Historias del colombiano que simula estar en un viaje a MartePara ver el contenido hay que estar registrado.
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EntrarEl colombo-italiano Diego Urbina narra cómo vive la simulación de un viaje al 'Planeta Rojo'.
El vallenato que Diego Urbina tanto odiaba en el transporte público de Colombia ahora se oye en 'Marte', y allá el sonido del acordeón lo activa, lo alegra.
"¡Esas son las cosas que hacen falta aquí!", dice desde su nave espacial el joven, que nació hace 27 años en Colombia, creció en Italia y ahora vive en el 'Planeta Rojo'.
Urbina es uno de los seis tripulantes del simulador de viaje a Marte que la Agencia Espacial Europea (ESA) instaló en las afueras de Moscú, en uno de los experimentos más importantes y claustrofóbicos que prepararán a los astronautas para el momento real de ir a ese planeta. Diego ya lleva 11 meses, pero estará aislado allí hasta que cumpla su misión: 520 días en el simulador Mars500.
Su 'viaje' tiene lugar en el año 2018, cuando se espera que los planetas estén alineados para que se pueda recorrer de verdad el suelo marciano. Él, sin embargo, ya se siente en Marte.
Desde su módulo, y después de entrar en contacto con él a través de Twitter, al que solo puede conectarse una vez a la semana, relató cómo es la vida en su 'planeta'.
"Despegamos en junio del año pasado y duramos más o menos un mes en la órbita terrestre. Era una época en que teníamos comunicación en vivo con la Tierra. Luego salimos de ahí y nos inyectamos en una órbita de transferencia hacia Marte", cuenta este ingeniero eléctrico y aeroespacial, elegido entre 5.680 candidatos para este proyecto de aislamiento.
Nueve meses después de un viaje en el que Marte se veía cada vez más grande en la pantalla del simulador, vivió el momento que tanto esperaba. La tripulación se conectó al módulo de aterrizaje que había sido 'lanzado' previamente y orbitaba el planeta, y él, junto a otros dos compañeros, caminó por suelo marciano.
"Vivimos en 50 metros cúbicos durante dos semanas, y desde allí condujimos caminatas espaciales utilizando trajes presurizados rusos en un domo que simula la superficie en el cráter Gusev, de Marte", narra Urbina. Aunque no tiene Internet, sí puede conectarse con la ESA, que a su vez 'twittea' lo que él quiere y responde entrevistas como esta, a través de correos encriptados.
"Fue un momento trascendental. Era como una pequeña ventana que se abría hacia el futuro, hacia el momento en el que el primer humano pise suelo marciano. Ese día realicé uno de mis sueños mientras trabajaba con mis compañeros, los únicos dos seres humanos que podían hablar conmigo en vivo, y mientras muchos ojos nos vigilaban desde el histórico centro de control de misión de la Estación MIR, en Moscú", contó Diego.
"Las banderas están en su lugar, muchas naciones, la humanidad", 'twitteó' @diegou, y publicó una foto el 15 de febrero pasado.
Un día a bordo
La vida en el Mars500 es de extremos: tan aburrida y tranquila que un correo de un periodista "nos salva el día" o tan agitada que pueden vivir emergencias programadas, para probar sus nervios. "Solo podemos bañarnos una vez cada 10 días y la comida está contada para los 520 días", dice. En su mayoría es comida enlatada o alimentos a los que les sacan toda el agua y ellos deben añadírsela, para consumirlos.
"El agua no está dentro de la nave, viene de afuera, pero está muy controlada, tal como será en la misión real, en la que el agua se reciclará", explica.
Y la basura, así como las muestras biológicas de los más de 100 experimentos que realizan, las ubican en una esclusa de aire que da al exterior, donde las recoge un técnico. "A través de esa esclusa solo salen cosas y nunca entran, es como si las botáramos al espacio", explica.
En un día de poco trabajo, de los que Diego llama de crucero interplanetario, se dedica a hacerle mejoras a la nave, que es un módulo con forma de barril, o aprovecha para leer uno de los muchos libros de Gabriel García Márquez que se llevó al simulador. "Me propuse leerlos todos antes de llegar a la Tierra. Hasta ahora llevo siete", cuenta.
Tiene muchos más en su lector de Ebooks, especialmente biografías de exploradores, ciencia ficción y humor. También se pierde entre los sonidos de vallenatos, salsas y merengues, que comenzaron a hacerle falta a mitad de la misión y que su familia le envió a través de la ESA.
Ahora los escucha en una cama de madera pequeña, rodeada de recuerdos familiares, manillas, fotos y una bandera de Colombia, que finaliza el camarote.
"Hay periodos difíciles en los que uno tiene menos contacto con la Tierra. Esa soledad es dura. No ver gente nueva nunca es pesado.
Además, no tener la libertad de ir a donde uno quiera, llamar a quien quiera, comer lo que uno quiera, entrar a Internet, ver el sol", explica, y compara la situación, aunque más controlada, con la de los 33 mineros chilenos, a los que enviaron un mensaje hasta la mina.
Pero entonces vienen los días agitados, los de principio y fin de mes, cuando se hacen exámenes de sangre entre ellos o se pasan la mitad del día dando muestras de aire en unos recipientes, ensayan procedimientos de la nave, hacen pruebas de rapidez mental o psicológicas en un computador, entrenan primeros auxilios o cuidan un invernadero.
"Hemos mandado mensajes a la Estación Espacial Internacional (¡comunicación de nave a nave!) y hasta a Vladimir Putin. Cosas que matan la monotonía", dice.
La muerte espacial
No ha sido nada fácil. Los psicólogos que cuidan la misión los ponen a prueba todo el tiempo. Un día, cuenta Diego, se apagaron las luces y dejó de funcionar el sistema de soporte vital (que limpia el aire del CO2).
"Tuvimos que apagar las de emergencia para ahorrar baterías y, mientras tanto, ellos vigilaban si nos poníamos nerviosos.
Calculamos que bastaba con el aire que teníamos si no nos agitábamos, así que pasamos el día en calma y nos fuimos a dormir tan tranquilos como pudimos. En la mañana estábamos vivos, así que no hay de qué quejarse", escribió.
La muerte en esta, la prueba de aislamiento más larga de la historia, sería abandonar la nave. "Podemos salir cuando queramos, pero no podríamos volver. En ese caso, al tripulante se le daría por 'muerto' ".
Diego quiere aguantar. Aunque sabe que no serán ellos quienes pisen el suelo real de Marte, está seguro de que contribuyen a que llegue ese momento.
"Para algunos científicos es suficiente obtener datos sobre el viaje a Marte estudiando la psicología o la fisiología; yo quise ir un poco más allá, poniendo mi cuerpo y mi mente en la línea, vivir las cosas en primera persona", concluye el colombiano, mientras escapa de la gravedad de Marte y se prepara para regresar a la Tierra. "Sin duda, ese será uno de los momentos más extraños de mi vida, cuando vuelva a ver a otras personas".
"Quiero volver a Colombia"
"Después de la misión, pienso seguir en la ingeniería espacial y trabajar para que los humanos salgamos más fácilmente de este nido nuestro que es la Tierra. Para mí, el ser humano es, entre otras cosas, una herramienta de la naturaleza para esparcir la vida fuera de la Tierra. A Colombia me gustaría volver con frecuencia para trabajar en proyectos educativos con las nuevas generaciones. Cuando era pequeño, no había nadie que me explicara bien lo que es el espacio; en ese momento, hacer lo que hago hoy estaba más allá de mis sueños más raros. Me gustaría cambiar eso para otros niños, mostrar lo que podemos alcanzar con esfuerzo e inspirar a uno que otro científico o ingeniero del mañana"
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