No debemos perder el contacto con Pligunov2,  Jefe de la Escuadrilla.
De improviso, desfila bajo nuestra mirada una superficie llena de agujeros. Unos hombres, corriendo, despejan de herramientas el campo de La Albericia. Restos humeantes de camiones-tanque de gasolina y esqueletos de aviones en posiciones grotescas son la señal de que ha sido bombardeado. Los embudos hechos por las bombas, con sus radios negros por la ardiente metralla, confirman nuestros temores. Pligunov, con el tren de aterrizaje abajo, enfila su caza hacia una línea más o menos recta que delimita en su mente entre los cráteres de las bombas. Con gran habilidad posa el caza en tierra no sin antes haber tenido que sortear un gran agujero al final del recorrido.'¡Bueno!, eso estaba bien para Pligunov pero... ¿y nosotros, simples bisoños hechos únicamente al aterrizaje en la retaguardia y en campos grandes? Los 1-16 que tripulamos aterrizan a 160 Km por hora, y hacerlo en aquel callejón lo juzgo francamente imposible.
Con una bandera en la diestra, Pligunov ordena el aterrizaje, y. no obstante la tensión nerviosa de los pilotos, todo sale bien. Puede decirse que ha sido una operación segura, dados los elementos contrarios que en ella intervinieron. Así nos lo hace saber, una vez en tierra, el Jefe de Escuadrilla.
El enemigo ha bombardeado Santander varias veces este día, y en una de tantas incursiones, ha llegado hasta el campo, bombardeándolo. Seguramente les había llegado ya el soplo de nuestro arribo. Mi vista recorre en toda su extensión aquel campo y las sierras de los alrededores. Algunos aviones arden, mientras los soldados tratan infructuosamente de sofocar el fuego.

1  Artillería antiaérea o antiaéreos.
2 Uno de los pilotos voluntarios que llegaron de la URSS. Su verdadero nombre, y de esto me enteré a los veintisiete años de aquel 18 de agosto de 1937, es el de Borís Smirnov, actualmente general de Brigada y Héroe de la Unión Soviética.
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Título: Re:(A) Relatos de combates aéreos,testimonios y cartas
Publicado por: Tokarev en 27 Marzo 2011, 15:59:02
BAUTISMO DE FUEGO DE FRANCISCO TARAZONA TORAN

Día...   Los acontecimientos se suceden con mayor velocidad de lo que se podría suponer. No hay tiempo para aclimatarse. Se nos reúne inmediatamente para hablarnos de la situación en el frente. Castro Urdiales, por el Este, y el río Trubia. Por el Oeste, al Norte el Cantábrico y al Sur una línea sinuosa cuyo extremo más meridional llega a Aguilar de Campo y Valderredible, son los límites de la zona de batalla. La anchura de esa franja de terreno fluctúa entre los 30 y los 50 kilómetros.. Tendremos que defender 280 Km de línea «pasiva» más 180 de costa, aparte los 50 de frente activo.
La artillería y fuerzas motorizadas del enemigo aplastan poco a poco la tenaz resistencia de 70.000 hombres que defienden aquella franja de territorio republicano. Las tropas enemigas avanzan hacia Santander apoyadas por una fuerza aérea abrumadora. Su Aviación cuenta, para el frente del Norte, con más de 250 aviones, entre cazas y bombarderos. En conjunto, los fascistas reunían en el aire más de 100 aviones de caza, 100 de bombardeo y 30 de asalto, desplegados entre las Agrupaciones  Nacional   (españoles), Legionaria (italianos) y Cóndor (alemanes) 1.
¿ Y qué tenemos nosotros?
—¡Poco! —dice Martín Luna, Jefe de la Sexta Región Aérea—. Cincuenta aviones. De los cuales quince o veinte son unas reliquias. Él «Circo Krone»
—¿Y eso, qué es?
—Una variedad de aeroplanos antiguos, de diversas marcas. Los utilizamos como bombarderos. Hay de todo, Bristol ingleses. Kolhovcn checoslovacos y Letov, Bréguet, Potez y Nieuport franceses. Velocidad máxima, ciento sesenta por hora. En números redondos, somos uno contra seis.
Juan Antonio Ansaldo, piloto monárquico —en aquel entonces al servicio de Franco—, en su libro ¿Para qué?, pp. 178 y 179, refiriéndose al frente del Norte, dice:
<Una aplastante superioridad aérea sobre el enemigo logró fácilmente romper el frente Este por Bilbao. Las escuadras alemanas de bombardeo ensayaron prácticamente su nuevo material y sistemas de acción a lo largo de esta campaña y, por primera vez, nuestra guerra civil tomó caracteres de «gran guerra» Las poderosas agrupaciones aéreas, sincronizadas al segundo con el avance terrestre, precedido y acompañado a su vez por el fuego de importantes concentraciones artilleras, jugaron un papel decisivo en el éxito táctico»

No tenemos tiempo para pensar en la magnitud de lo que nos acaban de decir. Se ordena un servicio al frente. Dos pilotos veteranos se incorporan a la Escuadrilla, tomando el mando de dos patrullas. Nos parece lógico; lógico y necesario. Nos tendrán que llevar de la mano en nuestra primera misión de guerra, por lo menos hasta el mismo frente. Una vez allí, la cosa cambiará: cada cual verá de qué modo pone en práctica lo que ha aprendido.
La formación queda integrada de la siguiente forma:
Pligunov, con Eloy y Prada, primera patrulla. Mijailov, con Tarazona y Huerta, segunda patrulla. Querenco y Saladrigas» tercera patrulla. Ocho «Moscas» en total. Hoy, no más. !Contra 250 aviones! Esperamos la orden de salida de un momento a otro. Por fin, abordamos los cazas.
Despega Pligunov y le siguen Eloy y Prada. El avión de Mijailov ruge potente. Avanza, se eleva. Ahora sigo yo. Una mirada al tablero de los instrumentos y todo está correcto. Adelanto la cabeza, y ante mí reluce la húmeda superficie de la pista, que distingo a través del girar de la hélice. Meto gases a fondo. Aumenta el ruido v la vibración en la cabina. Mi «Mosca» adelanta pesadamente al principio, pero no tarda en incrementar su velocidad. El verde pasto huye veloz. El rugido del motor se hace más intenso. El caza levanta la cola. Muevo la palanca hacia atrás. Despego. Estoy en el aire. No he perdido de vista a Mijailov. Detrás de mí ascienden los otros. Pienso en Elena, mi novia. Me pareció verla fugazmente en el momento del despegue. En un instante todo se borra de mi memoria. Mijailov me hace señas indicando que me acerque más. Huerta ya está detrás de mí, formándose rápidamente. Pronto la Escuadrilla queda cerrada. Mientras ascendemos, las densas humaredas y explosiones me indican que volamos ya sobre el frente, en el que se libran violentas batallas. Como un relámpago acuden a mi mente los consejos de Orlov —mi instructor de combate—; «iNo dejes de mirar para atrás ni un momento! ¡El enemigo se oculta en el sol! ¡Te atacará por la cola! cuida la cola! Cuida el sol, ahí se esconden!» Mi cabeza es un torbellino. Trato de mirar y no veo nada. De pronto, vuelvo la cabeza y veo que Mijailov está disparando sus ametralladoras. ¿Contra quién? Sí; ¡ahí están! Distingo a unos aviones que pasan por delante de mí a unos doscientos metros escasos, pintados de verde oscuro. Son raros, como camuflados, con un distintivo en el timón, una cruz, o aspa negra sobre fondo blanco. ¡Aspa negra sobre fondo blanco!. ¡Aviones enemigos! ¿Italianos? ¿Alemanes? : ¡enemigos! Mis nervios se ponen tensos, aprieto los gatillos, esperando sentir el trepidar de mis ametralladoras, el olor a pólvora, ver las trazadoras; pero no, no veo nada, no oigo nada. ¿Qué pasa? ¡Cristo! El seguro de las ametralladoras está puesto. Procuro no mantener el vuelo horizontal un solo momento. Pico. subo, viro profundamente, hago medios toneles. Recuerdo los consejos de Orlov: «No estés quieto un solo instante» Aquella serie de maniobras me hace perder de vista a Mijailov.
Busco a mí alrededor, arriba, abajo. Nada, ¡Ni un alma! Estoy solo. Mejor dicho, estamos solos mi caza y yo. Ha transcurrido una hora desde que salimos de La Albericia. Teniendo en cuenta el consumo de gasolina decido regresar. Pongo él «Mosca» rumbo al Norte, tratando de divisar la costa como referencia para localizar el campo. Inconfundible, aparece Santander ante mi vista. Aterrizo.
Una vez en tierra salto de la cabina y el mecánico me ayuda a deshacerme del paracaídas, al mismo tiempo que me interroga:
—¿Cómo estuvo el combate?
—¿Ya aterrizaron todos? —pregunto a mi vez.
—Seis. Falta el jefe y otro.
—¡Pligunov! —exclamo asombrado.—. ¡No es posible!
En este momento nos llama la atención un aparato que se acerca al campo. Varios pilotos corren hacia él. Es un «Mosca» que se aproxima con el motor parado. Ya está cerca, casi en el lindero pero no llegará. Parece que trata de aterrizar de barriga mas de pronto, el piloto tira de la palanca hacia atrás, para salvar un montón de tierra. Él «Mosca» sé encabrita, hinca la nariz y capota, cayendo invertido dentro del campo, arrastrándose en esa posición unos cien metros. Finalmente, queda inmóvil. Corremos para tratar de librar al piloto de esa trampa. Es Pligunov. Aunque no viene herido de bala, su estado es delicado a causa del magullamiento general, amén del susto. En la caseta de mando nos espera la noticia de que Prada ha sido derribado por la AA; que pudo saltar del avión, pero que el paracaídas no se le abrió. Es nuestra primera baja en combate.
Mijailov me pregunta: —¿Qué tal te ha parecido el combate? Confuso, interrogo a mi vez: —¿Cuál combate? El insiste:
—¿No viste los aviones que te atacaron?
—No, no vi nada... Sólo unos biplanos que pasaron por delante de nosotros cuando aún estábamos ascendiendo. Les vi las marcas que usan los «fachas» Pensé que serían Fiáis, pero, ¿combate? ¡Ni hablar! Les disparé por. nerviosismo, pero creo que estaban lejos, bastante lejos.
Me dirige una mirada incrédula, y, tomándome del brazo, me dice:
—Ven, vamos a tu avión para que veas.
Al llegar vi que el mecánico contaba los agujeros de mí «Mosca» en las alas y el fuselaje. El estabilizador estaba acribillado.
—Así pasa al principio —me dijo Mijailov sonriente—; no ve uno nada. Poco a poco irás dominando el aire, pero, eso sí... No te estés quieto un solo momento, como dices que hiciste hoy. Y procura no perder la formación. Eso es muy importante.
Después de todo, estoy contento. Siento ya confianza. Las dudas empiezan a desaparecer! Vaya manera de recibir el bautismo aéreo! Mi avión hecho una criba, y yo sin enterarme.
—¿Qué te ha parecido? —me pregunta Eloy en el chalet. —¿El qué?
—El jaleo.
—No he visto nada —contesto—, pero creo que serviré. Lo demás vendrá poco a poco. Si tengo suerte y paso la novatada, creo que serviré para Caza.
—A mí me ha sucedido algo similar —contesta Eloy, con la mirada llena de alegría—, pero no he sentido miedo. ¡Nada! Al contrario. Me he entusiasmado,! Es formidable! .Lástima lo de Prada y lo de Pligunov!
—Es como si besaras a una novia por primera vez —dice Frutos,
—Sí, pero esta novia tenía cara de hereje —contesta Toquero...
—No nos podemos quejar —asiente Eloy—. Sí exceptuamos, claro, la pérdida de Prada. ¡Sí el paracaídas no le hubiera fallado... !
—Seamos optimistas —continúa Eloy—; hemos hecho un buen papel, para ser la primera vez que vamaos al frente. ¿Qué más podía esperarse?
Esta noche, entre dormido y despierto, veo la cara interrogante de Mijailov, al mecánico riéndose, y, en medio de los dos, un gran envoltorio blanco, como un sudario. ¿Qué será eso? Poco a poco se va desenvolviendo y de él emerge una cabeza espantosa con gafas de vuelo. A pesar de su monstruosa deformación lo reconozco: ¡es Pardal

1 Según José Gomá. Coronel piloto de la Aviación de Franco, en su libro la Guerra en el aire, p. 242.


Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: Tokarev en 13 Noviembre 2011, 00:57:28
Fuente: Yo fui piloto de caza rojo.Francisco Tarazona Torán.

Día... Todavía está oscuro —las cuatro o cinco de la mañana serían— cuando una voz agria y destemplada llama.
—¡A desayunar!
Nos preparamos rápidamente, y luego nos sentamos como autómatas frente a una mesa, mientras unas chicas sirven el desayuno.
  Nos dirigimos a los autos que nos conducirán al campo. Una vez en él, llegan las órdenes: hay que ametrallar la carretera que une Torrelavega con Santoña. El «Circo Krone» se encargará del bombardeo mientras nosotros ametrallamos, vigilados por la «segunda» de «Moscas». Las dos escuadrillas deben regresar juntas del frente, encima del «Circo Krone».
Dichos bombardeo y ametrallamiento se van a realizar sobre las tropas italianas que avanzan para cortar las líneas entre Torrelavega y Santander. Despegamos seis «Moscas». En una patrulla vamos Pligunov, Huerta y yo. En la otra, Mijailov, Eloy y Saladrigas.
Las seis de la mañana. Vamos volando nivelados a 3.000 metros. Una espesa capa de niebla se extiende sobre vados y ríos. Los Picos de Europa se alzan sobre aquel mar impalpable.
Pligunov, que ya está recuperado de los golpes que sufrió ayer, se dirige en punta de flecha hacia el Sudeste, en busca de los «Chatos» que vamos a proteger. A nuestra derecha, vigilantes, vuelan ya los pilotos de la segunda patrulla de «Moscas», moviéndose de un lado para otro en forma ondulante, guardando nuestros flancos. Van mil metros más alto que nosotros. Un rápido batir de alas de Mijailov interrumpe nuestro sereno vuelo, y, al acercarnos a su avión, nos señala con el brazo un punto situado delante y debajo de nosotros.
Alcanzo a distinguir, en el fondo de una vaguada, hasta catorce puntitos que se mueven; luego, dieciocho, veinte, hasta un total de veintidós. Son «Chatos» que se elevan por encima de aquel mar de algodón, buscando la caza amiga. A un lado, el «Circo Krone», con la gallardía de los valientes, forma una cuña de acero. Con más fe que armas nos dirigimos al frente. Volamos sobre el rumbo fijado y, bruscamente, al rodear una montaña, vemos el objetivo: la carretera.
El enemigo marcha en perfecta formación. Al percatarse de nuestra presencia, los camiones se detienen, y sus ocupantes saltan de ellos refugiándose en ambas cunetas. Los «Chatos» empiezan a ametrallar. Varios camiones arden. Muchos cuerpos de soldados yacen muertos o heridos. El enemigo logra reponerse pronto de la sorpresa que le ha causado el ataque, y emplazando varias ametralladoras, contesta a nuestro golpe con fuego nutrido. Más alto que nosotros, la segunda patrulla
está trabada en furiosa pelea con cazas italianos. Arriba de éstos hay unos pequeños puntos blancas. Le hago señas a Mijailov, pero éste ya está enterado de la presencia de los cazas alemanes, y parece esperar que los «Chatos» y el «Circo Krone» terminen su misión para entablar combate con el enemigo, si es que éste lo permite. Mas no es posible esperar tanto. Los Fiats se han descolgado, amenazándonos por la cola. Entonces, Mijailov pica para avisar a los «Chatos» y toma altitud de combate. En un santiamén se entabla una gran batalla aérea. Lo que más nos preocupa es la posibilidad de que los contrarios hagan contacto con nuestro «Circo Krone», pues habría escasas esperanzas de salvar a ninguno de ellos. Por fortuna, los compañeros se han esfumado de la zona peligrosa.
En estos momentos me encuentro solo. Trato de fijarme bien en todo, procuro situarme y meterme dentro del área de combate, y, al mismo tiempo, conservar ciertas ventajas que, únicamente yo, debo conseguir y mantener. Esto es: velocidad, altitud y espacio para maniobrar favorablemente durante los combates. Lo primero que hago es mirar hacia atrás, a mi cola. No hay nadie. Todos los cazas parecen estar más abajo. Busco un objetivo. ¡Ya está! Hay uno delante y abajo. Mi presunta víctima. Conservo esforzadamente toda mi sangre fría y me dejo caer, colocándome muy cerca y detrás de él, casi de puntillas. ¡Qué inmenso lo veo! Casi le corto la cola con mi hélice. Siento una extraña emoción. ¡Todo un Fiat al alcance de mis máquinas, de mis disparos! Con los nervios tensos, oprimo los gatillos, y una nueva sensación de poder y confianza me embarga, al ver las trazadoras clavarse en el cuerpo, del  Fiat :  1.600 proyectiles por minuto. Trazadoras, antitanques, explosivas. ¡Todo para el intruso! El Fiat, herido, trata de escapar de la muerte con un medio tonel. Pero el motor está tocado. Gran cantidad de humo negro se escapa de él. Lo sigo. Estamos bajísimos y pronto debo enderezar el vuelo. Al hacerlo, observo un bulto que se desprende de la cabina y acto seguido, el caza italiano pierde el control culebreando en el aire.
El bulto que veo saltar supongo que es el piloto, pero la poca altitud que lleva no le permitirá abrir su paracaídas. El final no puede ser otro: se estrella contra la tierra.
Todo ha sucedido en el espacio de breves segundos. Siento gran satisfacción porque se trata de mi primera victoria. ¡El primer avión enemigo que he derribado! Sin embargo, al reconsiderar el lance, me doy cuenta de que cometí varias torpezas sólo achacables a mi falta de experiencia y nerviosismo. Había llegado demasiado cerca del Fiat. No miré hacia atrás para guardar mi espalda. Después, seguí con la vista toda la trayectoria de su caída. Estas estupideces podrían haberme costado la vida. Me prometo solemnemente no volver, durante el resto de la guerra, a incurrir en tales faltas. Pasados los primeros instantes de embriaguez, busco a mis compañeros con el fin de unirme a ellos. Algunos están trabados en un gran combate contra los Fiat, mientras que el resto continúa ametrallando la carretera.
Decido unirme a los últimos y doy una pasada rasante abriendo fuego sobre tanques y camiones con todo lo que tengo a mi disposición. Mis ametralladoras se encasquillan. No puedo arreglarlas. Las dejo. Trato de orientarme. Al hacerlo, llevo mi avión lo más bajo posible para eludir cualquier contacto con cazas enemigos. Así, llego hasta el mar en un lugar que me resulta desconocido. Tengo que hacer altitud para encontrar «mi» estrella santanderina. A los 2.000 metros, la diviso a estribor y hacia ella enfilo mi caza. Una mirada al reloj me indica que he estado volando cerca de 1 hora y 40 minutos. Me queda poca gasolina, pero aterrizo sin contratiempos.
Al llegar me cuentan que Pligunov ha sido derribado. Me quedo perplejo, ¡¿Es posible?!
 Cuando lo traen a la casa de la Escuadrilla, vamos a verlo. Tiene rotos el brazo y la pierna derecha. Los ojos sufren un derrame sanguíneo tremendo. Ha tenido que usar el paracaídas a gran velocidad, y, al abrirse, el tirón ha sido brutal. Las axilas y entrepiernas las tiene en carne viva. Lo han «agarrado» entre varios monoplanos alemanes y le han acribillado el avión. Afortunadamente, ni una bala le ha herido. Su experiencia lo salvó, pues los cazas enemigos abandonaron la presa creyéndola destruida. Pero Pligunov, en vuelo rasante y jugándose el todo por el todo, puso en práctica el lanzamiento a baja altitud y... salvó la vida. ¡Cuánto me queda por aprender!


Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: Tokarev en 08 Enero 2012, 16:16:31
Fuente: Yo fui piloto de caza rojo.Francisco Tarazona Torán.
Fotos de: Aviones de la guerra civil española
http://usuarios.multimania.es/mrval/GCE.HTM

Salida de protección de columna de tropas

Estamos a fines del mes de agosto de 1937. Nos mantenemos con una moral alta. Nadie piensa que el Norte se pierda. Sin embargo, retrocedemos todos los días... Por cada avión nuestro hay seis de los otros. El enemigo está cada vez más cerca de Gijón. Sabe que tiene que acabar con nosotros. Le consta que salimos a su encuentro donde quiera que esté, o que defendemos lo que se nos encomienda sin reparar en el número, la calidad de los hombres y los aparatos. ¡Cuántas veces nos han acorralado! ¡Qué fácil es para ellos arrinconamos, reducirnos el terreno hasta que casi no podemos movernos! Sin embargo, no hemos dejado de combatir. Los servicios en el frente van siendo más frecuentes, a pesar de que nuestra fuerza ofensiva es cada vez más raquítica... Dieciséis..., catorce, a veces sólo diez aviones. Todo tenemos que hacerlo siempre los mismos: ametrallamientos, protección de líneas, defensa de campos... Estamos al borde del desplome físico. Hoy, por ejemplo, en menos de seis horas hemos hecho ya dos servicios de ametrallamiento, aparte de una salida por alarma, temprano, y tenemos que volar al frente por tercera vez para proteger la retirada de las tropas que evacúan Llanes. Voy al mando de la Escuadrilla, formada por sólo cinco Moscas (uno se queda en reparación). Eloy y Toquero forman a mi derecha, y Frutos y Huerta a mi izquierda. El frente es visible a los mil metros de altitud, pues está apenas a unos veinte kilómetros de nosotros.

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Frutos, Huerta y yo, casi al mismo tiempo, nos percatamos de una formación de aviones enemigos que vuela más alto, a nuestra derecha, y que se dirige hacia nuestras líneas. Debido a su ubicación les es difícil localizarnos. Son trimotores junkers, y, el resto, un grupo de 25 ó 28 Heinkel 70 y Messerschmitt 109. Por la altitud que llevan —2.500 a 3.000 metros—, juzgo que van sobre Gijón.
Los dejamos pasar, ya que tenemos que concentrarnos en lo nuestro, que es la protección de las tropas en retirada: tal vez mañana tengamos que salir al encuentro de una formación tan superior a la nuestra como la que acaba de pasar.

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(http://usuarios.multimania.es/mrvalverde/FRR052B.JPG)
Heinkel 70
(http://usuarios.multimania.es/mrodval/BF109V13.JPG)
Bf-109


Al llegar a la zona de Llanes nos dividimos en dos patrullas para la protección inicial; volamos a 3.000 metros; Frutos, Toquero y yo en una, y Eloy y Huerta en la otra. Damos una vuelta hacia el mar. Brilla esplendorosamente el sol en el cénit; abajo, el panorama es espantoso. La artillería no está tranquila un instante; todo parece hervir de cañonazos. Pronto se fijan en nosotros. Los disparos de AA, bajos al principio, nos obligan ahora a cambiar de altitud y rumbo repetidas veces; el fuego es nutrido. Mi Mosca se bambolea frecuentemente por el estallido de las granadas, como si lo sacudiera una mano gigantesca. La metralla salta hacia nosotros como el rocío de una cascada. De repente, se me adelanta Frutos y me hace señas de que Toquero, alcanzado por metralla de alguna granada, ha tenido que regresar. Nos quedamos cuatro solamente.
Ahora es Eloy quien pasa a toda velocidad alabeando el Mosca y picando en dirección de unos Fiat que ametrallan la carretera llena de tropas y pertrechos de guerra. Son unos quince o dieciséis aviones italianos. Están atareadísimos. Unos suben después de haber ametrallado, y otros se disponen a hacerlo cuando les caemos nosotros literalmente del cielo.

(http://usuarios.multimania.es/mrodval/BL23756.JPG)
Mosca picando
(http://usuarios.multimania.es/mrval/CGC3X225.JPG)
Fiat CR-32 picando.

Huerta y Eloy van abriéndome camino como una exhalación. La primera pasada es escalofriante. Surgen enfrente de mí, verticalmente hacia el cielo. Entramos Frutos y yo... Escojo «mi» Fiat y me lanzo contra él con gas a fondo. Mi vista no se aparta ni una fracción de segundo de mi objetivo; cuando estoy a buena distancia aprieto los gatillos, y una rociada de balas se incrusta en el cruce de las alas con el fuselaje del avión enemigo. No puedo ver el resultado, y enderezo y asciendo hasta situarme de nuevo para el ataque; inclino el morro de mi «.Mosca» y me dejo caer por la caza.
  Esa era la manera de cazar a los Fiat, a base de pasadas y teniendo la ventaja de la altitud. El «Mosca», aunque mucho más rápido que el caza italiano, resultaba una presa fácil para éste cuando cometía la imprudencia de combatir contra él (en el plano horizontal, N. A .). Entonces, el menor radio de viraje y la mayor maniobrabilidad de los CR-32 se convertían en veneno para nuestros monoplanos.
Al salir de una pasada, nivelo mi Mosca para considerar la situación. En este instante se me unen Eloy y Huerta. Vemos sólo a seis Fiat rezagados, dos de los cuales se dirigen a sus líneas. No podemos ver lo que les ha sucedido a los restantes. Unidos los cuatro, damos otra pasada en vuelo rasante sobre los biplanos que se retiran. Al virar, veo que uno de ellos se estrella en la carretera. Volvemos a tomar altitud; el frente está despejado de aviones enemigos. La AA nos sigue disparando; nos están friendo. Miro el reloj de a bordo; llevamos una hora y veinte minutos en el aire. Enfilamos hacia nuestro campo. Al pasar sobre Colunga veo que éste ha sido bombardeado. Tenemos que volar bastante bajo para buscar una franja lo suficientemente larga y recta que nos permita aterrizar. Bajo el tren de aterrizaje y dirijo el avión a una parte minúscula que creo que me permitirá tomar tierra; trato de maniobrar en el menor terreno posible. Nervioso, meto los frenos antes de tiempo. El Mosca sigue corriendo. Pongo todo el peso de mi cuerpo sobre los pedales y, cuando comienzo a detenerme, veo que no lo haré antes de dar con un gran agujero de bomba abierto en mí camino. El caza se precipita en él y choca con un lado del cráter. El golpe me abre una herida sobre el ojo derecho. Me escurre la sangre caliente.

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Salto de la cabina y me quito el paracaídas para poder moverme con facilidad. La sangre sigue fluyendo. Varios mecánicos y armeros se me acercan corriendo. En la caseta de mando, y mientras me cura, el médico dice que los cristales de las gafas son los que han abierto la herida, ¡ Ojalá me dijera cómo calmar el dolor, que cada vez molesta más! No me deja dormir. Alrededor del ojo herido tengo un derrame interno de consideración.
Los demás aviones se van hacia Carreño. Según el mecánico, mi Mosca estará listo dentro de tres o cuatro días. Habrá que cambiarle el plano derecho, la hélice y la rueda derecha del tren de aterrizaje. El fuerte dolor en el ojo casi me ha hecho olvidar el accidente. Esta noche, los obreros trabajarán intensamente para dejar el campo listo, a fin de que los otros «Moscas» puedan aterrizar mañana.


Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: Tokarev en 08 Enero 2012, 18:42:37
Fuente: Yo fui piloto de caza rojo.Francisco Tarazona Torán.
Fotos de: Aviones de la guerra civil española
http://usuarios.multimania.es/mrval/GCE.HTM

PRIMER COMBATE TRAS LA SALIDA DEL HOSPITAL

Me incorporo de nuevo a mi Escuadrilla. Tenemos la base en Carreño, porque, mientras estuve en el hospital, Colunga tuvo que ser evacuado. Otro piloto ha estado usando «mi» avión; no me hace mucha gracia, aunque sé que eso de que es «mío» es un decir. No estoy desmoralizado, pero las cosas van de mal en peor. He hecho un vuelo de prácticas para «calar» mi herida, que aún no ha cicatrizado del todo. No me molestó. ¡Qué ganas tengo de entrar de nuevo en combate!
 Cada vez tenemos menos aviones y, dentro de poco, nos quedará sólo el mar para aterrizar. Aunque hemos hecho de todo, todavía no sabemos cómo amarar con ruedas. Da risa pensar en el número de aviones que tenemos. ¿Será porque nos vamos encogiendo por lo que el enemigo nos parece más grande y numeroso? Será; pero también es que a ellos les mandan refuerzos.

Localizacion del aeródromo de Carreño
(http://www.telecable.es/personales/label/campo_de_vuelo.gif)

 El horizonte se va obscureciendo. Pienso en la infantería; los soldados se aferran a sus  posiciones y sólo los bombardeos en masa, los cañoneos constantes de la artillería y el fuego de morteros son capaces de desalojarlos. Pero tienen que retroceder, como nosotros tenemos que cambiar constantemente de base. Ya sólo nos quedan Carreño y Siero. Todos los días cae alguno de los nuestros; del «Circo Krone» sólo quedarán unos tres aviones. Los cazas que nos quedan serán unos 16 ó 18 entre Moscas y Chatos. Tal vez exagero.

Trincheras republicanas
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Bueno; si se pierde esto, combatiremos en los demás frentes. La situación es muy diferente en ellos. Parece que aquí somos víctimas de la alta estrategia. Vuelvo a pensar en las fuerzas terrestres. ¿Dónde se meterán? i Pobres asturianos! Primero en 1934 y ahora de nuevo; siempre les toca la peor parte. ¡Si al menos se pusieran de acuerdo los jefes encargados de la defensa! Al menos, en Aviación tenemos un mando único, por ahora.
 Seguimos en Carreño. Salimos al frente una escuadrilla formada por Eloy, Frutos, Huerta y yo. En otra van Panadero, Ortiz, Riverola y Sardina. Dos escuadrillas que, teóricamente, deben de estar compuestas por 18 aviones, van esta vez con 8 Moscas en total. Eloy vuela de jefe de Grupo. Panadero y yo de jefes de las dos escuadrillas.

Moscas en formación.
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El frente está un poco más adelante de Villaviciosa; Colunga está batido por la artillería de largo alcance. La misión es hacer de todo un poco. Primero, proteger «Chatos» que se nos unirán en Siero. Cuando éstos terminen su labor de ametrallamiento volverán a sus líneas, y nosotros seguiremos en el aire para proteger una acción de contraataque y rescatar una unidad cercada. Luego, ya nos dirán los acontecimientos lo que hay que hacer.
Pasamos por Siero. Los «Chatos» están formándose. Acaban de despegar. La graciosa figura de este avión de combate lo hace parecerse a un juguete inofensivo más que a una máquina de guerra. Son siete en total.

Chatos en formación
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Debajo de mis alas, veo cómo se desprenden lentamente penachos de blanco algodón de las frías crestas de los montes.
El paisaje es dulce y melancólico. A nuestra derecha, la gran cordillera; a nuestra izquierda, el mar violento de Vizcaya.
Volamos a 500 metros sobre los «Chatos». Nuestras dos escuadrillas se cruzan sobre ellos para cubrirles los flancos, a la vez que cubrimos los nuestros.
Comienzo a experimentar el nerviosismo que precede a la acción, y que, una vez en ella, desaparece. El objetivo está debajo de nosotros. Los «Chatos» se lanzan a su tarea mientras nosotros empezamos a dar virajes en forma de grandes ochos, tratando de abarcar un área más grande.
 Noto que, a esta hora, el sol se encuentra del lado contrario; si nos atacan, los fascistas usarán esa ventaja. El fuego de la AA es nutridísimo; los «Chatos» no lo pasan muy bien que digamos; les tiran con todo lo que tienen. Las sabias recomendaciones de Orlov —mi instructor de combate— vienen a mi mente: «No sólo mirar; es necesario ver, ¡hay que ver!» Me pongo a ver. Mi cuello, lentamente, gira para un lado y el otro. En una de las ocasiones en que fijo la vista en el espacio, alcanzo a distinguir unos puntos en la lejanía, a unos 2.000 metros por encima de nosotros. Doy aviso a! resto de los «Moscas». Aquellos puntos, a esa altitud, tienen que ser «Messers» o Heinkels y tratan de rodeamos.
Hacemos la «pescadilla». Esto es: viramos uno detrás del otro manteniéndonos a prudente distancia para poder guardarnos mutuamente la cola. Si quieren atacarnos tendrán que pasar por nuestra zona y entonces serán ellos los atacados.
Apenas iniciada esta maniobra, dos Me 109 pasan en picado a un lado de nuestro grupo, mientras el resto de ellos se queda arriba. Panadero Y Ortiz se tiran detrás de ellos. Otro de nuestros Moscas  los sigue.

(http://1.bp.blogspot.com/_gHfJc90s9Fg/TNb0CAw_LzI/AAAAAAAAGn0/y5V3jBzw5FQ/s1600/(19)+Patrulla+de+POLIKARPOV+I-16.jpg)

 No puedo darme cuenta de quién es. Su motor empieza a dejar una larga estela de humo blanco.En seguida, tres Heinkel de caza se lanzan en su persecución. AI parecer, el «Mosca» va averiado. Sardina y Riverola se tiran a protegerlo. Se entabla el combate. A Eloy y a mí nos atacan los Me 109. Detrás de Frutos se coloca otro. Al mirar delante veo dos estelas blancas que me sirven de guía; al mismo tiempo, siento unos golpes en mi aparato. Al volver la cabeza me encuentro con la nariz amarilla de un Me 109 a escasamente setenta metros de mi cola. Hago medio tonel y me tiro a fondo para eludirlo. Logro escapar. Busco a los míos y veo a un «Mosca» acosado por dos Heinkel. Centro en el colimador al más cercano y disparo. Al ver los primeras trazadoras abandona su presa. Trato de seguirlo, pero lo pierdo durante el picado.
Al notar que me queda poca gasolina debido a la potencia usada en el combate, opto por retirarme. Busco a quién unirme para el regreso. Tomo contacto con siete de los nuestros; entre ellos hay «Moscas» y «Chatos». Son Frutos, Huerta y Sardina: en los «Chatos» van Llórente, Cayo y Castillo. Los demás no se ven por ningún lado. Al pasar sobre Siero vemos el campo bombardeado. Seguimos hacia Carreño. Al acercarme a él veo que es imposible aterrizar. Está completamente acribillado. ¿A dónde ir? Siero también está bombardeado. Además, es demasiado pequeño para meter el «Mosca» en él. El indicador de la gasolina me hace ver que sólo tenemos combustible para escasamente un cuarto de hora de vuelo. Por fantástico que me parezca, no tengo más remedio que decidirme por Colunga. Bato alas con mi «Mosca» y los demás se me arriman. Huerta se me adelanta y señala hacia atrás; Sardina se está tirando para aterrizar en la carretera. Seguimos. Noto que Frutos tampoco nos acompaña ya. En Colunga aterrizamos solamente Huerta y yo. Hay también un «Chato», el de Llórente.
Apresuradamente, guardamos nuestras máquinas entre los árboles. El campo se encuentra totalmente abandonado; sólo quedan algunos soldados atrincherados en las cotas de los alrededores
 No hay gasolina, ni mecánicos, ni armeros, ni nadie; nos hemos metido en un verdadero callejón sin salida; para colmo, el aparato de Huerta está lleno de perforaciones en todo el plano derecho.
Llórente no pudo tomar tierra en Siero a causa de que un Kolhovcn capotó obstruyendo el único lugar disponible. Nos dice que dos «Chatos» tuvieron que quedarse en el frente; uno, derribado, y el otro obligado a un aterrizaje forzoso sobre unos sembradíos en nuestras líneas; de los otros «Chatos» que regresaron no saben nada. Vió también caer dos paracaídas, pero no supo si eran amigos o enemigos. De los «Moscas» que salimos, posiblemente Frutos se encuerare en Carreño; Sardina, si tuvo suerte, en la carretera. Del resto —Eloy, Ortiz. Panadero y Riverola— no sabemos absolutamente nada.
Entre los tres nos ponemos a tratar de resolver nuestra situación, que no es nada halagadora. Destacamos unos soldados para que vigilen los aparatos; les damos órdenes de disparar sobre quien se acerque sin dar el santo y seña: «Cazas».

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Tratamos de localizar un teléfono para comunicarnos con Carreño, con Siero, o con algún lugar de las Fuerzas Aéreas. Salimos Huerta. Llórente y yo con los paracaídas a cuestas. Nos vamos caminando al pueblo, que está a unos cuatro o cinco kilómetros, con las pistolas desenfundadas y listas para lo que pueda ocurrir, pues esto está lleno de enemigos emboscados.
No encontramos un solo auto del Ejército o de Aviación que nos recoja. Todo está solitario: no se ve un alma. Únicamente los estampidos y las detonaciones del frente cercano le dan vida al lugar.
Por fin se acerca un auto. Lo ocupan varios oficiales de Artillería; nos dicen que encontraremos un teléfono en un pequeño cuartel que está a la entrada del pueblo.
Corremos hacia allá y llegamos jadeantes. Nos identificamos y nos conducen ante el oficial de guardia. Después de interrogarnos, trata de establecer comunicación con Gijón. La línea está interrumpida desde hace horas: el puerto ha sido bombardeado duramente. No puede comunicar. Nos dice que el enemigo está a punto de desbordarse por el Este, que es cuestión de horas.
Decidimos quedarnos de guardia toda la noche. Pero alguien tiene que salir a buscar gasolina para sacar nuestros aviones de Colunga. Esperar a mañana sería demasiada demora. Echamos a suertes quién saldrá a buscarla. Huerta saca la varita más pequeña. Lo vemos desaparecer por la carretera de Gijón.
Entre tanto, los aviones fascistas pasan y repasan con frecuencia sobre Colunga. Lo hacen muy bajo, como si estuvieran en su propia casa. Está atardeciendo y no tenemos noticias de nadie. Por fin, ya de noche, vemos una camioneta de la Escuadrilla. De ella saltan Huerta, el jefe de Estado Mayor y un mecánico.
Un. camión tanque con gasolina viene en camino.
Un «Mosca» aterrizó cerca de El Hórreo. El piloto está herido. No sabemos quién es ni a qué hospital lo han enviado. Eloy está en Carreño con Frutos. Nada se sabe de Riverola ni de Ortiz. Se han perdido dos «Chatos».


Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: Tokarev en 10 Enero 2012, 22:44:42
Fuente: Yo fui piloto de caza rojo.Francisco Tarazona Torán.
N.A. :Este relato, aunque corto, nos vale para ver en que condiciones peleaban los heroicos pilotos republicanos (españoles, soviéticos y en menor medida de otras nacionalidades )
A pesar de las condiciones, mas que desfavorables, le plantaban cara a la muerte con una increíble heroicidad.
 En este texto vemos el primer derribo y salto en paracaídas de Tarazona y su evacuación desde el frente norte a Barcelona.



24 de octubre. Estoy en Burdeos (Francia). ¡Cuántas cosas han ocurrido en tan pocos días! Todo Asturias está en poder del enemigo. El 21 de octubre entraron en Gijón. El 14 estuve a punto de perder la vida. Ese día. como muchas otras veces, sólo había en el aire cuatro aviones nuestros: dos Moscas y dos Chatos. A simple vista podíamos observar con claridad la línea del frente, que sólo distaba 25 kilómetros; veíamos el polvo de las explosiones, y los fogonazos, que semejaban un collar de fuego puesto a un condenado a muerte. No tardamos en descubrir al enemigo. Eran muchos; estaban en todas partes: cazas, bombarderos, aviones de reconocimiento. Constituían un verdadero desfile de la aviación fascista sobre la tierra asturiana. Hicimos contacto con ellos; su superioridad era abrumadora. Había cerca de cien aparatos.Y no era asuntos de calidades, ni de moral de combate. Pura y simplemente, de aplastante desproporción numérica. Además, no teníamos más que un campo para regresar, y nuestra espalda la «protegía» el mar.
Al atacar una formación de bombarderos, Frutos y yo nos vimos envueltos por monoplanos enemigos: Heinkel 70 y Messerschmitt 109. Las trazadoras iban estrechando el cerco mortal y pronto empecé a sentir los impactos. Nos tenían «arrinconados». Quise salirme de aquello, salvarme. Piqué desesperadamente y metí gas a fondo. Me siguieron. Cerca de tierra tiré de la palanca hasta que perdí el sentido de la vista. Fue cuestión de segundos. El Mosca subió seguido por sus «verdugos». Las balas golpeaban en el fuselaje, en los planos. La cabina estaba deshecha. Nos defendimos hasta lo imposible; pero estábamos sentenciados; no nos quedaba esperar otra cosa que la muerte. Frutos y yo parecíamos un par de jabalíes acosados por una gran jauría. Y como a un jabalí, todo el miedo se me convirtió en rabia impotente. Traté de embestirlos. De pronto, al tratar de maniobrar mi I-16. no respondió. Los controles estaban cortados. El «Mosca» estaba sin gobierno. Miré las alas; estaban hechas una criba. Sólo a mi cuerpo no le habían tocado.
Me arrojé en paracaídas desde 4.000 metros. Me sentí paralizado por el vacío. Veía aviones por todas partes. El aire silbaba a medida que mi cuerpo lo iba cortando. No quería abrir el paracaídas, porque sería la muerte segura. Me ametrallarían. Esperé; di vueltas y más vueltas; el aire se me metía por las narices y me impedía respirar. La tierra crecía y se me acercaba rápidamente. No lo pensé; tiré de la anilla y sentí un brutal golpe que casi me partió en dos. Sentí que se me desgarraban las axilas. El dolor era insoportable. Lo único que me consolaba era la tranquilidad con que iba descendiendo. Nada se oía, a pesar de que el viento soplaba con fuerza y hacía derivar mi paracaídas.
Caí encima de un gran árbol... La corola del paracaídas se quedó enganchada en las ramas altas, y mi cuerpo, como un gran badajo, golpeó sobre el inmenso tronco.
Volví a la vida en la cubierta de un barco. Los brazos v las piernas me dolían terriblemente. El vendaje que me cubría la cabeza me hizo recordar, en parte, lo que había pasado. Me rodeaba gente desconocida, salvo Amparo, una de las empleadas de la Escuadrilla. Sentí enorme alivio al tenerla cerca. Poco a poco recobré el sentido plenamente. Y lo primero que ví fueron las densas columnas de humo que se elevaban de la ciudad de Gijón en llamas. Habíamos sido evacuados (según me contaron), después de una lucha con centenares de personas que querían huir. Íbamos a bordo de un vapor inglés. La mayoría éramos oficíales de Aviación y de Artillería.
A mis preguntas apenas respondieron mis compañeros: como yo, estaban bajo el efecto del momento. El golfo de Vizcaya era un mar «faccioso», y nuestra ruta a Burdeos no podía estar libre de barcos ni de aviones con la bandera enemiga.
La noche cayó sobre nosotros. El resplandor lejano de los fuegos encendidos en la costa de Asturias punteaba la ruta seguida por aquel barco de Su Graciosa Majestad. Con ojos que no parpadeaban veíamos desfilar la sombra fantasmal de aquella tierra amada.
El cansancio nos venció al fin; nuestros cuerpos ya no podían soportar aquel tormento de músculos, de ojos, de nervios: ni nuestra mente, la tortura espiritual de la derrota, sangrienta, brutal, injusta.
Al amanecer, una nueva angustia se apoderó de nosotros. Por la cubierta corría la voz de que los barcos facciosos estaban al llegar, y que seríamos tomados prisioneros. Oteábamos ansiosamente el horizonte, esperando ver aparecer a los que pondrían fin a nuestra aventura.
Unas dos horas después de amanecido, las máquinas de nuestro barco se detuvieron. Estábamos tirados sobre la cubierta y no podíamos ver lo que ocurría fuera. Al que se asomaba, lo hacían retirarse a tirones. El capitán del buque no quería que los fascistas se enterasen de que a bordo de su barco viajaban soldados de la República evacuados de Gijón. Yo no sabía qué leyes nos podían proteger; y, como yo, los demás. Entre las rendijas y a través de los agujeros vimos acercarse las masas grisáceas de los barcos facciosos. La silueta imponente del crucero Almirante Cervcra pasó cerca de nosotros, seguida de los bous armados driza y Alcázar de Toledo. Al capitán del barco en que viajábamos se le ordenó detenerse. Y ambos comandantes, inglés y español, parlamentaron largamente.
Supimos que seríamos llevados como prisioneros a Ribadeo. Escribimos algunas notas para la familia. Las mujeres podían continuar. La guerra, por el momento, parecía que iba a terminar para mí. Mas la alta política lo tergiversó todo para el enemigo. La Home Fleet hizo su aparición, y el crucero inglés Exeter nos liberó de nuestros hambrientos captores. Unos hurras silenciosos pusieron punto final a nuestro corto cautiverio... Algo tenía ya que agradecerles a los ingleses.
Después de dos días de incertidumbre y de husmeos aéreos, llegamos a Burdeos.
De los «Moscas» llegados al frente del Norte, únicamente uno, tripulado por Frutos, pudo salir de Carreño. Los demás quedaron eh tierra asturiana como frío testimonio de la desigual lucha. De los «Chatos» apenas tres se salvaron de la hecatombe. El «Circo Krone» quedó enterrado en el mar y en las montañas en compañía de sus bravos pilotos.
En el barco Venían Huerta, Toquero, Saladrigas, Otaño, jefe de Estado Mayor, algunos mecánicos y también armeros. Allá quedaron Prada, Panadero, Ranz, Eloy... Para éstos terminó la guerra. ¡Que descansen en paz! Ya no hay lágrimas.
 Ahora, temamos que continuar la lucha que juntos habíamos empezado.
¿Morir? ¡Qué absurdo! ¡Cómo me acordaba de la frase de Toquero...! Al desembarcar en Burdeos me quitaron unas grapas que unían la herida causada cuando me tiré en paracaídas. Me sentía bien. Únicamente me ahogaba la rabia al tener que pasar por terreno francés. Me ofendía la indiferencia con que nos miraban algunos estúpidos gardes-mobíles . ¡Después de lo que se quedaba atrás! ¿No se daban cuenta ellos, franceses, de lo que representábamos? Vivían aún de las glorias del pasado. La gente, en los andenes de las estaciones, no sentía lo más mínimo nuestra derrota. Al contrario. En el fondo tenían razón. 0 sea, miedo de empezar otra vez. Creían que los alemanes tomarían en cuenta su benévola inclinación, ¡ Pobres diablos! El paso por Francia fue frío. De ahí, a Barcelona, a continuar la lucha contra los fascistas.


Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: Tokarev en 11 Enero 2012, 00:33:36
Fuente: Yo fui piloto de caza rojo.Francisco Tarazona Torán.
Fotos de: Aviones de la guerra civil española
http://usuarios.multimania.es/mrval/GCE.HTM

Otro derribo para la cuenta.
12 de mayo. Salimos a proteger un ametrallamiento con la Escuadrilla de Claudín sobre la carretera de la costa, cerca de Castellón. Pasan por nosotros a Sagunto, y, formados a su derecha, nos dirigimos al objetivo.
 Nos adentramos en el mar por Burriana. Llegamos a la inconfundible Peñíscola. Desde allí vira Claudín, y como saeta, se enfila a la carretera, llegando en vuelo rasante. El fuego de las máquinas enemigas es nutridísimo. Los antiaéreos merodean. Después de varias pasadas, Claudín nos invita a hacer lo mismo. Nos lanzamos a terminar con lo que queda en pie. y, motu propio, ametrallamos Alcalá de Chisvert, que está repleto de pertrechos.

(http://usuarios.multimania.es/mrodval/RC2A441.JPG)
Chato picando.

Tomamos rumbo Sur, y, a la altura de los árboles, llegamos a Sagunto. Claudín sigue a Liria.
Más tarde salgo con mi patrulla por alarma en Nules. La Legión Cóndor tiene, al parecer, encomendado este sector de la costa; los italianos no aparecen por aquí. Hacemos altitud sobre el mar. Distinguimos al enemigo. Varios Messerschmitt 109, que dan vuelta sobre Nules y Burriana. Nos ven y, sigilosamente, tratan de rodearnos para adquirir ventaja. Las circunstancias les favorecen, sobre todo la altitud. El sol está a su espalda; tienen todas las de ganar.
Yuste y Fierro se pegan instintivamente a mí; no apartan la vista de los alemanes; saben que cualquier descuido puede ser fatal. Los Me 109 van cerrando el círculo, y, de pronto, cuatro de ellos se descuelgan por la izquierda, atacándonos. Ciñendo el viraje, tratamos de ponernos detrás de sus colas; sabemos que la pelea en esas condiciones no la aceptarán, por el menor radio de viraje de nuestro I-16.
Al notarnos atrás, se dejan caer. Como lapas nos pegamos a sus timones de profundidad. El picado es formidable, la velocidad aumenta, y la tierra se agiganta. El pequeño Mosca  vibra y parece desintegrarse. Pego los dedos a los gatillos, me siento poseído; nada a mi rededor existe salvo el avión que tengo en el colimador. El Me 109, cerca de tierra, trata de recuperar el tremendo picado y ganar altitud, pero, al tratar de hacerlo, se le desprende el ala derecha, y, como ave sin el don del vuelo, dando unos respingos y giros fantásticos, se precipita violentamente en la serranía de Espadan.
 Tomo tierra en Sagunto. Mi mecánico, al notarme ensimismado me pregunta qué sucede. Vuelvo en mí y le contesto que estoy atónito. Le cuento lo sucedido.
Fierro y Yuste están saltando a tierra. Bravo me espera en la caseta, y por sus gestos adivino que está ávido por saber algo. Me asalta a preguntas. Le narro todo. Se emociona. Ha juzgado la intensidad del combate por los «tirones» que oyó. Me dice que Yuste llegó con la hélice en bandera, sin aceite y con treinta o cuarenta agujeros en el motor. Lo atacaron de frente dos monoplanos. Le faltó poco para estrellarse contra uno; traía en la punta del ala derecha señales del roce con el avión enemigo. Fierro llega en ese momento. Vocifera que él lo ha visto todo.
Cuando nos tiramos por los Me 109, a su Mosca se le levantó la tolva de la ametralladora derecha; le produjo tanto frenaje que entró en barrena, y cuando lo sacó, vio estrellarse al monoplano, que había perdido un ala. En ese momento, yo había pasado cerca de él.
AI salir de la caseta de mando me acerco a ver el avión de Yuste. Este se halla al lado del aparato, al cual le están cambiando el motor. Se siente feliz: cree que ha derribado al caza alemán.
Al alejarse, pienso que se ha salvado por un milagro. Es un valiente este Yuste.


Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: Tokarev en 12 Enero 2012, 00:00:52
Fuente: Yo fui piloto de caza rojo.Francisco Tarazona Torán.
           Fotos: http://www.zazzle.es/i_16_y_bf_109_poster-228123691363371904
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                     http://usuarios.multimania.es/mrvalverde/GC02603.HTM

Un pasamontañas vale una vida
¡Los cazas alemanes están sobre Sagunto! Bravo y sus «puntos», que están de guardia, despegan. Asumo, en tierra, el mando de la Escuadrilla. El Conde y el Marqués. sentados en sus «Moscas» suplen a los guardianes. Yo me voy a la caseta, cerca del teléfono. La ansiedad de saber qué sucede allá arriba me hace escudriñar el cielo desde medio campo. Alarcón, al lado de su aparato, se muestra inquieto.
El ruido del combate que sostiene Bravo llega a nosotros aumentado mil veces por los ecos que el viento trae. Las ráfagas de ametralladora suenan cerca; las vainas caen sobre el campo.

Los fascistas llamaban al Mosca "Rata".
(http://rlv.zcache.es/i_16_y_bf_109_poster-rdef11b77696a4f6c95236dd7305cad8d_w8c_400.jpg)

Cuando me acerco a comentar con Alarcón el estruendo que hay allá arriba, Molina, jefe de Estado Mayor, sale nervioso de la chabola llamándome. Viene un gran número de aviones enemigos hacia acá. Toda la Escuadrilla tiene que salir inmediatamente.
El viejo Molina no quiere la guerra. Sus ojillos cansados imploran con la mirada beatífica la terminación de la contienda.
 Cada despegue es para él un sacrificio.
—Tened cuidado; si veis muchos, regresad. Los alemanes son peligrosos.
Nosotros le consideramos, y soportamos sus pesares.
—Ni hablar, Molina, ni hablar. No sufra, que ya sabemos nadar y guardar la ropa.
Siempre nos despide con un rígido saludo militar. Cuando aterrizamos de regreso de un combate, está deshecho. La lucha nerviosa que soporta lo deja agotado. Entonces, bebe vino. Esto le sostiene.
Mientras habla, me pongo el pasamontañas. Y al apretar la correílla que lo sujeta a la cabeza, se rompe la hebilla. Quito las gafas y me las pongo en la cabeza sin él.
—¡Así no salgas! ¡Te hará falta el pasamontañas!

(http://static.photaki.com/polikarpov-i-16-mosca_55717.jpg)

Su voz se pierde cuando meto gases para despegar. Vuelvo la cara: me hace señas.
En el aire, los seis «Moscas» empezamos la búsqueda del enemigo... y de Bravo. Hacemos altitud paralelamente a la costa, rumbo a Almenara. Vemos algunos puntos lejanos pero no la masa de aviones que nos han dicho. No sigo adelante; prefiero interceptar su paso sobre Nules y vigilar de cerca a Valencia.
Ya empiezo a notar las consecuencias de la falta del pasamontañas. El viento helado me golpea la cabeza, hiriéndome en los oídos. El cabello revuelto fustiga mi mente.
Atropelladamente se adelanta Alarcón señalando hacia mi lado izquierdo. Apenas puedo distinguirlos. Tengo que llevar la cabeza casi metida debajo de la visera que tapa los instrumentos.
¡Ahora sí que es un enjambre de aviones!
Los Moscas de Bravo están enzarzados en tremendo combate con media docena de Me 109. Los bombarderos Heinkel 111 se dirigen al Sur protegidos por una bandada de monoplanos alemanes. Me lanzo hacia los bimotores, que, al vernos atacar, cierran la formación.

Vista desde el puesto de artillero superior,de una formación de He-111 de la Legión Cóndor.
(http://usuarios.multimania.es/mrvalverde/CSGE144.JPG)


Paso disparando por en medio de las patrullas, que se abren dejando espacios «muertos». La defensa de ellos se deshace. Yuste y yo nos pegamos a un heinkel y disparamos hasta que pierde el control de vuelo. Intentamos seguirlo, pero ya los Messerschmitt 109 nos rodean ametrallándonos desde todos los ángulos. El maremágnum es colosal. Las trazadoras cosen el cielo; a cada instante siento la sensación de los impactos sobre mi Mosca. Casi pierdo las gafas al sacar la cabeza para evitar a un Me 109 que me atacó por atrás.
El dolor de los oídos es brutal. Mi frente parece sangrar. ¡Ya no aguanto más! No sé qué hacer, no hay lucidez en mi cerebro. Mis reacciones son lentas.
¡Tengo que regresar al campo! Seguir aquí arriba sería fatal, y salirme de esto parece imposible.
He eludido dos ataques; me han acribillado todo el plano derecho. La tela de los alerones empieza a desgarrarse...
No lo pienso más. Pico a 90°, meto gases y me lanzo al vacío. Paso entre aviones amigos y enemigos a una velocidad endemoniada. Haciendo un esfuerzo, miro hacia atrás. No me persiguen.
Extenuado, dejo que mi fiel I-16 me lleve al campo.
Instintivamente, relajo el cuerpo. Estoy sobre Sagunto. Los párpados no los puedo cerrar; siento que los ojos me han crecido.
Aterrizo, detengo el motor y me quedo dentro de la cabina sin moverme, esperando que algo de la vida que se me ha ido vuelva a mí. Estoy aturdido. Con los nudillos de los dedos me froto los párpados. Allá dentro, no siento los ojos. Me froto las orejas. Al hacerlo, parece que se desprenden. Me miro las manos.
Mi mente está arriba. El viento me golpea las sienes descubiertas, estirándome con terquedad el cabello, casi desprendiéndolo del cráneo. ¡He estado casi ciego a merced del voraz enemigo!
Unos toques quedos en la espalda me hacen volver en mí. Mi mecánico indaga, palpándome, si vengo herido. Sus ojos desorbitados me miran.
—¿Qué pasa, sargento? ¿Viene usted herido?
 Apenas puedo contestarle. Salgo del «Mosca» y me dirijo, sacudiendo la cabeza, hacia el auto. Los cabellos están secos, ásperos. Mis dedos no caben entre ellos. Parecen toscas fibras de alambre.
En la chabola, Bravo, enfadado, reparte broncas.
—Durante el combate, Utrilla, adelantándose a la maniobra, nos ha descubierto —dice.—; los cazas alemanes se tiraron por nosotros, y, como fieras, nos acribillaron. Nos hemos salvado de milagro —ruge su voz.
El mañico, en un rincón, sufre su castigo. Le falta el clásico capirucho de los estudiantes traviesos.
Le cuento a Bravo mi odisea. Me voy a curar.
Cuando entro en la casa, Molina me espera. Me riñe, mientras el médico me atiende.
—Has debido ponerte otro pasamontañas.
Sorbe los mocos. Tiene encarnados los ojillos.
Le pregunto por los otros aviones de la Escuadrilla. No hemos perdido ninguno, pero nos han dañado seriamente a tres; el de Bravo, el de Yuste y el mío.
Esta vez, el enemigo se fue intacto.


Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: Tokarev en 14 Enero 2012, 23:13:14
Fuente: Yo fui piloto de caza rojo.Francisco Tarazona Torán.

4 de junio. Despegamos para proteger a los «Chatos» que van a ametrallar posiciones enemigas al Sur de Mosqueruela.
   Una vez que los biplanos hayan terminado, tendremos que cubrir la retirada de tropas cercadas en aquella zona montañosa.
Las nubes hacen difícil la tarea. Tenemos que volar más bajos que los «Chatos» para no perderlos de vista. Las zonas lluviosas nos obligan a perder el contacto con el terreno, aumentando el peligro de un choque en masa. Al llegar al objetivo mejora la visibilidad, y los «Chatos» se lanzan como avispas a aguijonear la zona asignada que, metida en una cañada, impide al enemigo el uso de su artillería antiaérea. Solamente con fuego ligero son molestados. Después de ametrallar, sueltan en cadena las bombas de 12 kilos qué llevan.
Al terminar, nos indican que regresan a sus bases. Entonces, nos dejamos caer para ametrallar las tropas que cercan nuestras Unidades.
El fuego con que nos reciben es nutrido. Las zonas lluviosas rodean nuestro objetivo. La formación se deshizo y cada avión ametralla por su cuenta.
Seguir allí sin ver nada y entre montes no tiene sentido.Me he quedado solo; Yuste y el Conde no forman en su sitio.
Cuando trato de regresar, el horizonte se llena de rayos y de lluvia. Aprovecho un hueco para hacer altitud, y por él llego a 6.000 metros. Ahí, en dirección Sudeste, distingo un pequeño pasadizo y me enfilo hacia él. Pienso llegar al mar. Las nubes suben, y yo con ellas; llego a 7.000 metros. Delante de mí se alzan torres blancas y negras. No podría pasar por arriba. Me meto en aquel infierno.

(http://www.freepik.es/foto-gratis/la-tormenta-perfecta_2994577.jpg)
En un instante, la oscuridad me envuelve. Siento en mi cara como descargas de escopetas: los granizos me agujerean la piel; parecen perdigones. Mis pequeño Mosca se encabrita. Los «meneos» son tremendos. De pronto, aumenta la velocidad de tal manera que creo ir en punzón. Tiro de la palanca con fe, pero la velocidad, en vez de disminuir, aumenta. Espero unos segundos. Los instrumentos están locos. Decido saltar. Miro al anemómetro: indica 700 km. por hora.
 Me quito el cinturón de seguridad y le doy un puñetazo a la portezuela. Suelto la palanca de mando, y, cuando voy a saltar al vacío, veo la tierra de una manera extraña: está encima de mí.
Araño la cabina hasta volver dentro, y, sin atarme, dirijo instintiva mente el Mosca hacia aquel pedazo de tierra. A través de aquella cortina de rayos, logro salir al mar. De allí, a Sagunto.
¡Qué formidable experiencia he tenido!
Tres aviones de la Escuadrilla han tenido que aterrizar en Liria. Otro, perdido en la tormenta, tomó tierra en la carretera, cerca de Barracas. Todos los pilotos y aviones están sanos. No nos podemos quejar.
Mientras el mecánico y el armero ponen en vuelo mi Mosca, me quedo dormido en la cabina. El vuelo continuo a las altitudes en que lo hacemos, sin oxígeno, mella nuestras reservas físicas. La anoxemia y la tensión nerviosa constante nos hacen desear vehementemente el sueño.
Esta noche nos guarda una sorpresa: tenemos que ser inyectados de antitífica.
Martino, el médico de la Escuadrilla, nos espera lanza en ristre.
Bravo, cansado como los demás, entra:
—Lo que nos faltaba... Eramos pocos y parió la burra.
Martino explica las consecuencia de una posible negativa. Al terminar, todos nos ponemos en fila.
—Patrulla por patrulla; no vamos a dejar a la Tercera en tierra.
—Tarazona... Tu patrulla primero.
Cuando me están inyectando, pienso que mientras dure el efecto del lanzazo podré ir a Valencia, pasear con mi novia y llevarla al cine. Estar con mis padres; alegrándoles con la visita de un par de días. Podré descansar del torbellino que vivimos.


Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: Tokarev en 15 Enero 2012, 14:34:10
Fuente: Yo fui piloto de caza rojo.Francisco Tarazona Torán.

Vuelo sobre Alcora
1O de junio.   Hoy es día de luto para la 3.ª Escuadrilla.
Desde hace tiempo nos miramos como hermanos.. Toda pérdida la sentimos muy cerca; los que desaparecen no son números de una lista, simples elementos de la gran unidad de que formamos parte. Nos conocemos por nuestros nombres, por nuestra idiosincrasia, por nuestra pequeña historia.
Utrilla y Díaz fueron derribados.
Habíamos salido a proteger Chatos a la zona de Alcora y Lucena del Cid. El enemigo se desbocaba hacia Castellón. Su fuerza era abrumadora.
Por la carretera avanzaban las tropas gallegas y navarras. Habían tomado el pueblito de Alcora y cortado la retirada de casi una Brigada que se encontraba entre el pueblo y la costa.
La misión de nuestros Chatos era demorar el avance que cerraba el cerco.
A la hora convenida, llegaron los doce «Chatos» sobre Sagunto. La 3ª Escuadrilla volaba encima y a la derecha de ellos. De los nueve pilotos que la formábamos, cuatro recibían hoy el bautismo de fuego: Calvo, Margalef, Díaz y Asunción. Avanzamos hacia el frente. Pasamos Almenara y Nules, y, cuando empezábamos a adentrarnos sobre tierra firme, los cúmulos, en forma de grandes coliflores, se nos interpusieron.

(http://t1.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcQSGZNas-C-wzqmAePaw_vGl3c6_4zVMStC0nhZMromy_V_D_freQ)

La tarea de no perder de vista a los biplanos absorbía toda nuestra atención; volábamos por callejones aéreos que se estrechaban tanto a veces, que no permitían el paso de la formación. Teníamos que volar en fila india.
Nos acercamos al objetivo que, como una gran cazuela, apareció al fondo de una vaguada. Las nubes que nos rodeaban parecían monstruos vigilantes de los montes, surcados por torrentes que se despeñaban con rapidez. Mi «punto» izquierdo, Asunción, estaba nervioso; lo notaba por las veces que estuvo a punto de cortarse la cabeza con la hélice. Aún no dominaba el vuelo en formación, y en aquellas condiciones...
Tuvimos que reducir los virajes por falta de espacio. También perdimos altitud. Las nubes nos cubrían. Perdimos la cohesión; nuestra Escuadrilla se desligó de las dos primeras patrullas; la de Bravo y la mía estaban desordenadas. Entre el avión del jefe y el último «Mosca» nuestro había más de un kilómetro de distancia.
Algo recorrió mi columna vertebral. Algo como un escalofrío que me avisaba de la acechanza de unos ojos de cazador encarnizado que se amparaba en los cúmulos, con la muerte en la yema de los dedos, aguardando la oportunidad de cualquier descuido mío.
De pronto, los ví descolgarse como halcones sobre una presa a la que faltaba espacio para moverse.
Un par de Me 109 se colocó detrás de la patrulla de Bravo.Un tercero se desprendió de aquellas nubes cuando vi caer, como saeta incendiada, a un Mosca. Unas ráfagas de ametralladora me avisaron de mi propio peligro. Con el rabillo del ojo vi a mi perseguidor que trataba de ceñirse a la cola de mi caza. Reduje los gases y tiré de la palanca con fuerza. Sentí los inconfundibles golpes de las balas en mi cabalgadura; la estaban acribillando. El caza alemán no resistió el viraje del Mosca y entró en barrena.
Las trazadoras cubrían el espacio. A mi izquierda, un Me 109 le iba «comiendo la cola» a un «Mosca»; las trazadoras disparadas por el alemán dibujaban una vía por la que se deslizaban los dos aviones. Viré mi avión y traté de interceptar el ataque; disparé con mis maquinas y parecía que era mi odio quien escupía los proyectiles. Al pasar por detrás del Me 109 viré a la derecha y me dejé caer sobre él, ametrallándole la cabina. Las montañas crecieron con rapidez; de repente, un fulgor color naranja, seguido de tremenda explosión, marcó el final del «Mosca». Pero el alemán ya no tenía escape; Bravo se unió a mí para rematarlo. El alemán, herido, guió su Messerschmitt incendiado hacia sus líneas. Pero la brújula debió enturbiársele en la mirada. El monoplano perdió altitud y, planeando, chocó con las copas de los árboles, incendiándolas. Al estrellarse, levantó una nube de fuego. Cayó cerca de su víctima.

(http://www.terra.es/personal2/mas_jag/brunete/moscabf.jpg)

En las estribaciones de la sierra de Eslida aún han de arder los árboles inflamados por la gasolina de los aviones, mezclada con la sangre de sus tripulantes.
Después del primer embate nos reunimos. Bravo, a la cabeza de cinco Moscas nos dirigió a la izquierda, donde los Chatos ametrallaban su objetivo.
Dos alemanes trataban de interceptamos, pero Alarcón lo impidió metiéndose de frente, al ataque. Al ver que a los biplanos no los atacaba nadie, regresamos a apoyar a Alarcón. No hizo falta; los alemanes se perdían en las nubes abandonando su presa.
Volvimos la cabeza para todos lados. No había ya cazas enemigos. Los «Chatos» iban saliendo poco a poco, después de cumplida la tarea. Los conté... El duodécimo aparecía por allá, del fondo de la barranca recién batida. ¡ Estaban completos!
A nosotros nos faltaban aparentemente cuatro «Moscas». De éstos, mis ojos vieron caer dos. Reconté: Utrilla, Calvo, Asunción y Díaz no formaban con nosotros.
Al regresar, las caras de los pilotos se notaban tristes. Y en algunos ojos había también rabia. No lo dudaba.
Nos acercamos a Sagunto con temor. Teníamos la duda de los otros dos «Moscas» que nos faltaban.
A la vista del campo miré los lugares donde acostumbramos dejar los aviones. Los de Calvo y Asunción estaban en sus respectivos lugares. ¡Qué alivio!
Al aterrizar, en las caras de los mecánicos se notaba la ansiedad del momento. Callados, interrogaron con la mirada. No había que olvidar que son parte activa de este carrusel de la muerte. Querían saber de sus aviones, de sus muchachos.
Cuando salté de la cabina se acercaron Calvo y Asunción. Indagué con dureza por qué habían regresado. Calvo tenía el depósito de aceite agujereado. Con la hélice en bandera, apenas tuvo tiempo de llegar al campo. Había balazos en todo el fuselaje.
El «Mosca» de Asunción estaba acribillado. El chico dijo que no había visto aviones enemigos.
—Ya los verás —le dije—. Era parte del bautismo.
Me dirigí a la caseta de mando a cambiar impresiones con Bravo. Quería saber qué opinaba del lío.
 Estaba furioso. Les achacaba a los novatos el desastre ocurrido.
—Prefiero volar con estúpidos. ¡Lástima de aviones! Yo, al escucharlo, me acuerdo del Norte. También he sido un estúpido.
Se me queda mirando, y, haciendo una mueca de rabia, me pregunta si no opino lo mismo. Me callo. Pienso en los muertos.


Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: Tokarev en 17 Enero 2012, 23:29:05
Fuente: Yo fui piloto de caza rojo.Francisco Tarazona Torán.

Patrulla sobre el puerto
4 de julio. Salimos a efectuar un vuelo de vigilancia sobre el puerto; nuestra altitud es de 6.000 metros. Todo parece estar tranquilo. Yuste y Fierro otean sin fe el horizonte. Mueven demasiado la cabeza; no la detienen en un mismo punto varios segundos, y es así como hay que hacerlo.

(http://pictures.todocoleccion.net/tc/2009/05/29/13538823.jpg)

Me siento «mosqueado». El día brilla demasiado; el sol mezcla los colores, y, hacia el Este, hay confusión de horizonte. Abajo, los barcos «relinchan» presintiendo el peligro.
Está el sol detrás de mi dedo, y mi vista penetra sus alrededores. Los rayos me hieren. Aguzo más la mirada; por la parte izquierda distingo hasta seis puntitos. La «mosqueada» da resultado.
Aviso a los «nobles» de la presencia del enemigo. Lo ven. Como yo, no aprecian qué clase de aviones son: están lejos aún.
Nos formamos en ala derecha; Fierro a la derecha de Yuste. Quitamos el seguro de las ametralladoras y hacemos más altitud.
A los 7.000 metros, los seis Savoia se distinguen perfectamente; vienen altos: 5.500 metros por lo menos. Nos «metemos» al mar y esperamos que se aproximen más.
Pronto nos ven. El nerviosismo empieza a notarse en el vuelo inestable que sigue.
Los atacamos de costado. Las dos patrullas cierran la formación y meten gases. Quieren llegar al objetivo cuanto antes. Los tres «Moscas» nos metemos entre ellos disparándoles ráfagas. Ellos contestan desde las tórrelas con fuego de cañón. Siento a veces el golpe seco cuando hacen impacto en mi Mosca.

(http://usuarios.multimania.es/mrodval/FAVL45A.JPG)

Ceden a nuestro ataque; se abren los «puntos» y empieza la selección. Tres de los trimotores viran antes de llegar al puerto; largan en desorden las bombas y tratan de perderse en un picado tremendo.
Esos ya no importan. Vamos por los que constituyen peligro. Como perros de presa, los rodeamos. Centramos al jefe de escuadrilla en nuestros colimadores hasta que su avión empieza a arder. Lentamente, va girando sobre su plano derecho en una barrena plana. Yuste se queda «cosiéndolo» con paciencia; la barrena y el fuego podían ser una artimaña.
Fierro no está. Un Savoia queda en línea de vuelo. Me voy por él, me acerco disparándole, pero no obtengo contestación. ¿Estarán muertos los tripulantes? Lo sigo hasta que, cerca de Carmolí, sobre el mar, empieza a perder altitud; el motor de estribor está parado.
He agotado las municiones, y la gasolina escasea en el depósito. Dejo al enemigo siguiendo su extraño vuelo y regreso a La Rabasa.
El bombardeo al puerto se ha evitado.


Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: Tokarev en 22 Enero 2012, 17:10:35
Fuente: Yo fui piloto de caza rojo.Francisco Tarazona Torán.
Fotos: http://penyaramiro.blogspot.com/2011/05/vivieron-en-alcublas.html

Derribo y muerte de Casóla.
29 de julio. La 3.a, al aire; Bravo, Toquero, Casóla (novato) y yo. Vamos con los «Chatos» a ametrallar la carretera Albentosa-Rubielos.
Recogemos a los nueve biplanos en Utiel y nos dirigimos a! frente. Arriba, los cinco de la 4.a, de Zarauza, nos cuidarán. Volamos sobre Segorbe. El fragor del combate artillero se distingue perfectamente.
En la vertical de Barracas, la AA enemiga empieza a hacer acto de presencia.
Pienso en Claudín. El subconsciente no me ayuda en este momento.
 Los «Chatos» dejan Mora de Rubielos a la izquierda, describen un círculo, y, formados en cuña, se dejan caer a ametrallar. Esperamos a que salgan. A una señal de Bravo, nos descolgamos.
 Cerca de tierra, a una velocidad tremenda, camiones, tanques y hombres son ametrallados. El fuego de las máquinas se clava en todo aquello que, como lava hirviente, avanza implacable hacia Valencia.

(http://2.bp.blogspot.com/-8HS-pVsOp1Q/TdvSDgQuQAI/AAAAAAAAHD8/_sTu0yXcKEs/s400/%252828%2529+POLIKARPOV+I-15+ametrallando.jpg)

Tira Bravo de la palanca. Le sigo; atrás, pegados a nuestras colas, dos  Moscas que quedan son atacados por una escuadrilla de Fiat. Le aviso a Bravo y, con un viraje profundo, nos encaramos a los italianos. Toquero y Casóla nos pasan por encima como meteoritos. Abrimos fuego Bravo y yo, de frente, a la misma altura que los Fiat. Nos esperamos hasta casi chocar; hendimos el cielo rectamente, sin virajes, para dejarnos caer nuevamente: de arriba abajo les damos otra pasada. Un paracaídas se me agranda a la vista; tengo que virar para no darle. Cuando salgo del viraje, abajo, una explosión. Es inconfundible: un avión estrellado. Las llamas rojo y naranja de la gasolina cubren un gran espacio. Ni entretenerse a ver quién es; bajar, menos.
La curiosidad y la inquietud me impulsan a tirarme en vuelo rasante y puedo distinguirlo. ¡Un «Mosca»! ¡Maldita sea! Bravo pasa junto a mí alabeando. Le sigo; Toquero, a su izquierda.
¿Será Casóla?

(http://3.bp.blogspot.com/-5m7ZHNGXB88/TeZNNa3BNMI/AAAAAAAABl0/WQ3gnlIicms/s1600/Fiat_CR32_vs_Mosca.jpg)

Delante de nuestras narices aparece, de pronto, un Fiat  ¡Vamos!, le digo con los ojos a Bravo. En un momento, arde el biplano enemigo.
Hacemos altitud. Seguir tan bajo hubiera sido peligroso. Miramos alrededor. Se retiran. La gasolina manda más que los corazones. Nosotros les imitamos.
Casóla —Tito, como le llamamos cariñosamente—, no ha llegado al campo. Le esperamos. Sentado en la cabina del Mosca me entusiasmo cuando, haciendo guardia, oigo el ruido de un motor. Es Bravo; se acerca en auto. Me cuenta: se han derribado varios Fiat. Casóla ha caído; fue el Mosca que vimos estrellarse.
Otra vez las cartas a los parientes. Extraña tarea. Misivas con membrete frío: Fuerzas Aéreas Republicanas Españolas. Al abrirlas..., el colapso; luego, el dolor, las lágrimas.
«...comunicándole que su hijo no ha regresado de un servicio al frente. Nos vemos en la penosa obligación de hacérselo saber, y aprovechamos para testimoniarle la forma heroica en que cayó y la lealtad de que siempre hizo gala, poniendo en alto...»
A veces, la contestación, agradeciendo frases hechas.
Hay quien siente no tener más hijos que ofrendar a la causa.


Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: Tokarev en 04 Febrero 2012, 01:08:58
Fuente: Yo fui piloto de caza rojo. Francisco Tarazona Torán

Reconocimiento en la carretera Albentosa-barracas
22 de julio. Hay que hacer un reconocimiento de la carretera entre Albentosa-Barracas. El Alto Mando republicano fortifica y prepara una línea de resistencia al Oeste del pueblo de Viver. Necesita datos acerca de la cantidad y la clase de material que el enemigo despliega en aquella dirección.
Esas misiones debe desempeñarlas un avión bimotor veloz, equipado con cámaras fotográficas.
Tenemos el avión: el «Kat». El Mando Aéreo opina que sería peligroso e inadecuado. Había que volar bajo, en vaguadas, con bastante potencia, moverse en poco espacio para salir de los callejones y barrancos; en un periquete se piensa en el «Mosca»; finalmente, en mí. Iría solo.

(http://usuarios.multimania.es/mrodval/YPC80B.JPG)

El hecho no aumenta el peligro, ni la necesidad de hacer el servicio disminuye.
Despego. Hago altitud- A los 4.000 metros nivelo el vuelo y le quito gases al motor. No me hace falta mucha velocidad; el ruido será menor. Me dirijo hacia el frente dejando la carretera Albentosa-Viver a mi izquierda. Encima de Viver, viro. Volando hacia sus líneas, veo detenidamente la zona que tengo que reconocer. Me percato de la orografía. A la altitud que voy, no se distingue nada extraordinario. Cuando estoy en la vertical de Mora de Rubielos, hago medio tonel hacia la izquierda y me dejo caer sobre la carretera.
Todo, hasta aquel momento, ha sido calma.
El altímetro empieza a indicar el rápido descenso; pronto alcanzo los 500 metros. Las máquinas del enemigo en tierra me disparan. Me tocan las alas; lo siento en mi cuerpo. Bajo más; camiones y tanques, los largos tubos de la AA a bordo de los camiones; hombres, miles de ellos, quizá una División, se dispersan ante mis ojos con velocidad de vértigo.

(http://3.bp.blogspot.com/-TN6-v7H4TFo/TdvPH3pE5bI/AAAAAAAAHC0/ymw5IB_JJhk/s400/%252810%2529+Bater%25C3%25ADa+antia%25C3%25A9rea+m%25C3%25B3vil.jpg)

Soldado sublevado,probablemente sirviente de la pieza,posa con una ametralladora antiaerea Breda 35
(http://farm8.staticflickr.com/7164/6501008703_0953e0c930_z.jpg)

¡Cuidado!
La sierra, enfrente de mí, crece amenazadora. Un tirón a la palanca; me pierdo en el cIelo. Me arde la sangre. La acción ha puesto en marcha lo que pueda tener de salvaje.
Me tiro nuevamente a la carretera. Ahora, sin miramientos, sin miedo. Ametrallo hasta sentir éxtasis. Las balas que llueven a mi alrededor no las siento. Vuelo con mis alas. Nada me hace falta para continuar aquel extraño vuelo, nada.
Una vibración tremenda en todo el MOSCA me arranca de aquel frenesí. Hago altitud, busco el daño. La tapa de la ametralladora derecha está levantada. Quito gases y la vibración disminuye. Pienso en irme; es lo mejor. Dirijo antes una mirada a la carretera recién batida. Allá abajo arden camiones, autos. Lo dejo.
Vuelvo en mí cerca del campo. Comienzo a ver el daño que el avión tiene, ¡ Es tanto!
Aterrizo. Salto de la cabina y me pongo con el mecánico a contar agujeros.
Llega José María.
—Te pegaron, Paco. —Algo, ya ves...
Caminando hacía la caseta, le cuento las peripecias del vuelo.
—Estupendo, Paco; estupendo. Voy a hablarle a Alonso.
Al terminar de hablar con el Jefe de Escuadra, Bravo me transmite sus felicitaciones. También me informa de que a Zarauza lo han nombrado Jefe del Grupo 21, substituyendo a Claudín.


Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: Tokarev en 12 Febrero 2012, 01:11:22
Fuente: Yo fui piloto de caza rojo. Francisco Tarazona

LLEGADA DE LOS SUPERMOSCAS
Mientras cenamos, llega Zarauza. Después de beberse nuestro vino y hacernos reir un poco, nos comunica que el día 2 saldremos hacia Figueras a recoger el nuevo material: doce «Moscas». ¡Nuevecitos!
3 de agosto. Ayer, por fin, fuimos a Figueras a recoger los Supermoscas.

(http://usuarios.multimania.es/mrodval/CSGE125.JPG)

Íbamos todos tan contentos que parecíamos chavales en vacaciones. Para completar la ilusión, ahí estaba la Costa brava, junto a la que corre un gran tramo de la carretera que va a Figueras.
Yo iba en el coche de Bravo en compañía de Paredes y Beltrán. Una vez acomodados y después de haber soltado algunas chirigotas le pregunté a Bravo, con algo de miedo, si sabia el número de aviones que habían pasado la frontera. Paredes y Beltrán contuvieron la respiración. Lentamente, y como si le doliera desilusionarnos, nos dijo que la primera remesa constaría de cincuenta Chatos, otros tantos «Moscas» y un par de escuadrillas de Kaliuskas. No era lo que esperábamos. Beltrán ni movió los labios. Paredes se puso a mirar por la ventanilla del coche. Bravo comenzó a maldecir a los que, por no querernos ayudar, ni siquiera aceptan que les compremos material. Hasta en la cara del chófer ví pintado el desaliento. Cuando Beltrán trató de hablar, sólo un sonido apagado salió de su garganta; su voz estaba ahogada de rabia. Para aliviar la tensión, me puse a considerar las maravillas que podremos hacer con este nuevo material. Al fin y al cabo, nunca hemos tenido tanto. Sé que necesitamos mucho más, sobre todo bombarderos; pero esto ya es algo. Les contagié mi optimismo, o hicieron como que se lo había contagiado.
Al acercarnos a Figueras vimos a unos campesinos que miraban insistentemente al cielo. Ya el chófer, sin que nadie le hubiera dicho nada, le había ido quitando velocidad al auto.
Aviones desconocidos estaban haciendo raras maniobras. Se tiraron en vuelo rasante, en dirección del bosquecillo de nogales, junto al que se habían detenido los automóviles. Pasaron rozando las copas de aquellos gigantescos árboles; eran tres bimotores. No les alcanzamos a ver las marcas, pero, por la línea, pensamos que eran Katiuskas, de los recién llegados, y que arman en la fábrica de Bañólas. Nos dieron un buen susto, pero aumentaron nuestro entusiasmo.
Cuando reanudamos el camino, la euforia nos inundó.

(http://images.encydia.com/thumb/d/d5/Katiuska.jpg/250px-Katiuska.jpg)


Si los Katiuskas nos habían parecido extraordinarios, ¡cómo serían los Supermosca. Ya conocíamos al Mosca.
Por fin llegamos al campo de Figueras. Allí estaban los aparatos, con la pintura de fábrica, intactos. En el timón de dirección llevaban ya pintada la bandera republicana. Primero nos quedamos lelos, como si admiráramos algo muy hermoso que no fuera nuestro. Luego, echamos a correr, cada uno a «su» aparato. Nos metimos en las cabinas sin mirar a los otros, sin hablar, absortos. La voz del capitán «Smith» nos sacó del éxtasis:
—¿Qué, se os cae la baba, «curritos»?
Saltamos de los aviones y lo rodeamos. Lo acosamos a preguntas: cuántos caballos tenía el motor, si las ametralladoras eran de mayor calibre, para qué servían los nuevos instrumentos. A todos nos contestó este especialista del 1-16.
Lo que más nos interesó fue el «muñeco» protector, plancha de acero colocada detrás del piloto y que obligará al enemigo a atacarnos desde ángulos menos efectivos para él. Tendrá que hacerlo de abajo arriba, lo que les restará velocidad para salir; o de arriba abajo, lo que les descubrirá. Esto, claro, hasta que ellos se enteren de que los «Supermoscas» llevan esa clase de chapa protectora. A no dudar, se enterarán pronto, ya que las noticias de cualquier clase van desde nuestro territorio hacia el de los fascistas con una velocidad endemoniada. Lo importante es que el piloto estará protegido de los ataques a 0º por la cola. Ya es algo.

(http://t1.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcQmbbHq7lS4T-Ohwk_iKIjr0R9X2C3SHJzLyb_OJbcswedbOZliHORxjp4v)

Se establecen zonas para probar en vuelo los nuevos aviones.
Montilla, Beltrán y yo iremos sobre la bahía de Rosas. Paredes y sus «puntos» lo harán sobre Torroella de Montgrí; Bravo se quedará sobre Figueras, y la otra patrulla irá a Olot. La prueba consistirá en picados a la vertical, barrenas, virajes profundos, de combate, tirones fuertes, medios toneles, y, a la salida, loopings. Esto es: todas las maniobras forzando la estructura de las alas; estudiaremos los radios de viraje a poca y a mucha velocidad, las velocidades de desplome, la penetración en los picados, el poder de ascenso, etc.
Tendremos que «hablarle» al nuevo caza y él nos contará de qué es capaz.
Por fin estoy sentado en mi caza 193: «Supermosca». Voy a probarlo en vuelo. La cabina huele a pintura fresca, los instrumentos de a bordo lucen como relojes en un escaparate con marco verde obscuro; el cinturón de seguridad está terso, con las hebillas brillantes; los pequeños garfios del seguro parecen dientes afilados de un pequeño escualo hendiendo la presa.
La puesta en marcha gira, y, al conectar los magnetos, el motor de 1.000 CV comienza a rugir sedosamente. Mi piel se eriza. El mundo exterior desaparece de mis sentidos y sólo queda aquella maravilla creada por el hombre.
Durante el despegue, tengo que forzar el motor para salir del pequeño campo de Figueras. Es entonces cuando me doy cuenta de la tremenda potencia que desarrolla este diablillo.
Montilla y Beltrán me siguen. En cinco minutos, estamos a 5.000 metros de altitud; a una señal mía, nos abrimos y empezamos el vuelo de prueba.
Beltrán puso la sal del programa, y, de paso, nos dio un buen susto. Había terminado yo de probar mi monoplano y esperaba a que terminarán él y Montilla. Pude verlo perfectamente, ya que me coloqué, a propósito, mil metros más alto que ellos. Inició la barrena a 5.000 metros. Lo seguí con la vista. Después de unas seis vueltas completas, empecé a prestar más y más atención, hasta que comprendí que algo grave le estaba pasando al piloto. Ocurrió tan rápidamente que, cuando quise seguirlo con mi avión, ya era un puntito apenas perceptible que daba vueltas cada vez más rápidas. De pronto, hizo explosión el avión y una gran llamarada anaranjada brotó de él. El humo negro se elevó a varios centenares de metros, envolviendo una extensa zona con su manto. «Acaba de morir un avión recién nacido», me dije. No ví saltar al piloto. Al aterrizar, le pregunté a Montilla si había visto algún paracaídas. Movió la cabeza tristemente y se encogió de hombros.
También él lo había visto todo.
El goce que hemos experimentado al probar estas potentes y gráciles máquinas se nos han esfumado en un abrir y cerrar de ojos.
Le doy la noticia a Bravo. Nada comenta, pero veo la desesperación y la tristeza que le produce. Le recomienda a Paredes que se haga cargo de las pertenencias del muerto, su paisano.
Los mecánicos nos convidan a comer. Aunque pensamos en Beltrán, nos ponemos a hablar de las cualidades del Supermosca. ¡Cómo presumen los mecánicos! Hay piloto al que le parece poca la potencia del motor, que, dicho sea de paso, le queda grande el avión. ¡Vaya motorazo! Discutimos la utilidad de los flaps, aunque sólo Pitarch los ha usado. Nos dice haber notado una fuerte vibración al bajarlos. No comprendemos la necesidad de emplearlos, porque estamos acostumbrados a aterrizar en muy pocos metros. Decidimos a coro probarlos.
Nos levantamos de la mesa y, al traspasar la puerta de la caséta que da al campo, nos quedamos atónitos. Por la carretera que desemboca al aeródromo, con un paracaídas al hombro, caminando lentamente y silbando, se acerca... ¡Beltrán! Un automóvil del Ejército de Tierra lo acababa de dejar en la entrada. Salimos corriendo a su encuentro.Sin darnos tiempo a preguntar nada, nos dice:
—Conté tres, y toqué tierra.
Estamos asombrados. ¿Qué demonios nos quiere decir? Poco a poco nos lo va aclarando. Ya iba a terminar la prueba; estaba entusiasmado con el nuevo caza; le faltaba hacer la barrena. Le quitó velocidad al «Mosca» y, cuando ya se iba a desplomar, le metió el pie derecho con fuerza. La inició como la hace el I-16, a trompicones. A las tres vueltas completas quiso sacarla, pero la fuerza centrífuga lo pegó hacia el lado izquierdo y apenas lo dejaba moverse. Dio como doce vueltas hasta que decidió abandonar el avión; iba en una barrena plana y a una velocidad de viraje endemoniada. Al tratar de salir de la cabina se le enganchó una bota entre el piso y el pedal. Empezó a desesperar; creyó que su fin había llegado; cuando pensó esto último, hizo un esfuerzo titánico y logró arrojarse al vacío. Luego contó tres y tocó tierra. Había perdido las botas y el pasamontañas; los ojos los tenía encarnados; sus tobillos, por el golpe tremendo que había recibido en los pies, estaban tumefactos. ¡Vaya tío con suerte! El médico que lo atiende dice que las contusiones no son de gravedad.
Nos ha vuelto la alegría a los rostros. Nuestras bocas, secas, no permiten el paso de la saliva; un trago de vino se impone. Después del dramatismo de la narración, Beltrán vuelve a su tranquilidad habitual. Para él no ha pasado nada.
Definitivamente no usaremos los flaps. Después de la prueba hemos visto que son más los inconvenientes que las ventajas.



Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: Tokarev en 29 Febrero 2012, 00:26:35
Fuente: Yo fui piloto de caza rojo. Francisco Tarazona.

13 de agosto
13 de agosto. Hace un día espléndido. Desde la vertical de Reus vemos despegar a los Messerschmitt de La Cenia. Varios grupos de puntos se distinguen a lo lejos; son los Fiat de Alcañiz, Caspe, etc. Toda la Escuadrilla está al tanto de los aviones enemigos: nos hemos avisado unos a otros. Estoy pendiente de la decisión de Bravo para entrar en combate. El sol está a nuestra izquierda, lugar preferido de los monoplanos alemanes; mas como apenas están despegando, tenemos tiempo de adueñarnos de él. Bravo no lo entiende así y nos lleva en línea recta a un lugar en el que convergeríamos Fíats, Messer¬schmitt Moscas, Chatos y los bombarderos fascistas. Antes de llegar a la vertical del Ebro, topamos con un muro de acero que sube desde los mil hasta los siete mil metros. Entre aquel fuego de AA se abren huecos que. en cuanto tratamos de utilizar, se cierran herméticamente.
No obstante, atravesamos sin bajas la vertical del río. Al pasarlo comprendo la razón de la decisión de Bravo: a unos 3500 metros vuelan tres compactas formaciones de bombarderos. Un poco más arriba, los cazas Fiat tripulados por españoles y sobre ellos los Fiat con tripulaciones italianas.
En un momento caemos sobre los bimotores alemanes para imponernos en los momentos iniciales, gracias a la sorpresa. En la primera pasada tengo que eludir el choque con un Fiat que se atravesó en mi trayectoria; fue tan de sorpresa que no tuve tiempo de dispararle. Al salir de la maniobra me veo rodeado por una nube de cazas enemigos. Los demás «Moscas» de la 3.º están como yo; la formación se ha deshecho; los bombarderos enemigos sueltan su carga sobre los puentes tendidos sobre el Ebro. El combate es entre los cazas. En el aire hay no menos de cien aviones. Los paracaídas cuelgan de la inmensidad del espacio como grandes lámparas. Las cuatro máquinas del Supermosca escupen fuego con rabia. El nuevo 1-16 se porta bien. Varias veces, el «muñeco» protector se interpone entre las balas y el piloto. ¿De quién serán aquellos paracaídas?
De regreso a Pla de Cabra, cuento los aviones. Únicamente regresamos ocho de doce «Moscas» que habíamos salido. Después de aterrizar voy a la caseta. Bravo está hablando por teléfono. AI colgar el auricular se deja caer pesadamente en un sillón. Se le nota cansado. Afortunadamente no ha habido bajas. Montilla tuvo que aterrizar en Reus y Margalef se unió durante el combate a la escuadrilla de Meroño y está en Vendrell. Pitarch está en Tarragona, con el «Mosca» acribillado, y Sirvent chocó en el aire con un avión enemigo, pero logró tirarse en paracaídas. Está ileso. En la Escuadra me dijeron que han sido derribados dos bombarderos y varios Fíat. De nuestra Escuadrilla nadie tiene la certeza de haber derribado alguno, pues no ha habido tiempo de seguirlos después de tocados; quizá no faltó quien los rematara.
Ya he probado en combate mi nuevo caza. Es maravilloso. Me siento en él como cuando uno estrena un par de zapatos que le gustan y no le molestan. Parece que cuando le hablo me entiende. Antes de virar y de que transmita a los controles la acción de mando, el caza se inclina hacia el lado donde quiero ir. Lo hace suavemente; luego, cuando recibe la fuerza de los controles, le imprime potencia a la maniobra. Nos tenemos que entender; hemos de formar una pareja indestructible.
El mecánico Rodríguez, encargado de mi caza, se me queda mirando cuando al volver de algún combate en el que nos ha ido bien le dirijo al avión frases cariñosas, como las que se le dicen a un buen caballo o a un buen perro. Pienso que a veces ha de creer que vuelvo un poco «tocado», sobre todo cuando me ve acariciarle el «lomo» del fuselaje. Yo mismo lo limpio, le quito las manchas de aceite, y, cuando el sol pega fuerte, lo tapo con una gran lona. Ayudo al mecánico a tapar cuidadosamente los impactos de bala o de AAA que recibe. Ro¬dríguez no podrá entender esto hasta que no vuele y sepa lo que le debe un piloto a su caza.
Salimos a proteger una pequeña formación de «Chatos»; la 4.º, de Arias, y la 6.º, de Meroño, nos acompañan. Somos la friolera de 50 cazas. Los de la 3.º vamos arriba de las tres escuadrillas restantes, cerrando un gigantesco rombo. Antes de llegar a la vertical del Ebro, la barrera enemiga de AAA ya está tendida. Es imponente. Los alemanes de la Cóndor cada vez tienen más baterías en esa zona. Al intentar pasar aquella cortina de fuego y acero, siento la sacudida furiosa de las ondas de aire al extenderse por la explosión. Miro a todos lados; un «Chato» ha sido tocado directamente y se desintegra en el aire. Siento deseos de lanzarme en picado y ametrallar a los bandidos. Damos varias vueltas sobre la zona de Gandesa y no encontramos caza enemiga. Los «Chatos», entre tanto, ametrallaban trincheras en la zona de Masaluca. Cuando nos vamos a retirar del frente en compañía de los biplanos, hacen su aparición los cazas italianos y tratan de perseguir a los «Chatos». Antes de que puedan hacer un solo disparo, la 6.º los ametralla sin piedad por todos los ángulos. Los Fiat, que son dos escuadrillas, optan por abandonar el frente, pero, antes, dos de ellos se ven acorralados y, al dirigirse hacia el Norte, se encuentran con la 4.º. Estos los derriban cerca de la salida del frente. Nosotros, más alto, cuidamos la retirada de los «Chatos». Cuando los I-15 alcanzan Reus volvemos los de la 3.a al frente. Ya Arias y Meroño regresan. Unidos, nos vamos a nuestra zona.


Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: Tokarev en 16 Marzo 2012, 23:34:40
Fuente: Yo fui piloto de caza rojo. Francisco Tarazona Torán.

VUELO DE PROTECCION DE LAS LINEAS DE CORBERA.

Al atardecer, salimos las tres escuadrillas a un nuevo servicio para proteger las líneas en el sector de Corbera. Tenemos el sol a !a derecha y ligeramente oblicuo. La llegada al frente es como tocarle la cola a un león enfurecido; el enemigo está bien oculto en los rayos del sol, que nos ciegan. Los ojos me arden al tratar de mantenerlos abiertos. Siento que el cerrarlos un instante le permitirá al enemigo situarse a mis espaldas.

Sierra de Lavall frente a Corbera. Al medio el llamado Valle de la Muerte.
(http://3.bp.blogspot.com/-jzVedeO7CZc/TdA3R17BTlI/AAAAAAAABkk/DL3ltY7TPe8/s320/abc.jpg)


El polvo de las explosiones en el frente se eleva hasta nosotros como una capa rojiza. Instintivamente, mis manos se cierran sobre el control de gases y la palanca de mando. Quito los seguros de las ametralladoras; me pongo alerta. En ese momento veo explotar sobre el Ebro un rosario de bombas; busco a los aviones. «¡Ahí están» . Dos cadenas de bombarderos vienen de la zona de Batea, escoltados por una ola de Fiat, no menos de cuatro escuadrillas de biplanos volando mil metros más alto. Por encima de ellos se nos acercan otras dos escuadrillas de caza italianas, y, más alto aún, merodean unos diez Me 109. Son 90 cazas y 27 bombarderos. Nuestras escuadrillas toman posiciones. Hay que impedir que los bimotores bombardeen la carretera entre Corbera y Venta de Camposines. Antes de que los alemanes pasen sobre Corbera, Meroño ya se ha descolgado de frente para atacarlos por la nariz, a 0°. Arias se «cuela» a la derecha para atacarlos de salida, y nosotros nos mantenemos a la izquierda, para cuidarlos del ataque de los italianos. Los Moscas de Meroño se meten entre los de la Legión Cóndor y consiguen, en la primera pasada, que la compacta y simétrica formación de éstos se deshaga, quedando algunos «puntos» rezagados, al parecer con leves averías.
AI salir del ataque, los Moscas de la 6.' son envueltos por los Fiat que van de escolta. Arias se tira contra los bombarderos y, después de ametrallarlos, se une a Meroño, que en esos momentos está luchando desesperadamente con los Fiat tripulados por españoles.

Fiat CR-32 Chirri
(https://lh3.googleusercontent.com/_8WIjkzT4POU/TVgCk95rJWI/AAAAAAAACh8/GKv6C1DbQrY/Fiat%20CR32%20Chirri%20-%20Shigeo%20Koike.jpg)

Nuestra posición es ahora inmejorable: tenemos el sol a la espalda y todos los aviones al frente, inclusive los italianos. Bravo decide atacar a los bombarderos que salen del área. Los tres Moscas de mi patrulla dirigimos el fuego hacia un bimotor que va tocado; su línea de vuelo es insegura, cambia bruscamente de altitud y su motor de babor despide mucho humo. Una y otra vez lo ametrallamos, pero ni explota ni cae; sus depósitos de gasolina parecen estar bien sellados. Nadie nos dispara desde el bombardeo; sus ametralladoras están muertas y pierde altitud.

Probablemente, un Heinkel 111
(http://www.aircrashsites-scotland.co.uk/Site/page_images/heinkel-he111_fair-isle/heinkel-he111-101I-385-28.jpg)

El alabeo nervioso de un Mosca que pasa delante de nosotros nos pone en guardia, y, un momento después, las trazadoras de los italianos pasan sobre nuestras cabezas. Pico casi a la vertical y, cuando el anemómetro marca 600 kilómetros por hora, doy un tirón tremendo y subo recto. Al nivelar el avión, veo que mis dos «puntos» está a mi lado, además del Mosca  que tan a tiempo nos ha avisado. Dando un viraje amplio nos damos cuenta de que el área está despejándose de aviones; solamente se ven algunos desparramados, en busca de la «nodriza».
En cuanto aterrizo, voy a la caseta de mando. Le pregunto a Bravo del resultado del combate; sobre todo, quiero saber cómo le ha ido a Meroño. Me dice que Arias ha perdido un Mosca. Era un chico novato. Cortizo, el jefe de patrulla, no pudo hacer nada por evitar que lo derribaran. Una jauría de Fiats los ha tocado a todos. A Meroño no le falta nadie, pero regresaron dos pilotos heridos, y los aviones casi deshechos. Al de Meroño le falta casi todo el timón de profundidad derecho. Tuvo que regresar a poca velocidad para no entrar en barrena. Al enemigo se le derribaron tres Fiat y dos bimotores; de éstos, el «nuestro» probable. El día ha sido movido.


Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: Tokarev en 17 Marzo 2012, 22:07:11
Fuente: Yo fui piloto de caza rojo. Francisco Tarazona Torán.

TERCERA VICTORIA DE TARAZONA

16 de agosto. Ayer me apunté mi tercera victoria. El enemigo está tratando de romper la línea del frente con bombardeos en masa en la zona de Gandesa-Corbera. Salimos a dar protección a dichas líneas.

(http://farm8.staticflickr.com/7037/6844366660_9859eb75c9_z.jpg)

Íbamos veinte «Moscas» en total, once nuestros y nueve de Arias. En un punto del frente, volvió a envolvernos la nube de polvo rojizo. La 3.º volaba a 4.000 metros y la 4.a a 3.000. Al acercarnos a Gandesa vimos un grupo como de cuarenta Fiat que viraban en nuestra dirección, al parecer sin vernos, porque la formación «estaba quieta». Volaban a la altura de Arias. Al terminar de virar, la primera escuadrilla de Fiats quedó frente a nosotros. Trataron de ganar altitud rápidamente para colocarse en posición de atacar a la 4.ª, pero, al vernos más alto, desistieron. Se abrieron hacia la derecha de Arias para atacarlos de salida, pero éste ya ametrallaba a la última formación, que trataba de unirse a sus compañeros.

FORMACION DE FIATS CR. 32
(http://www.finn.it/regia/immagini/fiat/cr32_xvigr_cucaracha_tn.jpg)

Bravo dejó pasar a la primera escuadrilla; luego, nos hizo señas. Nos descolgamos sobre la que dispersó Arias. Cuatro Fiats viraron en picado hacia la derecha, y luego, inexplicablemente, siguieron en vuelo horizontal, pero separados del resto del grupo. Cuando empezaron a virar hacia el centro del combate, lancé mi patrulla contra ellos. En la primera pasada, uno de ellos se percató y picó desesperadamente; los demás abrieron la formación, y el «punto» derecho entró en barrena. Creí que iba tocado, pero salió y trató de unirse al grupo de Fíats. Después de cerciorarme de que no tenía a nadie pegado a la cola, me lancé tras él y le metí cuatro o cinco rafagazos sobre la cabina; se desplomó y, de su cuerpo de metal, salió una densa humareda; negra, gris y, finalmente, anaranjada. Sobre la margen Sur del Ebro, entre Fayón y Ribarroja, se estrelló.
Montilla y Calvo se unieron a mí. En sus caras sé notaba que querían decirme algo bueno. Con mucha cautela regresamos al lugar de combate. Tomamos altitud y vimos la situación. Los Fiat, más bajos que los «Moscas», se batían en retirada. Los Moscas de la 4.ª y la 6.a los acosaban. Nosotros bajamos para unirnos al jefe de la 3.ª.

JOSÉ MARÍA BRAVO. JEFE DE LA TERCERA ESCUADRILLA
(https://encrypted-tbn2.google.com/images?q=tbn:ANd9GcQy0zUJYEhMCztNL-o1BtnaA9mz3gUTQDyXo0pzj3QHYNqbTGqb4Q)
(http://www.foroporlamemoria.info/documentos/2006/img/mosca_27022006.jpg)

En unos minutos más, se limpió el frente aéreo; sólo el fragor de la batalla terrestre seguía bravamente. Le hice señas a Bravo: le recordé que debíamos hacemos ver por los soldados. Aquel movió la cabeza y, formados en ala, nos lanzamos desde 4.000 metros sobre las líneas amigas. Nuestro paso sobre ellos fue emocionante.
Al regresar noté que nos faltaba un monoplano. Fernández Prada no formaba con la 3.ª. Más tarde nos enteramos de que había sido derribado. Nosotros derribamos cuatro Fiat; según mis cuentas, perdimos la pelea.


Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: Tokarev en 05 Abril 2012, 18:15:15
Fuente: Yo fui piloto de caza rojo. Francisco Tarazona Torán.

21 de septiembre. Salidas y más salidas al frente. Del 6 al 21, dieciocho servicios y siete combates. Hoy vamos a proteger líneas en el sector de Camposines-Villalba. Nuestro Ejército está sosteniendo una guerra defensiva en el sector central del frente. El objetivo del Alto Mando republicano en la zona del Ebro —salvar Valencia—, ha sido alcanzado. El soldado del Ebro vende el palmo de terreno español a tonelada de carne. Mi vista no se aparta un solo momento de las zonas más altas, donde se esconden los Messerschmitt alemanes. No quiero perderme la sorpresa que les causará la existencia de una escuadrilla republicana equipada con oxígeno.
Hasta ahora, los monoplanos alemanes han merodeado los siete mil metros sin ningún obstáculo. La 4.ª ha sido la elegida para tal trabajo; van equipados con sobrealimentador. Aunque no llevan calefacción, los pilotos se sienten dueños del mundo. La 3.a vuela encima de la 6.a y de la 2.a de Pereiro, recién formada. Su jefe es un gallego pequeñín de “estatura”, valiente a carta cabal. Es su primer vuelo como jefe;
La 4.a, de Arias, se mueve suavemente allá en las limpias alturas, guarida de la Cóndor alemana. Atravesamos una barrera de AAA. Al llegar sobre Fatarella nos encontramos al enemigo, que está ametrallando el frente. Por encima de ellos merodea la sombrilla protectora. Nos juntamos, entre unos y otros, unos ciento cincuenta aviones. Los Messerschmitt se las están viendo con la 4.a, a juzgar por las estelas de vapor y las líneas que dejan las trazadoras en la frialdad de la altura. ¡Ya era hora que alguien perturbara el tranquilo pasear de los alemanes!
Antes de pasar la vertical del Ebro por la zona de Ascó, la Escuadrilla de Pereiro entra en combate con los biplanos, que, a muy poca altitud, ametrallan las cercanías de Villalba. Pelean casi rozando el suelo. A la caza de ellos se descuelga una escuadrilla de Fíats. Detrás se lanza Meroño, al que en seguida se le pegan otros Fiat. Me llega el turno y dirijo mi Escuadrilla contra los últimos. En el aire, los ciento cincuenta cazas tejen y destejen una enorme madeja de hilo blanco. Un bólido rojo y brillante va a estrellarse en las riberas del Ebro. Debe de ser un Me 109 o un Mosca  de Arias. Combatimos encarnizadamente. Tirones, picados, apretar de gatillos al ver pasar delante del morro del Mosca  un avión enemigo, ¡ Vigilar la cola! Se me adelanta Fallares, y, con la vista, me se¬ñala un par de Fiat que se dirigen solos por Flix hacia nuestras líneas.

(http://www.fjavier.es/aire1936-39/otros/2fiat.jpg)

Al volver la cabeza para contestarle, veo que su motor está echando mucho humo. Se retira. Busco los Fiat que me había señalado; éstos vuelan tranquilamente. De pronto, viran 90°. Comprendo lo que van a hacer: ir por el «Mosca» que va tocado, para rematarlo. Pallares va dejando tras de sí un buen reclamo para los buitres. Me ciega la rabia. Al ponerme en posición de ataque, uno de los Fiat aprieta los gatillos y sus balas pasan rozando al «Mosca» herido. Disparo al pasar casi tocando a los aviones enemigos, y veo las caras de sus pilotos llenas de asombro. Sueltan la presa. Uno de los cazas empieza a echar humo. El otro huye. Vuelvo por el Fiat herido y no dejo de dispararle basta que estalla en el aire.
Regreso al frente. A 4.000 metros se me juntan varios Moscas. Los números blancos que llevamos los Jefes de Escuadrilla pintados en los aviones se diría que son de miel, al ver cómo acuden los Moscas desperdigados de otras escuadrillas. También los fascistas acuden, cuando pueden. Van llegando Montilla, Calvo y los demás. Hago señales de retirada y se nos pega uno de la 4.a. Parecen habitantes de otro planeta por la máscara que llevan para recibir oxígeno. Vienen con nosotros tres del Bote de Humo (mascota de la 6.a) y ¿los de Pereiro?.
En tierra hacemos balance. Ninguna baja en la 3.a. Arias derribó un Messerschmitt y no perdió a nadie. Meroño derribó dos Fiat y perdió un «Mosca». Yo no perdí a nadie y derribé un Fiat. Pallares recibió una bala en el brazo, del Fiat que derribé. Los «Moscas» tocados cayeron en nuestro territorio, y uno de los pilotos pudo lanzarse en paracaídas.
Me entero de que Bravo ha sido nombrado segundo Jefe del Grupo 21. Enhorabuena.
Por cierto, he de decirle que vigile a Pereiro. La altitud a la que entró hoy a pelear con los Fiat es de insensato.


Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: Tokarev en 04 Mayo 2012, 16:56:50
Fuente: Yo fui piloto de caza rojo. Francisco Tarazona Torán.

22 de septiembre. Hoy, por la mañana, al comunicarme con la Escuadra, me entero de que el piloto de la 6.º que usó el paracaídas fue ametrallado en el aire durante el descenso. Igual le hicieron a Ruiz, en Nules. ¡Qué diferencia habrá para los «fachas» entre ametrallar un avión tocado y matar a un piloto que se tira en paracaídas! No sé. Será cuestión de estómago o de educación espiritual. No creo que lo hayan hecho españoles. Serán, ideológicamente, distintos a nosotros por cuestión de crianza, pero son españoles.
Los aviones de la 4.º, de Arias, equipados para volar alto, con oxígeno y motores sobrealimentados para poder «bajar» a los Messerschmitt, nos hacen pasar unos sustos de órdago. La barriga azul del 1-16, desplazándose a dos o tres mil metros más arriba que nosotros, nos da la impresión de ser el monoplano alemán, aunque de línea es distinto. Sólo los identificamos por la manera de formar. Mientras los alemanes lo hacen aislados y por parejas, los «Moscas» de Arias vuelan en patrullas de cuñas. La medida de crear la «Escuadrilla del chupete», como la llamamos por la máscara de oxígeno, ha sido buena y necesaria. A veces, durante el curso de un combate, vemos descender a los alemanes hostigados por aquéllos, y, generalmente, incendiados. Cuando se nos pega algún integrante de la 4.a nos causa cierta impresión por el aspecto raro del piloto.
Salimos de nuevo al frente. Esta vez, con sólo siete «Moscas». Los aviones de Pallares y de Vallecas están reparándose. Nos mandan a dar protección a las líneas del sector de Corbera. La escuadrilla del gallego Pereiro, con ocho aparatos, nos acompaña. No me hace mucha gracia la compañía porque al pequeño le sobra valor, pero le faltan sesos. Esta escuadrilla se mueve de un lado para otro como esperando caer inmediatamente sobre el enemigo. ¡ Estate quieto!», le digo con el pensamiento. El cuello me duele terriblemente. De tanto volver la cabeza para vigilar y buscar al enemigo, se me ha formado una llaga. Las ondulaciones del gallego me traen loco. Al entrar al frente por Falset, se ven Fiat y bombarderos por todas partes. Pienso que ahora sí se tendrá que mover Pereiro. Son por lo menos sesenta cazas y tres escuadrillas entre Savoias 79 y He 111. Montilla se me acerca y, con los ojos, me advierte del enemigo. Pereiro sube a mi altura y hace lo mismo. Su pequeño rostro es una mezcla de alegría y asombro. Yo me siento tranquilo, aunque el miedo me ronda. Siempre me encuentro así en el momento que precede al combate. Una vez liados, la cosa cambia.

Dos Savoia 79 en vuelo
(http://www.msoriano.es/galerias/savoia/ref01.jpg)

Tres He-111 en vuelo
(http://usuarios.multimania.es/mrvalverde/HE111B_2.JPG)

Formando en ala me dejo caer sobre una escuadrilla de bimotores que salen de la zona de Gandesa-Corbera. Antes de llegar, las trazadoras se cruzan en nuestro camino. Aprieto los gatillos sobre una silueta que pasa frente a mí a escasamente veinte metros. La panza del Fiat me parece la de un tiburón; le sigo un momento con los dedos pegados a los gatillos, mientras las ráfagas de mis trazadoras se hunden en el cuerpo blanco del caza italiano. Unos golpes a mi espalda me hacen volver la cabeza: a mí cola va pegado un Fiat. Montilla, a mi derecha, trata de quitármelo. Se cierra y casi choca con él. E1 biplano se deja caer. Los Fiat envuelven a los bombarderos y es casi imposible llegar a ellos. Cuando comienzan a virar hacia sus líneas, exactamente sobre Corbera, veo salir un par de Moscas desde abajo, en medio de los bombarderos. Rasgan el aire, y, con un medio tonel, se dejan caer sobre los Heinkel. A la salida los esperan varios Fiat. Los «Moscas» tratan de ganar altitud, y lo consiguen gracias a que va¬rios de nosotros nos lanzamos en su ayuda, cortando la entrada de los Fiat. No obstante, el «punto» más rezagado parece tocado. Se deja caer, y un par de Fiat lo sigue. Detrás de ellos nos lanzamos Calvo, Montilla, Margalef y yo. Los cazadores se convierten en cazados. Abandonan la presa y, en picado, tratan de salvarse, aunque para uno de ellos ya es tarde; al dar el medio tonel salvador, lo alcanzamos Montilla y yo derribándolo. Los Fiat tratan de no dejarnos salir y se han puesto de guardia sobre la línea del Ebro. En el frente ya no quedan bombarderos. Conmigo forman cinco «Moscas», tres de la de Pereiro y dos de la mía: Montilla y Calvo. Mucho más abajo van tres «Moscas»  seguidos de otros dos más rezagados. Lo demás está lleno de Fiats italianos. Hace una hora y cuarenta minutos que hemos salido, y la gasolina se nos está acabando. Hago la señal de retirada. Formados en ala nos dejamos caer desde 4000 metros a ras de tierra. A los Fiat les sorprende esta maniobra, y cuando quieren seguirnos ya es demasiada la distancia y la velocidad que nos separa. Al volar sobre Valls, cuento los números de mi Escuadrilla. Me falta Sirvent. Cuando aterrizo, lo primero que veo es un «Mosca» con una rueda metida y el morro un poco hincado en tierra. Lleva el número del avión de Sirvent. A él no le ha pasado nada, pero su aparato está acribillado; tiene 58 agujeros de bala. ¡Qué suerte! Hablo con él y lo noto como si nada; está dormitando.

Mosca en circunstancias similares.
(http://farm8.staticflickr.com/7223/7141900895_9fd754a52a_z.jpg)


Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: Tokarev en 13 Mayo 2012, 15:47:28
Fuente. Yo fui piloto de caza rojo. Francisco Tarazona Torán.

23 de septiembre. Hoy derribaron a Margalef. Tenía ape¬nas dieciocho años. Los soldados del sector de Camposínes-Pinell presenciaron el combate. Habíamos salido a proteger un grupo de “Kats”; éramos siete aviones de la 3.a. El polvo y la bruma en las alturas reducía la vigilancia. Apenas se dis¬tinguían los bombarderos republicanos. El sol, de frente, im¬pedía ver lo que había en el fondo. La 4.a volaba a la derecha y abajo, y la nuestra arriba, a 5.000 metros, cerrando el rom¬bo. La caza sumaba veintitrés aparatos. Nuestra misión era entrar con los “Kats” y quedarnos en el frente a proteger las líneas; con ellos iría la 7.a, y Meroño se quedaría conmigo. La AAA parecía tener a los “Kats” en la mira. No obstante, en¬traron al frente, llegaron al objetivo, descargaron las bombas y regresaron. Meroño, una vez que los bombarderos salieron del Ebro, se descolgó a atacar unos biplanos He 51 que ame¬trallaban nuestras líneas.

Francisco Meroño Pellicer
(http://i43.servimg.com/u/f43/11/63/75/86/56710.jpg)

Heinkel 51
(http://www.aviation-history.com/heinkel/he51l-2.jpg)

Yo me quedé a la expectativa. De pronto, por la izquierda de Montilla, aparecieron doce Fiat, y, encima, una pandilla de Me 109 alemanes. Traté de ganar más altitud y ponerme con la espalda al sol, pero me salió al encuentro otra escuadrilla de Fiat, disparando sus ametralladoras. Piqué a fondo junto con toda la Escuadrilla. Eran tantos los Fiat que nos seguían, que no veía la manera de dar el tirón para ponerme arriba de ellos; temía chocar con alguno. Corté la dirección del picado y dirigí los Moscas hacia nuestras líneas, logrando eludir de momento a nuestros perseguidores; esto nos bastó para hendir el cielo y colocarnos en los 5.000 metros. Uno, sin embargo, se había quedado abajo. De momento no supe quién era. Los monoplanos alemanes nos buscaban la vuelta para atacarnos. Traté de ver a Meroño, pero no lo hallé. Estaba seguro de que el piloto que nos faltaba no saldría bien librado. Busqué sobre quién echarme. Ví una escuadrilla de Fiat por debajo de mí; formé en ala y piqué hacia ellos, pero, antes de poder centrarlos en el colimador, ya tenía a los Messerschmitt encima. Rociamos de balas a una patrulla de Fiat y viramos cerradamente a la derecha para evitar que los alemanes nos ametrallaran. Al ver que hacíamos la pescadilla, volvieron a su posición inicial en espera de incautos. Comenzó a ponerse el sol. Nuestros guardianes se cansaron de vigilarnos y nosotros de ser vigilados. Ordené la retirada. En tierra me dieron la noticia. Del frente telefonearon a la Escuadra y dijeron que Margalef fue derribado por varios Fiat. Le iba rateando el motor, porque arrojaba gran cantidad de humo negro cuando trataba de meter gases. Indefenso, lo acribillaron, hasta que el chiquillo se estrelló en las laderas de la sierra de Caballs.
¿Qué diré? Que era un imberbe de dieciocho años al que una guerra, que no provocó, le quitó la vida.

Lluis Margalef resaltado con círculo rojo en la fotografía.
(http://profile.ak.fbcdn.net/hprofile-ak-snc4/50452_145422668830812_8891_n.jpg)



Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: Tokarev en 18 Mayo 2012, 21:21:07
Fuente: Yo fui piloto de caza rojo.Francisco Tarazona Torán.

5 de octubre. Estamos apostados en Valls. La 4.º está escondida entre los almendros. Una caseta nos sirve de pequeño cuartel. De la pared cuelga un mapa a escala 1 : 500.000 del área del Ebro en la que se combate desde hace tres meses.

(http://img525.imageshack.us/img525/6771/plano20dw6.gif)

Teléfono de campaña, una gran mesa y un par de sillones. Arias comenta filosóficamente los acontecimientos. Su cara torcida y remendada, resultado de una parada de motor durante un despegue en Liria, en 1937. y su corta estatura le dan un aspecto de «malo» de película. Pero la realidad es muy otra. Las circunstancias y el cielo han hecho de Arias un gran piloto de Caza, pero, en el fondo es un cura de pueblo.

Antonio Arias
(http://img204.imageshack.us/img204/5613/arias100043809.jpg)

—No sufras, Paco —me dice—; el destino de las personas está escrito con mano divina; además, ¿qué se puede hacer para remediar lo que está escrito?
Trata de consolarme por la muerte de Tébar, un novato que me derribaron ayer.
Salimos a un servicio de rutina, a proteger las líneas. Al volver me falta un «punto». No pude darme cuenta de nada y me lo tuvo que explicar Cortizo, uno de la 4.º. Al volar sobre Asco vio un aparato republicano que se dirigía a nuestras líneas, a 3.000 metros de altitud, echando humo. Se le acercó, y Tébar le hizo señas de que el motor le rateaba. Lo acompañó unos minutos y, al momento de virar para regresar, se encontró de sopetón con cuatro Me 109 que bajan a toda velocidad para cazarlos. Frente a ellos, abrió fuego con las cuatro máquinas sin apuntar a ninguno especialmente, más bien para causarles sorpresa y desviarlos de Tébar. Los alemanes lo pasaron y se echaron sobre Tébar. Entonces, Cortizo hizo medio tonel y picó hacia ellos, pero ya el «Mosca» de Tébar estaba incendiado. Las balas del gallego Cortizo alcanzaron a un alemán, que cayó en llamas cerca del pueblo de García. Los demás tomaron altitud y se alejaron hacia sus líneas. El «Mosca» cayó al Norte del río, cerca del alemán y casi al mismo tiempo. Pero el novato logró saltar en paracaídas. Al acercarse Cortizo en vuelo lento y a grandes círculos, vio que el paracaídas estaba incendiado. Cuando cayó a tierra, el cuerpo del infeliz piloto rebotó como una gran pelota.
—Son cosas del destino —quiere convencerme Arias. A pesar de la enorme ventaja numérica que nos lleva el enemigo, le damos más de un dolor de cabeza, y la mejor prueba de ello son los bombardeos en masa que están desatando sobre nuestros campos de Caza. Hoy nos dieron una pasada tremenda. Tres escuadrillas de He 111 (27 aviones) nos deshicieron el campo de Valls.

Formación de He-111, ya en la II G.M.
(http://director.io/tanquesyblindados/articulos/art/electromag/Heinkel_He_111.jpg)

 Alcanzamos a salir las dos escuadrillas y, después del combate, tuvimos que usar el de Pla de Cabra, mientras reparaban el nuestro. No derribamos un solo bimotor. Bajamos llenos de rabia ante nuestra impotencia. Es imposible atacarlos más de cerca; a veces tenemos que romper la trayectoria del caza para no chocar con ellos. Se irán acribillados, con los motores rotos, pero no caen incendiados como nuestros «Kats».  

SB KATIUSKA en vuelo
(http://www.ejercitodelaire.mde.es/stweb/ea/ficheros/jpg/6B1227757EDA66C8C12576BE005389E2T00.jpg)

Tenemos que hablar con Giménez para tratar de que nos pongan armamento de mayor calibre, si es que queremos hacerles algún daño a los bombarderos.
Se lo decimos al comandante. Atacarlos sin hacerles la menor mella es terriblemente desmoralizador. Es como esos sueños de pesadillas en que se le quiere pegar a algo que nos amenaza y sentimos que nuestros brazos son de trapo y nuestros puños corno de humo.
El Jefe de la Escuadra duda. No cree que se nos pueda equipar con más armamento. ¡Ya quisiera él tener suficientes aviones como los actuales! No cabe duda que nos es difícil defender nuestra tierra, nuestros ideales. El mundo exterior casi nos ha abandonado. Se puede decir que nos está ayudando a bien morir. ¡Ojalá no esté preparando también su muerte! No obstante, Giménez, el buen Giménez, el Jefe de la Escuadra 11, le dirá al general Hidalgo de Cisneros, Jefe de las Fuerzas Aéreas Republicanas, que el armamento que tenemos en los cazas es débil; que así no podernos derribar los aviones que nos destruyen los puentes por donde nuestras tropas reciben refuerzos. Los puestos de vigía que tenemos para avisar a los campos de la presencia de aviación enemiga, es otro punto a tratar.
Estos puestos son unas casetas elevadas, dentro de las cuales está un soldado de Trasmisiones equipado con un aparato telefónico. Cuando el vigía más cercano a las líneas del frente los distingue, comunica en seguida al siguiente punto la cantidad y dirección del enemigo. Así, la llamada va llegando al campo amagado. El último puesto de guardia dista de éste unos quince kilómetros. Esta distancia es recorrida por los aviones en dos o tres minutos, tiempo insuficiente para que las patrullas de guardia tengan altitud de ataque.
En consecuencia, sufrimos cuantiosas pérdidas en tierra y durante los despegues. Muchas veces, el enemigo, advertido por su Servicio de Espionaje de la forma deficiente de nuestra información, nos amaga campos para levantar la caza, girando en dirección de otros aeródromos, haciendo lo mismo en éstos hasta que otros grupos de bombarderos nos van cogiendo desprevenidos en el momento de aterrizar.
El resultado es que, o rompemos los cazas al aterrizar entre agujeros de bombas, o, tratando de alcanzar campos más lejanos en buenas condiciones, se nos acaba el gas y tenemos que tomar tierra en prados y en carreteras. Ahora bien; tener aviones destacados continuamente en el aire es imposible, un lujo. Para nosotros, claro. Por lo tanto, el problema de la vigilancia aérea en la zona de los campos de Caza es otro asunto importante que exponer al general Hidalgo.
Volamos sin oxígeno a cinco, seis y siete mil metros porque no hay quien nos equipe con aviones adecuados. Además, sin radio. Nos helamos a temperaturas de 30 y 40° bajo cero. A nadie culpo.



Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: Tokarev en 02 Junio 2012, 21:02:45
Fuente: Yo fui piloto de caza rojo.Francisco Tarazona Torán.

12 de octubre. Me encuentro dormitando en la cabina, cuando un lío de voces llama mi atención. Un “Kat” incendiado se acerca al campo de Valls. Trata de aterrizar con las ruedas metidas, para evitar el capotaje. El motor izquierdo falla. Nadie de los que, atónitos, miramos aquello, creemos que los infelices puedan alcanzar el campo. En efecto: como si una mano gigantesca los atrajese, desaparecen de nuestra vista. Intento correr en su dirección. De pronto, emergiendo lastimeramente entre los árboles, aparece el bombardero herido, y, en un esfuerzo agónico, se desploma en tierra arrastrando en su recorrido a un camión de puesta en marcha. Rebota levantando surtidores de polvo y escupiendo balas de sus tolvas como si fueran los dientes de un monstruo prehistórico, y, por último, se detiene. Durante un momento, todo el campo queda paralizado.

Tupolev SB-2 en circunstancias similares.
(http://usuarios.multimania.es/mrodval/CSE224B.JPG)

Al apagarse el fuego del animal de acero, se rompe el encantamiento. Cuando llegamos para ayudar, dos cuerpos se retuercen en tierra entre el fuego de sus ropas. Los hombres de blanco se hacen cargo de ellos. Otros se meten en el fuselaje para sacar el resto de los tripulantes heridos. El ametrallador  de la torreta superior está muerto; el navegante tiene el brazo derecho desgajado por el hombro, y trata, en su agonía, de sostenerlo. El piloto yace en su puesto con la cabeza abierta de parietal a parietal. El «Katiuska» parece un gladiador vencido por la fatiga. Pocas veces he tenido la oportunidad de estar tan cerca de un bombardero amigo, de un «Katiuska». Me acerco a él. El fuego está vencido. Le hablo de lo que los dos hemos visto allá arriba, porque estoy seguro en este momento de que me entenderá. Cuando la ambulancia de la 3.ª sale para el hospital con la carga completa, siento lástima por lo solo que se queda, con las alas y las entrañas rotas.

Ambulancia republicana.
(http://img836.imageshack.us/img836/8028/85861062.jpg)

Poco después llega la 4." con Arias, y, ansiosamente, cuento los aviones. Ocho... Falta uno. Me acerco al jefe, y, mientras le ayudo a quitarse el paracaídas, le pregunto qué ha pasado. Sudoroso y disgustado me contesta.
—Nada; que ha habido mala suerte, Paco. Primero la antiaérea, y, para colmo de males, nos han cogido los “Messer» casi de sorpresa, alcanzando, a las primeras de cambio, a mi punto derecho. Se tuvo que lanzar en paracaídas. Me repuse, y luego, con mejor posición, he tratado de entablar combate con ellos mientras allá abajo otro grupo de monoplanos se me coló para atacar a los «Katiuskas». Total; que cuando bajé, ya uno de ellos estaba ardiendo. Como verás no es hoy mi día. Ahí tienes al otro «Katiuska».
No puede proseguir y se mete a la chabola. No lo sigo por no verlo llorar. Miro al cielo.
 ¡Cuántos son los que no han nacido para esta guerra! Todos los que necesitan sentir que se les trate con justicia, los que piensan demasiado en nuestra inferioridad, en las condiciones tan desventajosas en que peleamos. Como el comandante Giménez, que va por el campo como si sobre sus espaldas pesaran los días infaustos, los aviones incendiados, los pilotos muertos. Cuando da órdenes nos mira como disculpándose.
Le pregunto si nos van a poner más armamento, si vamos a recibir más material. El general Hidalgo le ha confesado que los franceses apenas dejan pasar los aviones que están en la frontera. La situación internacional es muy inestable y los rusos no se atreven a mandar los barcos por el Mediterráneo, por lo que les ha ocurrido a dos de ellos en el Sur de Italia, donde submarinos «desconocidos» los hundieron.
Las escisiones en nuestro propio Gobierno hacen aún más difícil la adquisición de material de guerra.




Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: Tokarev en 20 Junio 2012, 19:10:52
 Este relato, extraído de las memorias de Francisco Meroño Pellicer, sirve de ejemplo para comprobar la enorme valentía y el comportamiento ejemplar de los camaradas soviéticos, luchando siempre muy por encima de su deber. Así mismo sirve para acallar a aquellos que dicen que los pilotos soviéticos vinieron obligados a España y que solamente venían para recibir entrenamiento. Sirva este trabajo de homenaje a ellos.

Fuente: Le llamaban Diablo rojo. Francisco Meroño Pellicer

Después tiene la palabra el comandante Manuel Zarauza. Ahora no parece tan chiquillo, se ha puesto por primera vez el uniforme de gala y parece un comandante de verdad, pero para él ha llegado el momento más difícil de la guerra. Seguro que preferiría un combate contra cinco "Messer" que tener que hablar en este acto de despedida. Comienza con palabras acogedoras de cariño, respeto y agradecimiento hacia estos hombres que supieron ganarse nuestro reconocimiento al entregarnos todo lo que tenían, sin exigir nada a cambio.
— Vosotros, os vais —continúa Zarauza— otros no regresarán, pero el pueblo español no se olvidará de vosotros por muchos años que pasen. Hoy despedimos a hombres de todos los continentes, hombres que vinieron a España en defensa de nuestra causa y de nuestro ideal justo. A nuestro lado estuvieron, en lo fundamental, aviadores soviéticos, también hubieron alemanes, franceses, yugoslavos y otros; todavía tenemos presentes a Románov, Ivanov, Mináev, Petróvich, Niedielin y muchos de los que cayeron, cuyos nombres quedaron gravados en nuestros corazones. Es inconcebible hablar de la defensa de Madrid sin recordar a Víctor Serov y Yeriómenko, a Kuznetsov y Rybkin; la ofensiva de Guadalajara sin Ptujin, Antónov y Smirnov; la batalla de Teruel sin Stepánov y Stern; los combates del Ebro sin Ujov y Griseviets.  Cuando se escriba la verdadera Historia de España los nombres de estos héroes serán puestos allí con letras de oro...

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 Zarauza continúa hablando, pero yo ya no lo oigo, mis pensamientos se remontaron por el abrupto camino que recorrimos juntos desde los vuelos de reentrenamiento en El Carmolí con "Antonio" — Serguéi Plygunov— hasta el último que hicimos el día 15 de octubre de 1938 sobre el Ebro. Todavía tengo presente la cara de aflicción de "Antonio" cuando cayeron al mar Plaza y Medina. El cuidado que puso éste cuando nos llevó por primera vez sobre el frente de Madrid, después las escuadrillas mixtas —españoles y soviéticos— en Teruel, las protecciones de Valencia y Barcelona, las primeras escuadrillas de españoles.
 Cuando comenzó la ofensiva del Ebro, en España sólo quedaban dos escuadrillas de aviadores soviéticos, la segunda de Ujov y la quinta de Griseviets. Ahora son escuadrillas de españoles: la una la heredó Tarazona y la otra se la dan hoy a Pereiro.
 Varios días antes de que dejasen los voluntarios nuestra tierra, fuimos a Valls y les pedimos que no volasen más, que no arriesgasen sus vidas, pero ellos se negaron rotundamente; tuvo que intervenir el general Hidalgo de Cisneros, jefe de la Aviación, que después de muchas súplicas les permitió hacer el último vuelo de despedida. Ahora cada salida al frente se hace más enconada, en cada vuelo hay combates, pérdidas, pero Griseviets no da su mano a torcer.
— ¡Volaremos hasta el último momento! —dice. El 15 de octubre de 1938, día de nuestro último vuelo conjunto por los frentes de España, amanece limpio y fresco como casi todos los días otoñales de España. Los castaños ya comenzaron a soltar sus hojas. Aquí y allí suben al cielo hilitos de humo de las pocas fábricas que trabajan aún en Tarragona y Reus. En la altura ya se nota el frío y los dedos se tornan gélidos cuando alcanzamos los cinco mil metros. Más arriba que nosotros vuela, como siempre la escuadrilla de "Chupetes" al mando de Arias. Cuando vamos ascendiendo hacia el frente, la quinta
nos pasa de cerca y él nos enseña el dedo gordo: todo va formidable. Como siempre, se coloca a doscientos metros más arriba, no han perdido la costumbre de protegernos, aun sabiendo que ya no somos aquellos "polluelos" de hace dos años.

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  Vamos a proteger las líneas de nuestras trincheras y hacer un reconocimiento de la retaguardia cercana, pues en estos días se nota cierta actividad fascista en este sector.
Vuelan todas las escuadrillas de "Moscas", después habrá otro vuelo de protección de los "Chatos", pero los soviéticos ya no volarán con nosotros, por eso tiene tanta importancia este servicio. La principal tarea de reconocimiento la lleva Tarazona con los suyos, por eso va más bajo, los demás les protegemos la cola.
 Formamos un gran abanico de siete escuadrillas que llenamos el cielo con el inmenso rugir de casi cien motores. La primera, que manda Redondo, cubre el flanco derecho; Puig, con la séptima, el izquierdo; nosotros, con la sexta, vamos encima de Tarazona. Ujov y Griseviets, a los que habíamos decidido proteger hoy, nos han tomado la delantera y van más alto, esperando los primeros al enemigo.
Todavía no pasamos las líneas del frente cuando arriba, delante del abanico, aparecen los primeros ojos negros de los antiaéreos, que tiran con bastante acierto. Cambiamos unos grados el rumbo. Seguimos de cerca a los soviéticos. Entramos por Tortosa hacia La Galera y viramos encima de Peñarroya. Vemos las estelas de polvo que dejan los "Messer" cuando despegan de La Cenia. Enfilamos hacia Valderrobles, por Calaceite atravesamos la carretera, polvorienta y llena de vehículos, y continuamos el vuelo en dirección a Fayón para salir por la confluencia de los ríos Ebro y Segre, pero antes de llegar a Nonaspe aparecen por el horizonte dos grupos de "Fiat", salidos de Alcañiz y de Caspe. Mil metros más arriba brillan las barrigas metálicas de los "Messer" en formación de ala. Esta vez, las fuerzas están casi iguales.

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Avivamos los motores para alcanzar a Ujov y Griseviets, que ya balancean sus aparatos en señal de que se acerca el enemigo, pero Arias, que desde las profundidades del firmamento, no los pierde de vista, se tira a interponerse entre ellos arrojando fuego de sus "Chupetes" contra los "Messerschmitt". Un avión enemigo baja jalonando el espacio desde los siete mil metros, como si fuera un signo de admiración, hasta estrellarse sobre la tierra. Los otros pasan precipitados por entre la segunda y la quinta escuadrilla, que volvieron rápidamente la nariz y lograron poner el primer saludo con el fuego de sus ametralladoras.
A la izquierda, la escuadrilla de Puig ya se enfrascó con los primeros "Fíat" y en el bárbaro encontronazo, de frente, las balas encontraron su objetivo en varios aviones. Uno de los "Fiat" se encarama en vertical, enseña sus cruces blancas en los planos, da dos vueltas paranoicas y comienza a dar vueltas de barrena invertida. El "Mosca" 175 pilotado por González, tropieza con otro "Fiat" y ahora, con el plano roto y en llamas, se va enroscando en el aire. Después de algunas vueltas locas, se desprende González y más abajo queda suspendido de la cúpula blanca del paracaídas. Tres "Moscas" dan vueltas a su alrededor para que no lo ametrallen en el aire. El "Fiat" con el que tropezó González, desciende no muy lejos, con los timones arrancados.
El combate se ha esparcido por todo el frente del Ebro. Del Norte aparece otro grupo de "Fiat", treinta aproximadamente.
Comienza la desproporción. Los tres "Moscas" que se encuentran más próximos —de Saprónov, Semenko y Cebrián— se tiran hacia el nuevo grupo de aviones enemigos, les rompen la formación y aprovechando la velocidad suben en viraje de combate hacia nosotros. De arriba, dos "Chupetes" que venían persiguiendo a un "Messer" se nos unen y juntos continuamos la lucha. Más abajo Redondo y Tarazona están quitando a los "Fiat" de la cola de la escuadrilla de Puig. Se combate por escalones. Arriba. Arias y sus "Chupetes" espantan a los "Messer" y bajan solamente, cuando acompañan a alguno en el picado final de la muerte.

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El avión 270, de Gúsiev, me pasa de cerca corno un relámpago. Me hace alabeo, me arrimo, hacemos un "medio tonel" y en picado nos tiramos a la cabeza de otro "Fiat" que sube por la parte de Tremp. A los primeros disparos de Gúsiev, el enemigo comienza a cabecear, de su fuselaje sale una lengua larga de fuego y cae de ala. "Ese ya está listo", —pienso yo—. Subimos de nuevo hacía los otros "Moscas" que se encuentran dentro del enjambre en el momento que el avión de Izquierdo intenta deshacerse de la llama que ya llena el fuselaje por la parte derecha. Korobkov se tira sobre los aviones que acosan a Izquierdo para rematarlo. Sube vertical, cuando una raya de puntos blancos de las trazadoras le hacen cambiar de dirección. Nos tiramos con Gúsiev en defensa de ambos y perdemos al 'Mosca" incendiado.
Los aviones se han desperdigado por todo el cielo y por los horizontes opuestos se ven retirarse, poco a poco, a unos y a otros. El avión de Pardo, con el "chupete" todavía en la boca, aunque volamos a menos altura, se nos arrima; después, al pasar el río, vemos el avión de Saprónov, suelto un suspiro de alivio y se me alegra el corazón: hoy no debe perecer ningún soviético. Formamos en cuña y ponemos rumbo hacia Valls. Le señalo a Saprónov el fuselaje y le enseño tres dedos para indicarle que lleva tres agujeros. El me dice con la cabeza que sí y me enseña el dedo gordo enguantado: todo va bien. Cuando llegamos a Valls ya habían tomado tierra algunos aviones. Pasamos en vuelo rasante, les hago el alabeo de despedida y continúo hacia Vendrell.
Hemos perdido tres "Moscas"; el enemigo tres "Messer" y cinco "Fiat". Los camaradas soviéticos aterrizaron todos en el campo.
 A Saprónov y Korobkov les han metido algunos impactos en los aviones y Pereiro dice: "¡No pintar los parches, dejarlos como recuerdo!"
El vuelo siguiente lo hacemos los españoles solos. Llevamos consigo no solamente el recuerdo de los pilotos soviéticos, sino también la experiencia que nos dejaron, desde Serov en Madrid hasta Griseviets en el Ebro...
Los aplausos a Zarauza, cuando termina su discurso, me sacan del recuerdo.
En los combates del Ebro, la aviación enemiga bombardeaba y ametrallaba sin cesar nuestras posiciones. Los aviadores republicanos junto con los soviéticos, en condiciones desventajosas y con una desproporción de uno contra cinco, escribieron páginas de arrojo y heroísmo sin precedentes. Los franquistas perdieron más de 100 mil hombres y gran cantidad de aviones y otros armamentos.
La ofensiva del Ebro fue una de las más importantes operaciones que el Ejército Popular realizó durante la guerra. El objetivo principal fue logrado: detener la ofensiva fascista hacia Sagunto y Valencia. Los combates del Ebro fueron los más encarnizados, pero la defensa ulterior permitió al Ejército Republicano mantener la iniciativa en sus manos durante más de tres meses.

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Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: Tokarev en 24 Junio 2012, 15:36:50
Fuente: Yo fui piloto de caza rojo. Francisco Tarazona Torán.

Primer vuelo solo como jefe de escuadrilla.

23 de octubre. Me ordenan salir a proteger a una escuadrilla de «Katiuskas». Iremos solos. Nunca antes lo había hecho. Reúno a los pilotos en la chabola y, frente a un gran mapa de la región del Ebro, planeamos la acción. Mi patrulla irá con Montilla y Calvo encima de los bombarderos. Paredes, a mi derecha y arriba, distanciado, para que se pueda mover de un lado a otro cuando haga falta; lo acompañarán Pallares y Pastor. Beltrán irá solo, moviéndose mucho para avisar a Paredes inmediatamente que vea al enemigo. Salimos al campo siete cazas. Me siento contento. Lo de antes ha sido, hasta cierto punto, labor de conjunto. Ahora me probaré realmente como Jefe de Escuadrilla. Iré solo.

Formación de Katiuskas
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 Subimos a los cazas. Los «Katiuskas» no tardarán. Las miradas de los seis pilotos de la 3.ª están fijas en la hélice dé mi Mosca. Los chóferes de las puestas en marcha fijan su vista en dirección de la Escuadra. De pronto, alguien se mueve en la puerta de la caseta. ¡Cohete! Antes de que la estela blanca haya alcanzado su cima, la hélice del 193 está girando. Sigo con la vista la bengala que cae en tranquila parábola a tierra. Caliento el motor, pruebo los magnetos, las ametralladoras, y levantando la cola del caza, suelto los frenos para salir como dis¬parado por una catapulta hacia adelante.
En el aire, viro a la izquierda. Montilla y Calvo forman en su sitio. La patrulla de Paredes, a mí derecha, y Beltrán, dándose gusto solo. Desencadenado, hace de vigía. Los bombarderos son seis. Su objetivo. Gandesa. Pasamos la barrera de los antiaéreos sin deshacer la formación. Los «Katiuskas» sueltan su carga de muerte. Viran majestuosamente y, picando hacia el mar, toman rumbo Norte.

Katiuska en vuelo bajo junto al mar.
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 Voy a tirarme a ametrallar Gandesa, cuando Paredes se me adelanta; luego, Beltrán. Los dos me señalan hacia atrás. Los morros inconfundibles de los Me 109 están en nuestra cola. Las trazadoras, como telarañas, tratan de enredarnos. Siento golpes en el «muñeco» protector de mi caza. Estoy solo; no hay en el aire del Ebro más Caza republicana que mi Escuadrilla. Paredes vira para interceptarlos. Beltrán se queda detrás de mí; los «Katiuskas» están lejos, sin peligro. Viro profundamente y la fuerza centrífuga me entierra en el asiento. Dos monoplanos alemanes me pasan por encima. Veo las. aspas dibujadas en la parte baja de sus planos. Al terminar el viraje, sigo a Paredes. Ahora, los bandidos están al frente. Aprieto el gatillo. Un monoplano aguanta hasta que los dos, él y yo, viramos a la derecha. Pasamos a escasos metros uno del otro. Siento el torbellino de su hélice. Beltrán, nerviosamente, me indica un lugar donde los perros de presa alemanes acosan a Paredes. El saguntino vira y vira cada vez con radio más pequeño. Los alemanes no se meten al círculo mortal. Formados en ala, les caemos de sorpresa. Damos una pasada, y, mien¬tras tratan de enterarse de lo que ha sucedido, los tenemos otra vez de frente; Paredes está a salvo. No obstante, dos de ellos logran ponerse en la cola de mi patrulla. Nos disparan, pero sin puntería. Intento virar para darles el morro, pero Beltrán, bajando como exhalación frente a ellos, los rocía de balas, ahuyentándolos. Buscamos. Un caza alemán se retira tocado; una estela de humo blanco lo delata. Dos más lo acompañan buscando alcanzar sus líneas. Nos tiramos Paredes y yo tras de ellos. Al dispararles se me encasquillan las ametralladoras. Angustiosamente se lo hago saber al saguntino. Se adelanta, y, desafiando el fuego de los acompañantes, remata al germano.
 El piloto salta en paracaídas. Los otros dos le rodean. En una amplia pescadilla nos vamos retirando del frente. El resto de los cazas alemanes se eleva a sus alturas. Una vez pasado el Ebro, en vuelo rasante, nos confundimos con el verde de los árboles.
Me falta Pastor, que tuvo que aterrízar en Salou. Los de los bombarderos nos mandan felicitar. Estoy que reviento de gusto. No dirán que hice una salida desairada.
Pastor llega al atardecer. Le han perforado el depósito de aceite y tuvo que rezar con fe para escapar ileso y llegar planeando a Salou. Aterrizar en aquel pequeño campo era ya una proeza. Y con el motor parado...

(http://farm9.staticflickr.com/8159/7431715712_08d6c24534.jpg)


Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: zarauza en 15 Abril 2013, 23:07:28
Continuando con los relatos de Tokarev, si no te importa, imitaré el formato para que no desentone mucho.

FUENTE: LE LLAMABAN DIABLO ROJO. FRANCISCO MEROÑO PELLICER.

SERVICIO VESPERTINO.

Las llamas del atardecer inflaman, allá lejos en el horizonte, las últimas cúspides montañosas, y los rayos del sol se alzan hacia el siniestro del cielo, por donde los "Moscas" dirigen sus cursos hacia la carretera que enlaza a Huesca con jaca, hacia esa inmensa hoguera del horizonte por donde la escuadrilla, con Aguirre a la cabeza, va marcando la ruta.

(http://www.fondosdepantalla.biz/images/wallpapers/Rayos_de_Sol_al_Atardecer-1024x768-142629.jpeg)

Nadie sabe si vamos de reconocimiento o vamos simplemente para hacer alarde de presencia. Solamente el jefe conoce el objeto del vuelo. Abajo, el aire es claro y puro. Suponemos que alguien vigila nuestro vuelo, pero todo está en calma, no observamos ninguna actividad.

Nos aproximamos a la carretera por Ayerbe y descendemos hasta mil metros de altura para divisar mejor el movimiento de vehículos y tropas. De vez en cuando se ven automóviles ligeros, que avanzan des- cuidados en direcciones opuestas. La presencia de nuestra aviación en este sector del frente es tan ignorada que, como vemos, no optan ni en parar los coches. Sólo por esa falta de respeto dan ganas de enviarles unas cuantas balas más, el jefe de la escuadrilla continúa el vuelo buscando otros objetivos; nosotros, ala con ala, le seguimos.

El camino forma un gran ángulo y, allá, a lo lejos, en el recodo del camino vecinal, algo brilló dentro de una nube de polvo encendido. Comenzamos a distinguir fallas en la blancura límpida de la arteria y, dentro un bullicio extraño parecido al de una colmena en zozobra.

El regimiento de caballería enemiga, percatado del peligro que se le avecina, intenta detener la marcha y disimular la presencia debajo de la cornisa natural del terreno, pero ya es demasiado tarde. Hasta nosotros parece llegar el rumor de maldiciones y blasfemias que rasgan el aire, pero esa masa hirviente de hombres y caballos con sus equipos y armamentos han detenido su marcha y aguardan tristes, con la mirada en las barrigas verdes de nuestros aparatos, el momento cuando nos perdamos de vista en horizonte, para continuar la marcha.

Ellos ignoran la maniobra de nuestros cazas; descendemos hasta el vuelo rasante en un profundo viraje de espiral para meternos escondidos de su vista y así entrarles en ataque inesperado, de frente y por el costado, por la parte abierta de la visera del terreno; de este modo la salida del ataque la tenemos garantizada contra los disparos que puedan hacer.

En unos minutos, en unos cuantos minutos, todo termina. Al asomar la frente chata de nuestros aviones, casi sin ruido, porque esta se lo traga la tierra en los desniveles del terreno, nos encontramos cara a cara con el enemigo y casi a la misma altura. Un trueno de dieciocho ametralladoras, escupiendo mil ochocientos disparos por minuto cada una.

(http://www.rkka.es/Armamento/003_fuego/001_ametralladoras/001_SHKAS/306.gif)

A los primeros disparos, todo en desbandada, se hace un gran ovillo. Los caballos enloquecidos con las balas en las entrañas, huyen de espanto de un lado para otro, se precipitan unos sobre otros, machacándose con sus herraduras mutuamente y triturando a los jinetes. Al enconrrar interceptado el paso hacia atrás, se despeñan por los barrancos dejando jirones de carne enredada en los matorrales y pedregales. Las balas de nuestras máquinas, después de atravesar los cuerpos calientes, rebotan en las piedras vivas produciendo regueros de chispas brillantes. Se suceden las pasadas de los aviones en "pescadilla" por un lado y por otro, regando con plomo toda la masa de hombres y caballos.
Parece que todo quedó tranquilo, que todo terminó. De nuevo nos formamos en cuña plano con plano y, en vuelo rasante, muy bajos, a cinco metros de altura, damos la última pasada para cerciorarnos mejor de nuestro trabajo. Ponemos curso hacia Barbastro como orientación general para más tarde virar hacia Monzón.

En la garganta seca y sienes húmedas debajo del pasamontañas, siento los latidos del corazón; quiero apretar los puños y despertar de la pesadilla, pero no puedo, es realidad. Ya no queda tiempo para pensar en el reciente ataque. Zarauza, contento, palmotea una canción sobre el trozo del fuselaje que queda debajo del parabrisas. Jugueteando con el avión lo dirige contra todos los obstáculos salientes de la tierra: torres,  casas, postes, arboles... Así, a tan reducida altura, con una velocidad superior a los trescientos kilómetros, no queda ocasión para reflexionar
en lo sucedido, pero si noto hincadas en la espalda las miradas de ojos saturados de lágrimas de sangre, sucios, polvorientos y dolorosos de ese torrente humano de muertos y moribundos que nos dejamos atrás.

(http://2.bp.blogspot.com/_gVRsyjDAa_k/TCdquI0AA7I/AAAAAAAAAQY/XJSAF270PoU/s1600/I-16++Mosca+o+Rata+1933+(Polikarpov)+16.jpg)

Cruzamos las líneas del frente, donde se ven algunas trincheras, y los soldados levantan sus fusiles al aire, no sé si para saludarnos o maldecimos: ignoro si son nuestros o enemigos. Por las líneas ya pasaron caballos trastornados, a galope, arrastrando jirones de andrajos y bridas embarbascadas con restos humanos.

Cuando aterrizamos en el verde blando del aeródromo ya brillan las primeras estrellas del confuso oscurecer vespertino.

Después de la cena escuchamos la radio franquista para comprobar el eco de nuestra incursión por los frentes aragoneses. Queipo de Llano dedica un considerable espacio al ametrallamiento de esta tarde, abonado de ardiente saña contra los "rojos", que violaron la tranquilidad de este pacífico" sector. Los insultos y amenazas, acompañarlas de palabras deshonestas y repugnantes, son desmerecedoras de tan "alta" graduación militar, pero por ellas podemos hacer la conclusión de que nos preparan un "regalo" para un cercano día.

(http://antwrp.gsfc.nasa.gov/apod/image/0607/winterconst_lodriguss_008.jpg)


Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: Molotov en 16 Abril 2013, 00:35:36
Muy buen relato, zarauza! Te ha quedado igual de bien que a Toka, enhorabuena!

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Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: zarauza en 18 Abril 2013, 20:44:36
FUENTE: LE LLAMABAN DIABLO ROJO. FRANCISCO MEROÑO PELLICER.

FOTOS:

http://aerobarbariansgrup.com
http://aime.mforos.com
http://www.planetadeaficiones.com

EN EL FRENTE DE TERUEL.

Todos los pilotos estamos sentados en las cabinas esperando la señal de despegue. Con las manos enguantadas nos frotamos la nariz y la cara para hacer circular la sangre y evitar la congelación. Las gafas se empañan con el vaho que expele la respiración formando una sutil capa de
hielo sobre la superficie cóncava de los cristales.

Los picos más altos de la montaña ya los lamen lenguas rojas de sol, cuyos reflejos llegan hasta nosotros.

Sobre los techos bajos y semiderruidos de las casas del pueblo de Sarrión aparecen, en la lejanía, las siluetas de tres escuadrillas de “Natasha" que, con su pesada carga de bombas, avanzan lentamente en nuestra dirección, difundiendo un ruido estentóreo con sus motores. Mucho más arriba brillan las dos escuadrillas de "Moscas" con pilotos soviéticos. Ahora despegamos nosotros para colocarnos, antes de llegar al frente, entre unos y otros.

(http://aerobarbariansgrup.com/AME/PolikarpovRZ-R5Natacha-Papagayo1.jpg)

Polikarpov R-Z “NATASHA” . Foto posterior al final de la guerra. Las marcas no se corresponden.

A medida que tomamos altura va bajando la presión atmosférica y la temperatura. El termómetro marca treinta grados bajo cero, la respiración se dificulta, el aire frío quema los pulmones y la cara, penetra por debajo de la careta de lana. Los movimientos se hacen instintivos, parece que el avión cumple las maniobras mandado solamente con el pensamiento. Las hélices en su giro suenan como sierras que cortan madera seca. Sobre los planos se forman granitos de hielo.

Todos los aviones, en formación compacta, en tres escalones, sobrevolamos los picos de las nevadas montañas. Los "Natasha" quedan abajo, a tres mil metros de altura, por lo que tenemos que hacer zigzaguees para no dejarlos muy rezagados. Nos vamos aproximando a Teruel cuando, del Oeste, a la altura de cinco mil metros, aparece la aviación enemiga, compuesta de veinte aparatos "Junkers-86" acompañados por un grupo de "Messerschmitt-109".

Nuestros "Moscas", casi a la misma altura, toman rumbo hacia ellos, pero el enemigo rehuye el encuentro y se interna en nuestro territorio por Alombras.

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JUNKERS 86. La foto no pertenece a la guerra civil.

En el aire aparecen, primero, desperdigadas nubecitas ambarinas acompañadas de insensibles tronidos diminutos, que van aumentando. La artillería antiaérea enemiga abrió fuego.

La cortina de explosiones es tan espesa, que parece increíble el avance de los aviones por ese laberinto de metralla. La formación se ha hecho un poco más abierta para salvar que la explosión de un proyectil pueda derribar a dos aviones al mismo tiempo; así, sin titubeos, expuestos a su propia suerte, cada uno de los aviones de bombardeo ataca el objetivo independientemente. Los "Natasha", con su poca velocidad y su vuelo rectilíneo, hacen que el enemigo concentre en ellos la puntería. Las descargas se suceden ininterrumpidamente, los fogonazos aparecen por la derecha, por la izquierda, un poco más abajo o más arriba, pero ningún proyectil hace blanco. Los cazas continúan arriba, atentos al aire, resguardando las espaldas de los bombarderos, que a medida que van dejando caer su mortífera carga sobre las avanzadas enemigas, se ciñen en profundos virajes y van saliendo del radio de acción de la artillería. La hazaña es de verdadero valor y singular atrevimiento.

Después que las tres escuadrillas de "Natasha", sin sufrir ni una sola baja, llegan a la vertical de Sarrión, consideramos cumplida la misión y las dejamos al amparo de las dos escuadrillas que se basan en Barracas,
cerca de Liria. Nosotros enfilamos de nuevo hacia las líneas del frente tomando más altura.

Volamos sin caretas de oxígeno, lo que se suma a las trabas que pone el frío. Ya sobrepasamos los cinco mil metros. Los movimientos se tornan lentos y ante la vista aparecen sombras que se confunden en el horizonte.

El grupo de aviones que antes rehuyeron el combate ahora se nos presentan con rumbo opuesto, hacia Albarracín. Después que cumplieron su macabra tarea de bombardear pueblos de la retaguardia, sus velocidades ya de vacío, son superiores, por eso ya es más difícil darles alcance, pero nosotros tenemos la superioridad de altura. Nos tiramos
en picado para darles alcance antes de que tengan tiempo de pasar la vertical del frente. Los "Messerschmitt" de protección, confiados en la ausencia de nuestros cazas, abandonaron a sus bombarderos y revolotean allá lejos, entre los cirroestratos dejando franjas de sublimación.

La posición de descenso dificulta la visibilidad de los ametralladores de cola de los "Junkers", y tanto más cuanto el ángulo de picado de nuestros aviones es superior, lo que nos permite aproximarnos más desde abajo, por la "barriga", lugar más vulnerable para el calibre de nuestras ametralladoras.

Claudín y Zarauza —jefes de nuestras escuadrillas— inician el ataque y, a la primera descarga, el punto derecho de la patrulla izquierda sirve de convergencia a las balas trazadoras. Los ataques se suceden, la formación ha sido descompuesta y ahora cada cual elige su víctima.

La nube negra que produce un avión incendiado despierta la inacción de los "Messerschmitt"; ahora el combate toma otro estilo. Nuestros pilotos, los menos expertos que aún no advirtieron la presencia de los cazas enemigos, continúan descargando las toberas sobre los cuerpos rígidos de los "Junkers"; los demás, ceñidos en virajes horizontales, escapamos de las primeras ráfagas rivales, y a su vez defendemos las colas de aquellos que se olvidaron de sí mismos. En unos segundos el cielo brama en rugidos de fieras. Los pilotos maniobran al máximo de sus posibilidades sacando del fondo de su ser todo el arrojo y serenidad y de los motores y aviones las potencias y cualidades aerodinámicas.

Con los nervios crispados y los dedos gélidos puestos en los disparadores, se oprimen las palancas de mando para reducir más y más los radios de los virajes. Los planos tiemblan amenazadores en los ángulos críticos; un poquito más, un mal cálculo, y el aparato entra en barrena, a la salida tendrás pegado un 'Messerschmitt y ninguna maniobra te salvará de los impactos.

Varios paracaídas descienden lentamente, confundiéndose con la blancura de las nieves del fondo y con las nubes densas de cúmulos. En las faldas de la montaña brotaron hogueras motivadas por los incendios de los aviones derribados. Con sus grandes cruces pintadas de negro en la cola, alas y fuselaje y, haciendo zigzaguees, los aviones enemigos van hincando el morro agudo por los claros de las nubes que todavía quedan abiertos. Como un demonio loco, uno de los Messerschmitt se va perdiendo dentro de la oscuridad que forma la espesa niebla, lugar de su última esperanza. Una ráfaga de ametralladora la envió el Chato de Manuel Orozco, ilumina la cruz de cola, a su lado aparece Yaroshenko, ambos lo persiguen con sólo unos metros de distancia, repitiendo las evoluciones dentro del laberinto. Le mandan varias ráfagas consecutivas y las balas trazadoras forman un rosario de flechas encendidas que se apagan dentro del avión adversario. Este se retuerce como una fiera herida. Los dos "Chatos" lo siguen de cerca, uno al lado de otro, hasta que la cola del "Messerschmitt" se convierte en fragmentos de fuego al chocar con la montaña.

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Polikarpov I-15 “Chato”.

La visibilidad es mínima cuando Orozco y Yaroshenko salen fuera de la nube y en este momento el "Mosca' de Stepánov les pasa raspando. Se saludan en el aire con un suave alabeo y los tres aviones regresan al campo de Barracas momentos antes de que la lluvia cubra los contornos.

Yo estoy más arriba y veo que en el cielo ya no hay ningún aparato enemigo. De pronto un ruido enjuto, específico de los disparos me saca del mundo romántico. Dos cazas han entrecruzado sus balas trazadoras a unos metros de mi aparato. Siento un odio abrasador que me enturbia la vista. Aprieto la palanca de mando hasta sentir dolor en los dedos y giro vertiginosamente el aparato en dirección hacia donde vinieran aquellas imprevistas balas trazadoras; hago una maniobra sin coordinación de mandos y aparezco frente a frente con el enemigo. Uno de ellos se detiene a mi lado y nos fundimos en estrechos lazos horizontales. El otro no resiste el reto frontal y eleva su aparato hacia el
sol para caer de ala sobre mi avión. En el viraje voy cogiendo ventaja; unos segundos más y ya podré hacer uso de las ametralladoras con precisión, hay que disparar con certeza y no malgastar los cartuchos. Él también ha comprendido su situación desventajosa y hace un "medio tonel", pero yo no lo sigo, el otro ya me trae metido en el colimador
con los dedos contraídos en los disparadores. Imito la persecución y al momento hago un cambio brusco dando una patada al pedal que arranca quejidos del avión. De nuevo nos encontramos las caras y como antes éste no quiere nada de frente, encabrita su avión, yo lo sigo y las dos "barrigas" pasan tan cerca la una de la otra que el rebufe de las hélices hace temblar a los dos aviones. Su sombra ha tapado mi cabina en una décima de segundo. Vamos hacia el sol, él en vuelo normal, yo invertido. A la cúspide de nuestro ascenso llegamos casi juntos; yo, casi por instinto, aprieto la manecilla del disparador, él se tambalea de un lado para otro, entra en profunda espiral y unos metros más abajo se desprende la bola del paracaídas.

Unos instantes quedo suspendido de los tirantes, invertido; el avión perdió la velocidad y el motor produce fallos, como si le faltara la respiración. Ahora sin mandos, quedo expenso del enemigo que puede venir a vengar al compañero derribado. Busco impaciente por mi cola la silueta del "Messerschmitt", giro la cabeza en todas las
direcciones, pero sin resultado; mis movimientos se hacen nerviosos y vacilantes, hay que accionar de manera más certera, la ráfaga enemiga puede sonar en cualquier momento. Domino el temor y repongo la serenidad, hasta que por fin, a lo lejos, en las honduras del barranco sombrío, donde no penetra la luz solar, veo los perfiles del aparato enemigo, que huye hacia su territorio. Meto gases a fondo y coloco el avión en picado, casi vertical, para dar alcance al enemigo, pero el motor no responde. Tiendo la vista hacia el tablero de a bordo y al momento compruebo que el aforador del combustible marca cero y las saetas del reloj indican que llevo en el aire el tiempo máximo de vuelo.

En tal situación hay que conservar la confianza en sí, la serenidad y la claridad de actuación. El altímetro marca tres mil metros de altitud sobre el campo de aterrizaje, que se distingue en la plomiza lejanía, manchado por el efecto del bombardeo. Mido el ángulo de planeo, oriento el avión por entre el laberinto de pozos.

El inmenso frío ha congelado el aceite del motor y la hélice va agarrotada en posición vertical. Se hace un profundo silencio que hiere el oído; sólo las alas, al cortar el aire frío, producen un cantar constante de papel rasgado.

Por la suave trayectoria se desliza el avión sin que nada trastorne su equilibrio, hasta el momento de pasar la capa fina de neblina, que parece se resiste a dejar pasar al aparato o que éste domine los choques violentos y variables del viento.

Se avecina la tierra con el máximo de embarazos para el aterrizaje. Enderezo la línea de planeo y el avión toca tierra, corre orgulloso por entre los pozos y se detiene al final de la pista con su aspa levantada.

Desde distintos puntos del campo corren hacia el avión los amigos con los ojos empañados de lágrimas de alegría, que momentos antes podrían ser de amargura. Nadie espera la llegada de aquellos que sobrepasan la hora del retorno. Esta vez han sido vencidas todas las dificultades, se conservaron las expresiones de una voluntad unánime de todo el personal, la de vencer.

Se hace el balance de las pérdidas sufridas y las victorias obtenidas: no perdimos más que un aparato. Poco más tarde llamaron por teléfono para comunicar que el piloto Fernández Morales había saltado en paracaídas sin novedad.


Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: zarauza en 24 Abril 2013, 22:29:01
Fuente: Le llamaban Diablo rojo. Francisco Meroño Pellicer.

DESPEGUE DE EMERGENCIA.

En el umbral que se forma allá lejos, donde el día se va juntando con la noche, casi a ras de tierra, se divisan puntos de aviones, que se aproximan ocultándose en los desniveles del terreno. Delante, a considerable altura, vuelan dos escuadrillas de "Junkers-52", que vienen marcando el rumbo hacia nuestro campo. Por si algo faltase para indicar el lugar exacto de donde nos encontramos, desde la boca de un refugio disparan una "raquetaza" de luz roja que, después de describir su trayectoria parabólica, cae en el centro del campo de despegue aún humeante y aventando chispas.

(http://lh5.ggpht.com/_iFcfW2U4hAI/S09nUzs6rnI/AAAAAAAACgM/-LtORnM7KEw/s512/JU52_GC1.jpg)

En un remolino de arrebato, ponemos en marcha los motores y, con los pasamontañas sin abrochar, con las correas golpeando en la cara, sin aguardar orden, nos hacemos al aire a medida que los mecánicos tiran de las cuerdas que sujetan los calzos debajo de las ruedas. Las líneas de rodaje, antes de levantar el vuelo, se cortan con sólo segundos
de diferencia.

Dos "Moscas" quedan todavía en tierra con los calzos puestos cuando un reguero de bombas explosivas e incendiarias ponen una barrera de humo y metralla que obstaculiza la salida de los demás. El que ha podido, se ha metido en el refugio de hormigón y tierra, los demás se han esparcido en todas direcciones, escondiéndose entre las
grietas de las rocas, en los pozos naturales y por la falda de la montaña hasta el río Ebro. Los "Chatos" no han podido despegar tampoco por falta de combustible.

En el aire perseguimos a los "Junkers" que se dirigen hacia Caspe siguiendo la cuenca del río, después que nos dejaron algunas bombas en el campo de Escatrón. Trepamos a la potencia máxima de los motores con el fin de cortarles el paso antes de que lleguen al objetivo señalado. La distancia es demasiado larga para disparar, pero
el deseo de ayudar en algo a los pilotos de Caspe nos impulsa a apretar los disparadores para que el eco les lleve, por los badenes, la señal de alarma.

Nos hemos colocado debajo de los fuselajes de la escuadrilla delantera enemiga; los nueve aparatos de la otra quedaron atrás. Así colocados, cinco "Moscas" abrimos fuego cuando las bombas comienzan a desprenderse, desordenadamente. Varios segundos las seguimos con la vista para apreciar la trayectoria, esquivando al mismo tiempo el posible encuentro fatal con ellas. Cuando quedamos convencidos de que las han soltado sin cubrir objetivo alguno, reanudamos el ataque contra aquellos que todavía no han descargado.

Cinco cazas nuestros, casi a la misma altura que el enemigo, porfían la víctima. Las balas trazadoras adversarias vienen en largas ráfagas, pasan lamiendo los parabrisas de los "Moscas". Al primer ataque sucede una brutal explosión dentro de uno de los "Junkers" y la onda explosiva nos despide por el profundo vacío, envueltos entre los fragmentos del aparato desintegrado. Otro "Junkers", con el ala arrancada por el efecto del estampido, se enrosca en barrena, disparatada y horripilante, dejando, en atropellada caída, trozos, que no sabemos si son suyos o del
avión deshecho. El ala, sola, describe idas y venidas de péndulo, como descomunal hoja de otoño separada por el tiempo. El lugar del trueno ha quedado sellado por una nube negra con jirones plomizos.

Todos los aviones han soltado sus bombas en campo abierto antes de llegar a Caspe, en uno de los recodos del río, y ahora "esconden el bulto" en picado demasiado profundo para aviones de ese tipo. Los seguimos enérgicamente, pero de arriba se "descuelgan" trazos rutilantes de "Messerschmitt", en "pescadilla", que hasta el momento no habíamos advertido debido a la gran altura que traían. Vienen a gran velocidad, en picado casi vertical. Rehuimos las primeras ráfagas metiendo los aviones debajo de la trayectoria de las balas y éstas pasan amenazadoras por encima, dejando hilazos delgados en el espacio.

De los atacantes se separa uno, levanta el morro fino para caernos de ala y repetir el ataque, pero la lluvia de balas que envía el aparato de Zarauza lo siega en el vértice del ascenso. Se deja caer detrás del enemigo y, cuando nos pasa de cerca, vemos la sonrisa de la victoria dibujada en sus labios. Todos seguimos su ejemplo sacando a los "Moscas" una velocidad cercana a la desintegración. El enemigo se percata de nuestra persecución, salen del picado y aceptan el reto. Tiramos de las palancas con toda la fuerza hasta que las alas comienzan a temblar en una agitación trémula, amenazante. Al recobrar de nuevo la vista, que perdimos en el brusco cambio de dirección, nos encontramos metidos en una basta aglomeración de aviones que intercambian fuego por las bocas de sus ametralladoras.

Busco a Zarauza, Arias, Pardo, Díaz, pero ya se han confundido entre los demás "Moscas" que combaten. Por encima, un "Messer" me envía una bala gorda, que entra dentro de la cabina abriendo un boquete en el costado del fuselaje. La bala ha pasado a unos milímetros de mi frente, tan cerca, que parece la he visto pasar.

El duelo se va poniendo sañudo en este huracán de nudos corredizos, ciñéndonos más y más en difíciles virajes horizontales y verticales, en rizos desgreñados y violentas maniobras, imprescindibles para eludir los impactos directos del fuego contrario. No se nota supremacía del enemigo, aunque combate en retirada aprovechando la ventaja que tienen en velocidad. Después de la paliza que les dimos en Teruel emplean otra táctica, bajan del cielo en picado prolongado, desde gran altura y a gran velocidad, buscan la víctima por sorpresa, dan la pasada traicionera, felona, y huyen, huyen a toda velocidad. No buscan la lucha continua, atacan cobardemente y desaparecen como relámpagos sin que podamos darles alcance. Arriba nos dejamos al sargento Juan Bosch
en un "mano a mano" con el "Messerschmitt", que seguramente no asimiló todavía el nuevo sistema. Para prestarle apoyo nos faltaría combustible: el combate ha sido demasiado prolongado. Por eso ponemos curso hacia Escatrón y nos alejamos confiados en su victoria.

Al otro lado del cielo, en la tierra, de donde despegaron nuestros aviones en precipitada alarma, vemos columnas de humo denso, negro, que suben al encuentro de las nubes blancas. Alrededor de las gigantes humaradas revolotean pajarracos alemanes: un grupo de "Junkers" está ametrallando y bombardeando el
aeródromo.

La aproximación de los "Moscas" pone en fuga al enemigo.


Título: Re:Relatos de combates durante la GCE.
Publicado por: zarauza en 27 Abril 2013, 20:08:44
Fuente: Le llamaban Diablo Rojo. Francisco Meroño Pellicer.

PROTECCIÓN DE BOMBARDEROS.

El capitán Aguirre, que ahora está en el E.M. del grupo, nos comunica el punto de concentración de toda la aviación de caza y bombardeo: altura tres mil metros, viraje a la izquierda. Todo como siempre, sólo que hoy ya no es sobre Caspe sino sobre Borjas. Las escuadrillas de "Moscas" tienen la misión de cubrir a los "Chatos" cuando ametrallen
las trincheras, a los "Natasha" en sus lacerados y flemáticos vuelos y, esta vez, también los fabulosos "Katiusha".

Nuestra cuarta escuadrilla debe resguardar la entrada por debajo, allí donde se rompen los antiaéreos. Las dos escuadrillas de soviéticos —la tercera y segunda—, en los puestos de mayor responsabilidad, a la derecha e izquierda y a mayor altura. La de Claudín cerrará la marcha casi a la misma altura.

Llevamos encerrados a los bombarderos en una tremenda cuña de treinta y seis aparatos, cuando Mendiola pone curso suroeste y encabrita las máquinas para tomar mayor altura. El sol lo tenemos de cola y, desde la posición que ocupamos, los vemos a todos trepando hacia las estrellas, librando trémulos destellos de sus fuselajes metálicos.

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Pronto alcanzamos en el altímetro la cifra señalada: cinco mil metros. Pasamos al vuelo horizontal y, con los ojos duros y fijos en la lejanía, comenzamos a escudriñar el aire teñido de rojo y azul.

A través de ese velo, allí por el camino bélico cercano al recodo del río, se trasluce una casa de varios pisos en llamas, cual antorcha que nos marca el mojón del frente. Mendiola corrige unos grados el curso para coger la vertical del objetivo y acelera la velocidad. Para no dejarlos solos, también activamos los motores. La formación es perfecta cuando los primeros antiaéreos enemigos revientan mucho más arriba y muy adelantados.

Mil metros más abajo, se desgarran por decenas los obuses de otra artillería antiaérea, que poco a poco se van disolviendo por el firmamento dejando tenues manchas.

Los "Katiusha" atrevidos, atraviesan esa cortina de fuego y comienzan a soltar las bombas. Media tonelada de gotas gordas salen de cada fuselaje y pasan cerca de los "Moscas” que volamos por debajo. Las vemos como se esconden fugaces en vuelo parabólico, escurren majestuosas en su descenso, algunas dan vueltas de locos fantoches.

Los antiaéreos van corrigiendo la puntería y, cuando ya creemos que han definido con certeza nuestra altura, cesan todos de disparar. Esto nos hace avivar la atención al aire. Al momento una y otra escuadrilla marca con un ligero alabeo la presencia de la caza enemiga. Zarauza, astuto como una serpiente, ya tiene los ojos clavados en los
dos "Messer" que aparecieron a gran altura. Su aparato también se balancea de un plano a otro. La formación se hace más compacta alrededor de los bombarderos, que ya pusieron rumbo noroeste y aligeraron la velocidad en un suave descenso. Los dos aviones enemigos se encuentran a dos mil metros sobre nuestras cabezas. De pronto, esotéricos, dan un profundo viraje, se colocan a nuestras espaldas y, como flechas arrancadas del arco que forma la tierra en la lejanía, se lanzan en exagerado picado en dirección hacia los "Katiusha". La segunda y tercera escuadrillas, rápidas como el rayo, forman una pared de aviones delante de los "Messer"; Claudín sitúa a los suyos entre los bombarderos y la escuadrilla soviética; nosotros, la cuarta, ocupamos el lugar que deja la primera.

La barrera es infranqueable, pero para los dos alemanes ya es demasiado tarde cambiar de dirección; ellos cuentan con la supremacía de la velocidad, encuentran una brecha entre los "Moscas" y por ella entra el primero. A su paso se abren las bocas de treinta y seis ametralladoras, que le vomitan el camino con miles de balas por minuto. Unos segundos parece ser que el cielo se desgarra por sus costuras y el brillo salvaje del cuerpo metálico del "Messerschmitt" se apaga envuelto por el humo de su cuerpo incendiado. El otro, huyendo los peligros del primero, aumenta el ángulo del picado, no para atacar, sino para esquivar la cortina ardorosa de las balas. El fascista ya ni siquiera osa en apretar el botón disparador de sus ametralladoras y, como un cuchillo fino, largo y bien afilado, corta raudo los filetes blandos del aire por detrás de la escuadrilla soviética; los pasa a tremenda velocidad, pero más abajo se encuentra con la escuadrilla de Claudín, que lo espera con ojos fuertes y radiantes puestos en los colimadores.

Luces temblorosas de balas trazadoras se confunden con los destellos vivos en el costado del filibustero fascista y, cuando pasa delante de nuestra escuadrilla ya no es necesario rematarlo. Nos conformamos con sólo seguirlo con la mirada hasta tierra.

Dos pilares de humo, cual signos de admiración, avistamos a lo lejos en la delicada atmósfera de hoy cada vez que volvemos la cabeza para cerciorarnos si viene algún enemigo más.

Aterrizamos en nuestro aeródromo y, sin dejar tiempo para nada, comenzamos los preparativos para el siguiente vuelo. El teniente Viñas pasa por las tripulaciones prestando ayuda como jefe de mecánicos y dando las órdenes adecuadas para que todo quede listo en breves minutos. Los motoristas limpian el aceite mezclado con el hollín de los motores. Los armeros llenan las tolvas de cartuchos. Únicamente nosotros, los pilotos, descansamos sentados en los paracaídas debajo de las alas, comentando el vuelo anterior. El jefe del E.M. del Grupo, capitán Molina, cambia impresiones con los jefes de las escuadrillas.